sábado, 4 de enero de 2014

Valeria Pariso






Valeria Pariso, Paula levanta la persiana, Ediciones AqL, 2013.
















II


A veces el aire se tensa,
cuesta entrarlo sin aferrarse
a un pasamanos,
como si
se respirase hilo sisal.

No es más que un suspiro,
lo que se debate
entre la imposibilidad
y lo infalible.





XVIII



¿Fuiste hoja alguna vez? ¿Apuntaste
la lupa sobre las nervaduras de tu mano?
¿Y de otra mano? ¿Qué sabés
del suplicio de quemarse para siempre
con un rayito de sol?







XXVIII



En el galpón que está enfrente de su casa
hay un depósito de papas.
Los hombres cargan sobre sus espaldas
bolsas de arpillera de cuarenta kilos.
En las siestas de calor,
salen a la vereda, se quitan las remeras,
y se tiran agua fresca con una manguera azul.

De noviembre a marzo,
a esa hora,
Paula levanta la persiana.













Osvaldo Aguirre





Osvaldo Aguirre, Las vueltas del camino, poesiaargentina.com, 2013 (1a ed.: Libros de Tierra Firme, 1992).

Ebook de descarga libre: Las vueltas del camino.


 

 

  


Visión del paraíso

                                                           Aquí te vi, en la tierra pura,
                                                                      en la tierra desnuda.
                                                                                 Juan L. Ortiz



El viento, la piedra,
el agua, se juntaron
para desgracia:
vean al paraíso,
ahí,
acostado.
Sacaron las raíces,
pálidos tentáculos:
raíces, no flores.
Entre que los hombres
buscaron las sogas,
en el lío de monturas,
bolsas y herramientas,
y las trenzaron, fuerte,
entre que probaron,
al pedo, con el rastrojero
y los chicos, a un grito,
vinieron de la cocina,
uno a pasitos rápidos
y cortos –pesaba
la garrafa-,
el otro como tiro,
con pava, yerba y calabaza,
entre que tomaron
unos mates, de parados,
y sacaron del galpón
al massey, entre que tronó
y tronó, sellando el suelo
con el gastado dibujo
de los neumáticos,
y salieron las raíces,
los pálidos tentáculos,
los pálidos tentáculos,
cayó la tarde:
como avergonzada,
de luto, todavía,
las nubes lejanas.

Sobre el pasto, tupido
y pesado, y las ortigas
que, de no esquivar,
pican peor que espinas,
el hongo descubre,
perlado por alguna mota
de barro, su luminoso
sombrero, haciendo pie
en la bosta que lo abona.
Relumbran en el matorral
abigarrado, de perfecta
acústica para el canto
de escuerzos y sapos,
el hongo y la flor,
lila, del cardo largo,
largo, flaaaco.
Al paraíso, bah,
la lluvia le resbala.
Quedó partido,
apartado del camino.


Los perros, toreando
como locos, algo
maliciaron: el Cuál,
el Timbre, el Leal
y el Quédice.

 
Las casuarinas anidan
seguras en la tierra:
afirman sus raíces acá
y allá. Así la torcaza
bate sus plumas contra
la paja que la acoraza.
Se ofrecen compañía,
todas, en una danza
sosa de hojas, se dan
charla, en un susurro
de hojas en danza.

No hay viento que tumbe
esa charla, ni tormenta
que perturbe esa charla.
El carpintero, que sabe,
hace allí su agujero.
En una margen y otra
de la huella se plantan,
en hilera. Cada una vela
por la otra, expira
el aire que otra espera,
mirá, mirá...

...ahí,
acostado.
Los perros, toreando
como locos, algo
maliciaron:
raíces, no flores.



 [...]

El paraíso quedó
partido y acostado
ahí, en un desvío
del camino. Sacaron
las raíces y las hojas
y los gajos y las ramas;
trozaron el tronco
arrancado de cuajo.
En una parva de trastos
y basuras le dieron
fuego al despenado
por el viento que,
contra lo anunciado,
ha vuelto, o por el rayo,
tras apuntar el refusilo,
o por el diluvio, fugaz,
de granizo.

Tierra y ceniza hicieron
una masa grisácea
y tibia, mortaja,
o materia nutricia
de una fuerza, por ahora,
escondida.




[...]





































Irma Marc



Irma Marc, Los ojos, Ruinas Circulares, 2013.














Boquitas

                            “Su gemido cada vez más pequeño y luego el silencio tan
                             grande/ tan inmaduro cae sobre el cuerpo/ y no lo cubre”

                                                                                  Maritza Kusanovic
 


Entro con un gemido
a la niñez,
me acuesto sobre la hierba
donde agonizan
pequeños torsos de plástico,
las cabezas rodaron como piedras
en todas las direcciones,
aquí y más allá se abren boquitas para decir mamá
con la apatía de los que una vez
satisfecho su sueño,
piensan no era esto y buscan otra cosa
que soñar.


¿Con qué silencio cubriré más tarde
mi miedo a las muñecas rotas?








Los ojos


 

La Nena le hundió
los ojos
clavándole los pulgares con un solo movimiento preciso,
los ojos dieron vuelta sobre sí mismos en un giro completo.


La Nena sintió cosquillas
en la yema de los pulgares
cuando las pestañas volvieron a quedar en su lugar;
oprimió más y los ojos se perdieron
en la cabeza sin cerebro de Pierángeli.


La Nena la miró sin reconocerla
a causa de las lágrimas y del frío de la muerte.
Guardados los ojos dentro de la nada.


El vacío de los ojos.
Los ojos de la muñeca Pierángeli eran la nada.


Cantaba el aire en las cuencas inocentes y bellas y encantadas.


¿No es la muñeca más que los ojos?
¿o es un cuchillo a mitad de la infancia?