jueves, 30 de julio de 2015

Lisi Turrá




Lisi Turrá (Buenos Aires/Guadalajara, México), La cacerola deslumbrante, Leviatán, Buenos Aires, 2014.
















VII

Irrumpe una gata en la mesa de trabajo
con su melodía de pelos y minutos.
¿Tiene alma el tiempo?
Ella la tiene
sentada en su país internacional
de centímetros cuadrados:
tiembla mientras le saco una foto
al lado de las chucherías
desparramada entre el esplendor
de los tristes lápices.
Años rápidos que pasan con la cola
parada
ternura de la lengua en la certeza
de lo que escribe.











XI

Nadie sabe que dentro de una
noche que no terminó
barriendo las estrellas bajo la alfombra
   del alma
un corazón pasó sobre las huellas
por donde pisó el silencio.
Que una vez fue un animal de oro
cuando pronunciaba la luz del día
alguna vez un dios multiplicado
en la anatomía de los colores.
Hacia una sombra despiadada
su dolor maduro volvió los pasos
–poema caído–
variaciones de música desordenada
   por la tormenta
y fue perro aullándole al relámpago
y como un papel en blanco se quedó solo.




























martes, 28 de julio de 2015

Manuel Martínez Novillo (h)





Manuel Martínez Novillo (Tucumán), Cómo llegar adonde estás, Culiquitaca Ediciones, San Miguel de Tucumán, 2015.


Agradezco la lectura de este libro a Fabián Soberón.














Iguales

Alguien al costado del camino 
podría estar viéndome pasar; 
acaso ese niño que pisa desnudo 
la palangana, y él también podría 
olvidarse inmediatamente de mí. 
Tal como yo, que lo borraré como borraré 
los postes de luz, las señales 
-¿quién sabe?-, 
incluso la ciudad entera, más tarde. 
Seríamos iguales en ese instante: tan ajenos, 
tan lejanos, no más vivos 
que la ruta, las montañas o las casas. 











La patria es un lugar extraño

Elsa llegó mientras yo acomodaba 
el almacén del tío Ray. 
Negro, me dijo, ¿sabías 
que las estrellas brillan mejor aquí 
que bajo el cielo de los blancos? 
Sostuvo mi cierre, primero, 
y luego me hizo ver el destello. 
 “Nada de lo que pensés será cierto: no somos 
los dos últimos habitantes del mundo. 
Para mañana, lo olvidarás, 
como el día se olvida en la noche. 
Como debe ser”. Cuando al fin 
conocí a mi esposa, 
yo ya no recordaba a Elsa. 
Ella murió en un callejón, 
dijeron, como debía ser. 
La patria es un lugar extraño 
para el que añora una tierra verdadera, 
una tierra que habite en él.
Los otros no tenemos más remedio 
que amarla; la amamos como amamos
a la madre, a la virgen, al maíz y al agua. 
Entre los negros no habrá héroes, 
porque a ellos la guerra, la patria y la muerte 
les llegan como el día 
llega en la noche, como debe ser.












El desierto

Se vive allí el día entero entre hombres. 
Se ve todo lo que hacen, 
se oye todo lo que dicen. 
Sabíamos que la historia del tigre 
no podía ser cierta, pero la contábamos 
de todos modos. “El general divisa el único árbol 
que interrumpe el desierto. Corre 
y se trepa en él. Tan débil es el tronco 
que se dobla hasta tocar el suelo. 
El general logra equilibrar su peso 
casi en el aire, y pasa en esa esforzada 
situación la noche entera. El tigre, que había estado 
acechándolo, se aburre de esperar y se va”. 
Un sargento desmentía ese desenlace; decía 
que al día siguiente él mismo con sus hombres 
habían encontrado al general en el árbol y que el tigre 
escapó recién entonces, cuando quisieron atacarlo. 
Esa misma tarde llegamos a un prado de hierbas 
y los caballos pudieron refrescarse a placer. 
Algunos prefirieron velar esa noche 
al costado del pequeño lago. Yo me despertaba
a cada rato para verlos cabecear de sueño 
y eso me tranquilizaba: no podía aceptar ni aun dormido 
ese placer tan sutil que intentaban darse. 

























lunes, 27 de julio de 2015

Luis Bacigalupo





Luis Bacigalupo (CABA), Mixtión, El jardín de las delicias, Buenos Aires, 2014.
























Rutina 

Por las mañanas de invierno
hurgo en la bacía de porcelana gris
las frías tripas del pollo. 


Consérvolas como mi más preciado tesoro
el que a su vez uso a guisa de collar
para pasear el perro. 


Las sobo con delicada disposición con mis dedos tibios,
recién despiertos. 


No me gusta que se me escurra la vida así nomás. 


Son vísceras de una exquisita sinuosidad;
más endemoniadas que un río de várices,
como esos meandros que recorren las carnes
de una maestra de escuela o
de una poesía nacional. 


El curso de la vida avanza por mis dedos.
Tengo frío y hambre y mi perro –que no es menos
que un poeta nacional– me solicita lo saque a paseo
de una buena vez. 


Aguarda un instante perrito obsceno,
es duro lidiar con el nudo de la corbata a estas horas del día.
Deja ya tus extravagantes cadencias y... ¡a la cucha pues!
Es tan duro así lidiar. 











Islas son pequeñas 

Extensivo manto. Fuera,
en la marea,
lejos del luminoso seno.
Al huir.
Intensidad que arrastra
copiosas tierras fluctuantes.
La amenaza
de esperar sus aguas
lejos de aquí.
Allí:
contra la piedra
la espuma, la ilusión
quizás también rompan. 











Nada más existía 

En un principio
Tú estabas allí
Comiendo nueces.
Yo, del otro lado, con los
Ojos privados de visión
Mascaba una ramita de laurel.
El murmullo del arroyo adormecía
La gramilla. Entonces,
Nada más existía
Entre nosotros dos. 










En un principio, los nísperos 

También, en un principio
Tú estabas allí.
La primavera sucedió
Al verano, extrañamente;
El murmullo del arroyo
Luego adormecería
La gramilla.
Claro que los nísperos
Y esa ramita de laurel. Nada más.
Nada más que la existencia
Entre nosotros dos.











Cierta mañana 

Salí a comprar pescado fresco:
nada como esa carne pálida que se deshace
en la roja aspereza del paladar. 


Salí con todo el tiempo encima y por delante.
La calle húmeda,
el cielo disuelto en los charcos. 


Los evitaba, como se evita el verdadero amor. 


Por la recta corriente penetrando
los perfumes del día avanzaba
rumbo al futuro de la calle. 


Era de nuestro agrado desmenuzar
la carne pálida con parsimonia,
prolongándonos ambos en uno y delectándonos,
con lengua y paladar,
como si el mar nos fuera propio y el nadar
facultad mayor. 


Lejos estaba el puesto de pescados.
Más lejos aún el mar entornaba sus puertas
pero no impulsaba la corriente otra humanidad
que mis pasos,
elusivos y sin nunca llegar
antes de que arreciara el temporal. 


Flotaba mi conciencia entre el puesto y el mar
como una mosca en un desconcierto oceánico. 


Y eludiendo uno a uno los charcos
para que al fin pudiese así disolverse
en la roja aspereza del paladar, Aurora,
tal vez hoy o, tempranamente mañana
por la mañana. 


Pero nunca es lo bastante fresco,
llegue antes de salir, Alba de regreso,
pronto acaso hieda.
























martes, 21 de julio de 2015

Pamela Neme Scheij




Pamela Neme Scheij (Palomar, Buenos Aires), Espinas, Del Re(f)alón ediciones, Merlo, 2015. 

Colaboración de Patricia Verón.

























Qué vio de niño
cuánto ancló adónde.
Mecánica de la memoria
que lo dejó sobrevivir
a su apellido. 


Reitera el cuento papá
como quien rinde homenaje
a sus muertos o escribe
penas viejas en mis oídos 











La proa del barco al cielo
casi vertical, los pasajeros
chocaban, se hundían
con la popa
el miedo. 


Lavive caía del aire al agua.
Las piernas de Nadua
se hirieron hondo, rota la carne,
las venas, salvó a su hijita
ni pisada esta tierra. 


Nadua no advirtió
en ese dolor
en ese riesgo
el bosquejo de su futuro
o sí. 











Ese hombre
la trajo a un mundo
carente de hermanos
todo ranchos y fronteras. 


Los días de barco
le dejaron un látigo
en la mano y una piedra
en cada ojo. 


Ya no la amó
sino detrás de su espalda
o debajo de sus pies. 












En las afueras de Salta
mitad pueblo, tierra
mitad blancos, cruces.
Parir, parir, parir
inventar la cena
creer en él. 




















viernes, 17 de julio de 2015

Verónica Yattah





Verónica Yattah (CABA), Los perros también se van, Viajero insomne, Buenos Aires, 2014.

Colaboración de Patricio Foglia.




















¿Qué veíamos en los perros?

¿Qué veíamos en los perros?
La agilidad de los galgos no alcanzaba
y los hombres necesitaban
meter sustancias en sus cuerpos.
Con tu cámara filmaste
cómo sostenían el muslo de un perro
y lo acariciaban hasta aflojarlo,
hasta clavarle una aguja.
Fue raro que tomaras esa imagen
porque el documental no iba a ser de denuncia.
Yo corrí la mirada y vi que estaban listos
seis de los perros de las gateras.
Desde el otro extremo de la pista
alguien arrastraba por la tierra
un cadáver de conejo.
A los galgos los ojos se les salían.
Cuando volvíamos dijiste que lo difícil
no era ver todas esas cosas
sino hacer algo con ellas.










La médica dice que la anestesia va a tardar en hacer efecto

La médica dice que la anestesia va a tardar en hacer efecto.
Por un momento nos quedamos mirándonos
ella como pidiendo que me afloje
yo empezando a sentir un cosquilleo en los labios
y unas ganas de salir corriendo.
Sobre el haz de luz, la radiografía de mis dientes.
En un rato esa imagen y la realidad
van a ser cosas distintas.
Vos encontrabas parecidos
entre la forma de una nuez y la del cerebro
o grietas del desierto y las líneas que deja
la borra de café.
Las raíces de los dientes son plantas acuáticas
que se mueven como animales en el fondo del mar
y parece mentira que en unos minutos
dos de estos dientes vayan a dejar de existir.











Durante la cena hablamos de tu viaje

Durante la cena hablamos de tu viaje.
Habías estado en un país tropical
rodeada de amigos que para distraerte
te llevaron a conocer lugares.
Habías quedado encantada con un boliche de samba
donde las parejas duraban sólo una canción.
Tu viaje y yo empezábamos a ser mundos diferentes,
sin embargo esa noche al plato lo compartimos.
En un momento tuve que ir al baño.
Hacer pis en el baño de un bar tensando las piernas
para no apoyarme en la tabla y leer los graffitis.
Uno decía Juan te amo, Clara.
Cuando volví me preguntaste qué me pasaba.
Yo pensaba en el graffiti
pensaba que probablemente los mensajes de amor
no eran más que eso:
garabatos muy tenues sobre la puerta de baño de un bar.










lunes, 13 de julio de 2015

Claudio Archubi







Claudio Archubi (Mar del Plata/CABA), La casa sin sombra, Buenos Aires, 2015.





















       Él dijo:

       Mi madre me regaló una flor que se deshace.

                                               (No le echés agua, echale tierra.)

      Es una flor seca que vive en la sombra, mantiene la casa limpia, llama al silencio.
      Es una flor duradera como una foto vieja, como una idea, como un dolor.
      Dice que compite con los cactus, con los matorrales del desierto, con las cosas que se escriben en las piedras.

                              (Cuando no estemos ni tu padre ni yo...)

      La casa estaba limpia, extremadamente limpia.
      Pero ella me dio la espalda y siguió con sus cosas.  





 



       Ella dijo:

       Atada a un corazón amigo iba por una pradera de sombra.
       A mi paso, un mundo de ceniza y simulacro.

       (Mi padre había muerto y seguía trabajando.
       Amanecía.)

      También yo había muerto, pero no mi hambre.
      Miré a todos con tristeza.
      Y extendí los brazos hacia mi pradera de sombra.
      Cuán corta la correa de la vida, cuán vasta mi pradera de sombra.
      Latí adentro de la casa negra, la casa blanca, la casa roja.
      Latí adentro de la media-vida, de la media-muerte.
      Y vi mi hambre en cada cosa.

      (Lo veía caminar hacia la fábrica por la calle desierta. Lo veía con mi cabeza en la ventana, encorvado y ejemplar, avanzar entre la basura que volaba, avanzar hacia la estática de una radio lejana, lejanísima, hasta perderse en lo Abierto. Se llevaba su tesón y una parte de mi cuerpo para siempre.
      ¿Dónde estaba mi hermana?
      Mi madre no quería dejarme salir porque afuera hacía frío.
      Había algo de verdad en eso, lo sospechaba...)  




















 


domingo, 12 de julio de 2015

Rubén Devoto




Rubén Devoto, Y en la noche giralunas, Vinciguerra, Buenos Aires, 2014.























Pertenecer I

Tan lejos, 
en una plaza de Toulouse 
recordé el día en que mi padre 
me llevó a conocer la tapera 
–que fue casa
donde vivió de niño.
Allí, 
al bajar del auto vi 
cómo la felicidad le metía, 
a mi padre, toda la mano 
adentro. 
Sentir pertenecer no es evitable; 
colma el dedal sorprendido del instante 
y en ocasiones lo rebosa 
mojándonos los pies.








Pertenecer II

Se tocó con el dedo. 
Se apoyó en la nariz la yema 
húmeda.
Allí estaba el olor de su hombre, 
en la entrepierna 
y en el dedo. 
Y se sintió suya, 
sin amarras, 
desesperadamente. 
Para sentir pertenecer 
basta con un instante, 
es como un lanzazo inesperado 
que nos enajena a alguien, 
es un sentir tan inevitable 
como un bostezo 
como ese olor 
o el halo inconfundible del recuerdo que vino 
nos rozó y se fue.













sábado, 11 de julio de 2015

Alicia Pastore



Alicia Pastore (CABA), Enhebrados, La Luna Que, Buenos Aires, 2015.
















lluvia
 
al fin la lluvia
tiende  el manto
para el descanso


barre el suave contacto
de un cabello
fino y blanco


aquí
duerme el desvelo


si alguna voz
derrapara en la oquedad...
pero no,


los pájaros apenas
exhalan su vigilia


cae el agua
y mientras
el desprendimiento
de la espuma
disimula


los ruidos de la calle







sustancia
 
sustancia de llama
y clausura


la penumbra
olisquea en la ruta
donde han caído
máscaras, escudos,
injurias
y otras pertenencias


el silencio nombra
y  parte
hacia un exilio vasto


-el recóndito deseo
ha quedado
exánime


sin embargo


/perdura su luz-
aún no es
tiempo de desguace/







desguace
 
está cerca,
vigila con su haz
de arbitrariedades


no reconoce
rostros antiguos,
ni atisbo de
generosidad


abre estrías nuevas,


es la mano
del anfitrión
indicando el estuario
donde coros afectuosos
reciben
al nuevo huésped







huésped
 
burla el acecho


las lámparas
suben
hasta lo más alto
de la nave


atraviesan
membranas deplorables,
intimidan
desde el rezo,
embaucan
desde la caricia,
suspenden estertores


surtidores de deseo
emergen envueltos
en disfraces solemnes,
sueldan bordes
incompatibles,
casuales


el huésped
se acomoda
al soplo
de su hambre




[...]




al fin la lluvia
es el descanso


deja oir su caída
tintineante,
ahoga los ruidos
de la calle


el mundo
es un viejo ardid
aprendido
en la infancia,


y ahora
desaparece







desaparece… 

…el mundo

la incontinencia
de deseo


el deseo de tomar
al otro,
lo del otro,
el otro


no el huésped







el huésped 

ve las lámparas

como si fuera un hilo
enhebra lentamente
su pesada herrumbre
al ojo de una aguja,


crece el latido
de la lluvia,
en su vuelco inminente
arrastra
una fina presunción


y la aguja,,,