jueves, 12 de noviembre de 2015

Mariana López



Mariana López (CABA), Velorio y velódromo, Vox, Bahía Blanca, 2015.





















1


A veces le digo algo a alguien y escucho el ruido de un trapo que se rompe.
Coincide con alguna frase, como ser: “ayer, al final, les conté de tu enfermedad”.
Entonces escucho el ruido de un trapo que se rompe.
Cuando me peleo con alguien no siento olor a quemado, ni se me pone la cara colorada, pero sí escucho el ruido de un trapo que se rompe.


Hay algo que me va a salir de adentro de la oreja.


Veo mi futuro reflejado en el picaporte de la puerta:
voy a estar leyendo en un bar, pelada.


Para evitarlo tengo que volcar en la cama tendida:


jugo de naranja,


tierra.



En la mesa del bar se cae una maceta,


queda la forma cilíndrica.


Apreté fuerte la tierra, me acordé de mi padre. Todavía latía, o era un terremoto muy suave, de grado bajo, como el que hubo esa vez que decidí no llamarte, y vos tampoco me llamaste, y no nos vimos más.


Cuando vuelan los pájaros arman la forma de otro animal:


seis gorriones arman un rinoceronte y
ocho gorriones arman un león y


mis pulmones son estuches de guitarra.



Es bailarín y tiene cáncer,
me lo contó en la primera cita.
Fue la primera cita más extraña de mi vida,
porque había de esas lucecitas que son como una nieve en los boliches.



Yo quería comprarme un colectivo
y atropellarlo para no tener más problemas.


El tiempo estaba suspendido como una nieve.

Un cáncer inoperable. Fuimos a un bar que ya conocíamos, que tenía todos los bancos de madera: llevamos un destornillador para tallar nuestras iniciales en todas partes. No nos habíamos besado todavía y ya estábamos tallando nuestros nombres en todas partes.




En la estación de las alergias hay que cambiarlo.
En le estación de la sandía hay que cambiarlo.
Cuando el murciélago hiberna hay que cambiarlo.



No hay un sentido,
sólo ese gesto que hacen las telas cuando
las traspasa el viento, que
no es ni un sí ni un no.



Vio a dos mendigos que dormían juntos en un colchón en la calle,
cada uno orientado hacia un lado como la figura de un naipe.



En la estación que en sentido figurado representa la vejez
como la caída, el ocaso,
esa transición entre la vida y la muerte,
hay que cambiarlo.
Entonces pensó “cuando me diagnostiquen las verrugas
me voy a vivir con ellos”.



2


A él sólo le importa mi cara.
Mete mi nariz en su boca,
mete su nariz en mi boca.
Del resto de mi cuerpo, nada.

Hay una fina línea de luz que se ve debajo de la puerta como un párpado.


Estoy sentada esperando a que salgas de la tomografía,


pendiente de lo que sucede al otro lado de la puerta: los pasos, los golpes,
el ruido del tomógrafo


es una pintura.



3


Preguntaste por mi árbol de quinotos
que da frutos
en invierno.