jueves, 20 de abril de 2017

Laura García del Castaño


Laura García del Castaño (Córdoba), El sueño de Sara Singer, Caleta Olivia, Buenos Aires, 2017.





















La muerte es un film de Woody Allen

Temo a los poemas cerrados como hombres solos
a los mapas de ciudades hundidas o inexistentes
a los perros atados en las fábricas
a los manojos de llaves
a las mujeres que harán de mi su Atolón Bikini
Temo a la palabra huésped
al suspenso de una dicha que se tarda
al rastro del ciego
a los coleccionistas, a los testamentos
Temo al vaivén de los santos en las procesiones
a las ancianas de pelo rojo,
a Cècile, de bonjour tristesse 
a la canción que pusiste el día de nuestra muerte
Pero sobre todas las cosas temo
al asesino
en el sueño recurrente de mi padre,
a su víctima
y a esa parte que quedó
viva para contarlo.












La música del esquimal no viene de la música


porque el dolor del esquimal no tiene habla
Por eso fabrica su tambor con la piel de la morsa
la piel de su estómago

Un animal mudo digiere su pena
Un dolor enquistado en un antiguo depósito ya no 
prosperará

Fabricar un instrumento con la piel de un animal mudo
te asegura el silencio

Este dolor no tenía estómago ni música ni fiebre
Era rabioso, noctámbulo, glaciar
así como un murciélago
Fabricar un instrumento con la piel de un animal rabioso
me aseguró el final.










El río Awash

Al norte de Etiopía en la tribu Afar
una mujer camina quinientos metros hasta el río Awash
para traer veinte litros sobre sus hombros

A simple vista, parece no costarle esfuerzo
Como si antes de cargar todo ese peso
hubiese tenido que vaciar su propia sed.












Cuarto de huéspedes

El cuarto de huéspedes es pequeño y sin llave
ropa vieja, bolsos de viaje
salvo por un cuadro de la tribu Maasái
nada presumiría aquí lo salvaje
dos hombres trepados a un árbol
en medio de la noche
hacen sonar sus dedos
para que un ciervo no identifique su habla
Los chasquidos encajan mejor en la naturaleza
El ciervo nada oye
y es parte de la naturaleza de este cuarto
pequeño y sin llave
prácticamente mudo
si no fuera
por ese viejo placar
que cruje en medio de la caza llamando a sus huéspedes
aunque aquí la noche esté desperdiciada.