martes, 22 de septiembre de 2020

Ruth Lasters por Micaela van Muylem

 

Ruth Lasters (Amberes, Bélgica, 1979)

Micaela van Muylem (Córdoba, 1979)

Fotómetros/Lichtmeters, edición bilingüe castellano/flamenco, traducción de Micaela van Muylem, Córdoba, Viento de Fondo, 2019.







De "Wervels/Vértebras"


Resorte 

Al hombrecito todo-va-a-estar-bien, de hierro y engranajes 
debe darle cuerda, cada día, un ciudadano 
diferente. Sólo con el resorte bien tensado 

recorre espasmódico las calles y las plazas gritando: 
“¡todo, todo va a estar bien, 
siempre!” A quien olvide su turno le espera una multa/reprimenda/pena 

de muerte (ni por asomo, amor mío, eso no 
existe siquiera para quien intenta un elixir altamente tóxico 
de inmortalidad). Ahora en serio: quien fracase 

en su deber de dar cuerda deberá buscar con los ojos vendados el modo 
de construir un hombrecito todo
estará-mejor de tornillos extraordinarios, incontables roscas 

de escoria







Furtivo 

Para vos dejo mis dedos en estos nudos, 
puntadas simples, a medio hacer, en un poco de cuerda. Una habilidad 

anterior al fuego, anterior a que deshilvanadas 
casualidades llamadas lengua conquistaran nuestra mente 
como un único terrón de arena de la costa 

una gaviota permanente chilla dentro, en lugar de 
por encima. Escondida en mi propia cabeza 
a veces hago guardia como un cazador furtivo 

esperando averbal la presa en tus 
pensamientos, paseo entre aquello que evocás irrepetible 
y sin alusión, como anudando colgantes, incontables 

escaleras de cuerda hasta vos.







Distancia 

Precisaba un instrumento para medir la distancia entre mí misma 
y los demás, una pila de platos, por ejemplo, interpuesta entre alguna gente 

y yo, como una competencia por la torre de platos más torcida 
que pudiera mantenerse en pie. Con otros me limité a sostener 

ante mí la porcelana, como un prematuro donativo para una posible reconciliación futura. 
En tu caso reduje la pila a la mitad, formé dos desvencijados asientos en que 

nos sentamos a conversar acerca de un absurdo: de jóvenes, tener mucho en común 
con otros nos parecía una amenaza a la autenticidad, ya mayores 

el temor es, sin embargo, que prescindibles nunca, casi, del todo… 
como un mugroso platito debajo del cuenco de leche 

para los gatos.








De "Halfronden/Hemisferios"



Cristal 

Exigí el derecho de recorrer la arena con la que harán tus nuevas 
ventanas. Es muy diferente mirar a través de los cristales si antes 
estuviste paseándote sobre la finísima blancura con la que están fabricadas. Sí, así, 

paseándote sin certezas, porque tampoco es que a través del vidrio que será 
luego quieras, resuelto, ver todo sin especular, es como usar guantes 
para amasar el pan. Y dejar que se te escurran algunos granos entre los dedos ahora 

para que así, a través de la futura ventana, se deslice tu mirada en la mirada 
de otro acaso con la misma cantidad de partículas expresivas. Pedí, 
por último, si es posible que a la vieja, la ventana que hay que cambiar, 

una vez más en arena, en un balde, opaca 
y así, por fin, ella misma 
visible. 







Código 

Que esos tontos, tontos extraterrestres 
van a confundir las marcas en el asfalto de este planeta 

flechas, sendas peatonales, líneas 
con signos de un idioma en clave, al desembarcar aquí 

siglos después del fin de la humanidad. De eso tenés que hablarme al final, 
cuando esté gimiendo y delirando, en vez de falsas 

esperanzas. De cómo 
enviarán a sus más sabios a descifrar el pavimento entre Zúrich 

y Turín, zumbando a poca altura sobre Estambul intuirán el párrafo 
de un mito, una epopeya, en último caso una saga. Y quien entre ellos se atreva 

a afirmar que se trata de meras señales de tránsito: ¡chac! será decapitado, 
¡chac! ¡chac! en la plaza.







Instante 

Hacer tangible el ecuador tras siglos, como desmedido sustituto de 
todo aquello que ya no puede asirse. Tender una soga para la ropa 

que se deslice, flote exactamente entre los dos hemisferios. En 
Ecuador, intentar locos asir una sábana que se infla con algo semejante 

a una respiración incorpórea. En Gabón, todos los roces, caricias que todavía 
hubieras querido en la piel de alguien – en un único pañuelo 

que se está secando y que un gerente de la realidad 
aquí y ahora se ve obligado a agitar contrariado por tamaño despilfarro 

de soga. Puesto que una única minúscula pelusa blanca ya nos asegura 
que puede volver a materializarse mucho, incluso –en forma 

de castañas silvestres y, de aspecto casi idéntico, domésticas– 
el desconcierto.








De "Draadloos/Inalámbrico"



Arroz 

Por cada disgusto hundí mi mano en una bolsa de arroz 
y remití en un sobre un único grano al lugar de origen, 

a un granjero en Angkor, que a su vez me enviaba una canica 
de arcilla por cada 

felicidad inesperada, la vez que por milagro una esquirla de mina sólo 
le destrozó el empeine a su esposa, o cuando no perdió toda la cosecha 

con la tormenta. El último grano que le envié: para Pascuas, después de que vos 
y yo habíamos vuelto a esconder en la casa canicas en lugar de 

huevos –quien encontrara todas las suyas en un día, podía marcharse, 
para siempre, sin reproches– y vos a las mías apenas 

las habías ocultado, las siete junto al zócalo, 
al alcance.





Bosque 

Que si alguna vez viste 
el después de la pirotecnia. Las ramas de humo 

no el destello, sino los troncos esponjosos en el mismísimo lugar 
en que hace un instante estallaban fuegos. El bosque de aire 

que unos segundos después de la extinción emerge 
ante tus ojos. El valor residual que en realidad es mayor que 

la belleza intencionada de la lluvia de colores. Así también es 
–después de que suspirando dijeras que, pese a todo, aun infiel, 

seguís queriéndome– lo que queda flotando en la habitación, más bello por 
incisivo, terrible e involuntario: lo irreparable 
entre nosotros.