lunes, 31 de octubre de 2016

Inés Legarreta


Inés Legarreta (Chivilcoy, Buenos Aires), La puntada invisible, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2016.





















IV

no me visita la gracia
ni la belleza
quizás no sea posible
la súbita iluminación el grito o el aullido
porque los versos dependen más que de cualquier otra cosa
de mis manos
van por el papel dejando constancia de la carne
y el olor de todos los días
la cocina la ropa usada la tierra removida por la lluvia
cuántas sábanas
a veces se quedan con un perfume
y sonríen por el rastro de los cuerpos en la noche o en la
madrugada
o a la mañana al despertar
entra el sol
las manos escriben
y el anillo de piedra tiene
la marca del agua, la sal
que se deposita en silencio
como en los cuerpos las arrugas y los dobleces y el ruido del
tiempo
apaciguado por nosotros
con palabras












XII

Viene el agua desde donde
hubo un cielo
y se cae en las baldosas en los canteros en los rosales
tan suave
como música alejada en la memoria
de algo feliz
que no vuelve












XXII

No siempre
cae la ira de dios
arrancando las señales del camino
más bien
somos
pequeños simulacros
el aleteo de yeso
de un pájaro
en la cornisa de un monoblock
en el hilo de una línea telefónica hundida en el agua de la llanura
la rabia
una ola mansa












XLV

No fue sol de enero en calle polvorienta de tierra
el latir
ni la helada cerrazón de la pena en el valle hambriento
de lluvias
fue
que no sé
que no sé




























jueves, 27 de octubre de 2016

Daniela Camozzi


Daniela Camozzi (Buenos Aires), El amor en Blade Runner, ilustrado y diseñado por Bruno Rota, Buenos Aires, 2016.

















la amorosa comprensión del padre
Tyrell

hijo mío, te estoy esperando desde que naciste
sé que cruzaste toda la galaxia
para llegar acá

estás buscando solo una cosa: cumplir
con tu destino, como todos,
y pensás que yo tengo las respuestas

pero no es así, Roy, tu destino
no es interrogarme ni vivir eternamente
¿no ves que estás aquí para matarme?

solo necesitarás tus manos, acá
está mi cabeza, soy tuyo

debés ser fuerte y cumplir con tu parte
todo esto ya está escrito, hijo mío

no llores
no hay nada que lamentar













el fuego insolente del amor por el adversario
Roy

si ya maté a mi padre
mientras esa lechuza mecánica lo grababa todo
si ya ejecuté también a su lacayo
¿qué más ahora, sino brillar,
frente a vos, digno en mi final,
con mi pelo platinado y mis ojos de fuego?

me di el gusto de salvarte de tu caída
para que atestigües mis últimas palabras,
mi poema a los cielos y sus máquinas

¿no es evidente que fui yo quien buscó
cambiar el curso de la historia
desafiando la ley que me impusieron?

yo soy el verdadero protagonista,
vos, Deckard, solo sos un babeante
tembloroso personaje secundario














el amor como duda y como viaje
Rachael

no me interesa saber si somos tan distintos
o si justamente por eso, amor mío,
huimos juntos, envueltos en una música
que parece llegar de las estrellas
en un viento que es de este mundo
pero ruge huracanado como si viniese
del lejano lugar en que me hicieron

desafiás todo lo esperado de vos,
amándome, a mí, que solo tengo
mi estola gris, estos rizos de muñeca,
unos ojos que apenas parpadean,
la única posibilidad de mis programaciones

quizá ya se cumplió la fecha
estipulada para mi muerte
o quizás este viento que ahora
parece soplar incluso más fuerte
no nos deja pensar si el tiempo
que nos queda es mucho o casi nada

de un modo o de otro, Deckard,
aquí estamos, viajando en el más bello
convertible nunca visto
cada vez más lejos de la atroz secuencia
de los origamis, del cazador

que tan seguro estaba de atraparnos












el amor nos transformará en lo opuesto de lo que somos
Deckard

al apoyarse en las teclas del piano
tus manos hicieron sonar
una música perfecta
idéntica a la que tocaba mi madre

alguien habrá puesto
ese preludio en tus programas

yo no pude más que sentarme al lado tuyo
y al verte así
los rulos negros sobre la frente
tuve que besarte, Rachael,
y vos me dejaste hacer

mirándome con tus ojos de otra galaxia
cancelaste mi mandato de verdugo
me convertiste en esto que soy ahora
un fugitivo, tabula rasa

no sé y no me importa
si soy humano o androide
que otros interpreten, se preocupen:
yo solo quiero seguir conduciendo
viajar para siempre al lado tuyo


































domingo, 23 de octubre de 2016

Graciela Perosio


Graciela Perosio (CABA), El privilegio de los años, Leviatán, Buenos Aires, 2016.



















cómo soportar la propia historia
el peso de todo lo que hicimos
y el de lo que no
sin poder cambiarlo y midiendo
ahora, las consecuencias
del vértigo
del miedo
o de la ineptitud
cómo soportar y soltar riendas
a ver qué hace el próximo jinete
y qué entregar aún
cuando hayamos
traspasado la montura
qué otra palabra
capaz de alquimia
o acaso de perdón
y aún así
cómo soportar
haber envejecido
y no saber












a veces, raras veces
al mirar atrás hacia las raíces
con los ojos cuajados de relámpagos
porque los temporales se agazaparon allí
pensás “¿será verdad que es ésa nuestra vida?
¿será cierto que los hechos ocurrieron así?”
la memoria se divierte con la fragilidad
de nuestros sentimientos
y dibuja historias fáciles de confundir
la palabra “yo” nombraba algo
hace tres meses
que hoy no nombra
aún no había llegado el correo
que nos sumergió en la incertidumbre
ni había muerto ella
a quien llamaban mi alter ego
y su voz me inundaba de risa
en el teléfono
eso que dice la palabra “identidad”
es tan cómico
porque nunca es idéntico
lo idéntico y al mirar atrás
qué ves, acaso
¿el cuento de la noche
para poder dormir
o la esperanza
de despertar
y averiguarlo?












hubo en mi infancia un patio amarillo
hubo además, un acolchado rojo
que los años fueron destiñendo
lo tendía en el centro
para recostarme encima
con el propósito expreso
de mirar nubes
cuánto amaba seguir las transformaciones
de castillo a dragón, de princesa
a caballo, a pajarito, a mariposa
y mi vieja desde la cocina: Graciela,
andá al almacén, necesito manteca
y yo: pero no puedo, mami, estoy ocupada,
estoy pensando
mi vieja impávida, sin saber
qué hacer con su enojo
porque intuía que la hija
no le daba una excusa, sino que era cierto
el pensamiento siempre fue mi fortaleza
frágil e invencible
como las nubes
el deseo de la piel
en cambio
se me perdió
¿cómo encontrar hoy esa voz subterránea?
apenas, el gemido de una niña
que se quedó sola con las hadas
no del todo confiables

                                                     (a Leonardo Martínez)












agotada de libros y papeles
–tanta letra–
salgo a despabilarme por el Rosedal
al llegar al lago, oigo el atronar
de un avión que despega
lo veo girar al elevarse de la pista
sobre el río, invisible desde aquí,
en la curva distingo
que es un Airbus de Tam
miro la hora, sí, en él
viaja a Brasil, mi nieta
siento que el futuro va
allá arriba por el aire
con el canto de las mujeres de casa
el mar de Génova
las alturas de Chiávari
unidas a la selva africana
al samba brasileño
ahora se aleja, sube, sube
ya no hay ruido de motores
sólo queda flotando
sobre el agua
la palabra
ella


























sábado, 22 de octubre de 2016

Roxana Molinelli


Roxana Molinelli (Buenos Aires), Las mañanas, el deshielo, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2016.
























Por los costados la cordillera envuelve
un valle de acequias,
sin tele
ni señal
ni costumbres de tumulto.
En la cabaña
limpiamos el polvo de un baúl viejo
y lo abrimos.
Llegan criaturas que hablan de lo simple.
De la mano humana
un par de casas
y el camino que sale largo
a una ruta a otra provincia.












De chico te obsesionaba la altura de los ríos
¿Qué tan lejos está el fondo, a mí me tapa?
Vamos en taxi y el chófer explica
que el Paraná del Chaco
tiene laderas blandas
la tierra se desliza
por eso no hay balneario ni costanera
afirma él que sabe y yo siento
que algo esconde o desconoce
el río.
Al cruzar el puente dice ¿ven?
Y lo que vemos son rocas
ya no hay barro, atardece
el río intuye una distancia
la lejanía del mar
la extensión de su cuerpo
que dos profundidades pueden tocarse
y no hay ahogo
que el mar está ahí
aunque no lo vea.












¿Y si pudiéramos convertirnos en luciérnagas?
Soles minúsculos
brotando
en coloraciones nocturnas.
¿Se puede perdonar el abandono
o somos una herida que va y vuelve?
¿Y si pudiéramos convertirnos en luciérnagas?
Amar lo que nos deja
que los recuerdos sean desfiles
donde las formas que el mundo toma
pasen
desentendidas de este centro.
Admirar la tierra
como una magia desvaneciente,
como augurios
titilantes
en el aire.








































martes, 18 de octubre de 2016

Irene Gruss



Irene Gruss (CABA), Entre la pena y la nada, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.


















Autorretrato

Ah, si pudiera recostarme,
ser así, la mosquita muerta que inclina su cuello, lánguida;
si borrara el rictus de una Callas desahuciada, Magnani en
batón, así me veo,
dulces musas de la debilidad, dónde estáis, denme la brisa,
dénmela,
no la ventolina a orillas del mar, siempre a orillas del
mar, ay me,
mandolina y no viola da gamba,
quién me miraría si él observa el culo
de la que pasa, ay me, cuántas uñas delicadas habrán
rasguñado el hombro, la nuez,
su espalda, oh, su espalda, y engalanar lo que no tengo,
un aspecto sutil, ese gesto de no haber sufrido hambre,
menos ansia
de saber, una sor Juana cortejada por virreyes y virreinas, la
suavidad
del papiro, y el vientre sin estrías, ay me,
si hubiese usado aquel pote, si no supiera que el tiempo no
es el Teatro No,
máscara que cubre el savoir faire y otras minucias, oh,
gatitas, si pudiera lagrimear,
las he visto contonearse sinuosas hacia mi objeto incólume,
han conseguido lo que apenas logré encaramar, robar, gozar
como Dios manda, ah, Dios, si estuvieras aquí, mándame
un rayo, algún fulgor,
esa luz que oculta la vejez, la insensatez,
y vuélveme buena, modosa, bella y paciente,
Ingrid en Casablanca, un lirio en flor, el sonido
de la música.












Torcés la anécdota

Se trata de aliviar el lado suficiente de las cosas,
mirar hacia otro lado. Él llama a esa insulsa y a vos te dice
cortala, vos intentás disipar la niebla escuchando a los 
pájaros.
Ese árbol, allá, un lado de tu cabeza te pide
hacé un objeto estético,
decís después, más tarde, cuando la bruma pase
como la de la mañana temprano;
O cuando te vas y tus hijos preguntan, preocupados,
¿hablaste con alguien?; les mentís amablemente,
torcés la anécdota.
Lees a una chica moderna, escribe con violencia, como si la
molieran
a palos o tuviera un dolor de encías insoportable. ¿Para qué
esto?,
¿lo ves? Descifrás, abrís esa caja donde el aire cabe
y exhalás, tranquila.
El mar no ruge, no brama ni aúlla, no tiene furia ni
es sereno o plateado o verde o azul;
es más pequeño que Dios.
Lo que me importa ahora es disipar la niebla.












Efectos especiales

Alguien ya lo debe haber anotado:
grúa por encima de ciudades futuras, Blade Runner
sobre Blade Runner, pósters del Japón, ruinas
y el disfraz: colorete y bombín, caduco,
fuego más humo de contraste para dar textura: aguas viejas,
plurales,
el individuo en relación con...
Muertos apilados ya no, desintegrados.
El horror, Conrad, ya no, literatura pasada por goteo endovenoso
se desliza el dedo por la pantalla como un efecto, especial,
peces de colores y abedules en gris ya no: la tierra
para el que la trabaja ya no; la explotación del hombre por
ya no: corporaciones vs volverán las golondrinas ya no,
es Brad Pit que envejece como un simple botón; nombres
particulares, polvo
al polvo, nada a durar, replicantes del mundo, uníos;
escribir en la piedra en la pantalla con un dedo grande
en el aire "¡viban los compañeros!", era un efecto especial, se corría
el sentido de la palabra lavidapor, nuncamás, decían los
bienaventurados, perritos de ceniza,
las alas del deseo, la quimera, la función,
y ahora baja la grúa,
y un paneo lejos, lejos, puntos como estrellas ya idas,
burbujas stardust,
Rosebud.


Nota: se usan y/o parafrasean citas pertenecientes a César Vallejo, Francisco Madariaga, Philp Dick, Peter Handke, Orson Welles.












Entre la pena y la nada

Habría que nacer riendo a carcajadas
como hilo de fe, como costumbre.
Pero amor y dolor es lo que expulsa.

Curioso, la gana del llanto primero,
"que grite, que llore, que respire de una vez",
y el alivio, así. Curioso, la palmada en la nalga.

Y luego chupar, prenderse, y el hambre: la necesidad.

Saciados o no, a dormir
se ha dicho.

La mañana y la noche,
asombro por lo que hace la luz con uno.

Y el despertar y el moverse;
crecer, dormir.

El cielo es otro mundo. La calle
es otro mundo. El otro
es otro.

La risa llega después. Como
alegría o canto.

La burla llega después, y
es puro rictus, pura alegoría.

Hay dicha entre la pena y la nada,
entre el sonido y la furia, la duda, el estertor.

Gracia y piedad. Sí,
como reír a carcajadas.




















































martes, 4 de octubre de 2016

Germán Arens


Germán Arens (Río Colorado/Bahía Blanca), Mientras las vacas abrevaban cerquita, Hemisferio Derecho Ediciones, Bahía Blanca, 2016.




















De Pueblada


Célula a célula
el día me entró en la carne
Dejamos el auto en el camino
y en cuero, sólo, subí a la barda

De cara al pueblo
fui poco en la temporalidad de todo
Un hálito de pacífica gloria
se metió en mi nariz

A lo lejos
un cuerpo geométrico
de ciruelos, manzanos y perales;
después la barbarie montaraz

Bajo mis ojos y cabeza
la zona urbana parece un tablero
donde metódicamente
se juega a la vida












Nuestras bicicletas eran rojas
nuestros perros negros

Con la práctica y el tiempo
fuimos buenos tiradores,
hacíamos blanco en los carteles
ubicados al costado de la ruta

Nuestras bicicletas eran rojas,
me gusta mucho decirlo…
Nuestros perros negros

Nadie vivía en la última casa
del pueblo, ni siquiera un árbol
Una tarde, después de caminar y
caminar entre las bardas,
nos detuvimos a la vera de una
vertiente de agua y un sonido nos
reveló la purísima presencia de un
alacrán sobre una roca verde
  
Nuestras bicicletas eran rojas
nuestros perros negros…

Hasta que detrás de un color
naranja se fue el paisaje y el
Rata lloró por todas las palomas
que habíamos matado

Salvo nosotros y los pájaros
nadie durmió bajo ese cielo












De Versos de Gabino



Escena

Hay un orden
definido en las mañanas;
una certidumbre donde se suceden
caras, pasos, autos.
Una escena es la siguiente.
Llevo en mi respiración
la certeza de que nada es cierto.












Pereza

En homenaje a la desidia que siento por todo
perecen palabritas pergeñadas a desgano
de ganas de vivir perdiendo
perdido en esta periferia poética
donde el sustantivo leche
transgrede los hervores creativos
de mis contemporáneos libreversistas.

A mi la muerte me filosofa cortito
y a las divinidades antepongo mi pelela.

A la posteridad la postergo porque vendrá del huevo.

Que malicia esta malicia de decir siendo tantos.
Que contrariedad la de pensar
cuando no hay respuestas a la pregunta que nos asiste.












De Los ojos del cordero


Desperté…
Atravesé un largo pasillo.
Detrás de sus cuatro puertas
duermen mis abuelos,
mis hermanos,
mi tío y mi padre.
El baño es grande,
casi tanto como un espacio vacío.
Desamparado entre azulejos blancos 
dejo el espejo detrás de mis espaldas.
No quiero mirarlo.
Tengo miedo de verme otro.












Los domingos
cuando el tío juega al  fútbol de local
vamos al pueblo.

Después visitamos a Emma.
Ella se está muriendo de a poco
y no sale de su cama.
Tiene los ojos redondos
y la cabeza casi pelada.

A última hora
pasamos por el cementerio.
La abuela le deja flores a Edgardo
y el abuelo dice lo mismo de siempre:
  
–Hay tantos Arens en este lugar que dan ganas de quedarse.