lunes, 30 de agosto de 2021

Valeria Pariso

 

Valeria Pariso
(Muñiz, 1970)

Flores para no regar, Loma Hermosa, Ediciones AqL, 2021.





















3

Si en cada cicatriz me apoyaran
un tallo
con su flor silvestre,
manzanillas, verbenas,
malvas,
dientes de león,
tréboles, blancos,
nadie vería la belleza
de este cuerpo roto
que resiste.








8

Fue inútil el tapado, el alumbrado público encendido,
el agua del río Brenta bajo el puente.

Cuando me tocó pasar
todo era
una sola oscuridad cerrada.

Yo tuve que cruzar
de lado a lado del río
como se cruza un límite, un diagnóstico.

Ah, si no fuera tanta la belleza
ya me habría cansado de juntar
las gasas estériles del miedo,
habría perdido el paso, el hambre.

Si no fuera tanta la belleza,
teniendo que cruzar el río
yo me hubiese quitado
el tapado de lana
para ser la perra muerta de esa noche.

Pero la belleza es amable y tenebrosa.

Nos ve el hambre.
Nos prepara el arroz blanco de la niebla.







22

He rogado:
De las mismas palabras, aléjanos.

Córrenos a un lado de los nombres
que elegimos para nombrar las marcas fabulosas.

Viento de los desesperados,
ahuyéntanos de la repetición.

He rogado.
Sin embargo, sé que he debido rogar:

Amor mío, Dios mío,
lobo de la madrugada,
para que no te crea,
despedaza nuestro lenguaje,
conviértelo en un trozo de carne fresca
y deja lo que no comas
donde pastan las ovejas en el monte.







26

Si se supiera,
tantas veces crecía un río
que cubría la mesa,
los pasillos de la casa,
cubría todo,
la cama,
la lámpara, los libros,
era imposible salir,
quedar a salvo,
crecía un río, como crecen
los dientes
de un animal feroz al mediodía,
crecía sin piedad,
y no importaba
que éramos buenos,
que éramos dóciles,
que éramos valientes,
crecía un río
y las manos sentían
la pulsión de la vida
pidiendo, 
llorando,
todo el cuerpo chocaba
con las plantas acuáticas, nocturnas,
respirar se volvía
una catástrofe,
un pie fuera del barco,
una plegaria,
porque el agua subía,
sorda subía,
queríamos decir y no,
queríamos saltar y no,
queríamos salir y no,
no,
nosotros
ay, nosotros,
que éramos buenos,
que éramos dóciles,
que éramos valientes,
mudos de las dos manos,
sosteníamos los helechos de agua,
las lentejas pequeñas
y las flores azules
de los camalotes.







29

Todavía tengo que aprender
a pararme igual que las gaviotas.

Llevo días observando la forma
en que descansan a la hora del almuerzo.

Hay un ventanal inmenso junto al lago.

Las veo llegar, quedarse.

Ahora hay veintiséis y son las doce.

Imagino que miran
la ondulación del agua,
algo perdido,
algo que fue y vino tantas veces
que no sorprende a nadie.

Las miro para ver si aprendo.

Tengo que aprender.

Quiero hacer igual que las gaviotas
que contemplan sin miedo la belleza 
paradas sobre el muelle devastado.




























jueves, 26 de agosto de 2021

Tamara Padrón Abreu


Tamara Padrón Abreu
(Lima, Perú, 1980 / vive en San Martín de los Andes)

Tilda (o los animales saciados), San Martín de los Andes, Ed. de la Grieta, 2021. 












¡Oh, Tilda! 

Tilda, 
no hay nada tuyo 
más que un cuerpo 
lejano y fabuloso, 
piel fina y rosada 
unas piernas más largas 
que las mías, 
la luz que tienen 
ciertos animales 
luego de saciarse 
y quedar dormidos 
junto a un ojo de agua. 

Tilda, 
nunca logré preguntarte 
cómo se sienten 
los clavos 
la ropa suave 
un cuerpo que permite 
no tener edad 
rostro, sexo 
vencer la manzana de Newton 
escupir sobre las leyes de la física. 

Tilda, 
hace mucho descubrí 
que no eras un animal terminado.











Tilda se desliza en la arena 

Tilda 
tiene cuatro direcciones 
cuatro direcciones como el poema. 
Es impecable 
sabe mantener la distancia 
entre sus dedos y el humo 
entre la carne, el gesto y alguien 
que pueda decir con más precisión 
lo que se me escapa en estas líneas. 

Tilda 
es inestable 
como los balcones de madera 
en la atemporal ciudad de Cusco, 
conoce secretos de los bereberes, 
aprendió a desplazarse sobre granos de arena, 
también aprendió que nadie posee 
un juego de piernas tan ligero 
como para no ser derrotado 
por su propia sombra. 

Su padre era noble 
pero bien podría haber sido un carnicero 
su madre bebía demasiado para recordarla, 
tuvo un hermano hermoso 
no está segura.











martes, 24 de agosto de 2021

Leandro Surce

 

Leandro Surce
(Florida, provincia de Buenos Aires, 1984)

In medias res, Río Cuarto, Cartografías, 2020.



















4.

Quitame los ojos de encima
arrancame sin culpa parte de la cabeza
dejame los dientes apretados
dentro de la boca cegada.

Ahora
tocá sin asco el resto de mi cuerpo
preguntá si ha quedado alguien
dentro
                                                                        o fuera
de mí.







6.

Los colores
no quieren decir
nada

todo
en lo que crean
ha de ser
visto.







10.

Ninguna geometría
admite el rojo*.

Claro está.
¿Cómo podría la ciencia
pura del espacio
torear al ojo
coloreado
sin temor
a difuminar
su propio reino?



*"Moonlancholia" (Los límites del control), Yamila Bêgné.







14.

Probablemente un cuerpo muera
en el preciso instante en que su sombra
halla al fin aquello que anda buscando:
un punto de fuga
el agujero de una ratonera
la boca de un caño de drenaje
el ojo de una cerradura
o sea
la brillante oportunidad
de caer más bajo
y perder el sentido de la orientación
hasta vomitarse encima
el vértigo de una disipación
irrefrenable.







30.

Sobre la mejilla lista del lienzo no.
Es demasiado esperable.
Así no se da ni se recibe un golpe.

Para que la tela sangre
se la debe atacar por la espalda.
Es necesario desmontar el bastidor
dar vuelta la tela
exponer
su rugosa credulidad
para que la marca
irracional trabaje
y la piel se curta
como si se encontrara
por primera vez
a la intemperie.







41.

De Munch a Bacon
idéntico es ese paisaje
que al inhalarse
perfora
la tibia esperanza
de hombres
mujeres
y años.

De vez en vez
las bocas se abren
para tragar o
para dejar
escapar
no tan lejos
el grito.



El aire lleno de nuestros gritos.
Pero la costumbre ensordece.

Samuel Beckett, Esperando a Godot.







49.

Pensar en la cabeza
para no agarrarse la cabeza.
Seguros de la cabeza:
el cráneo
el cuero cabelludo
el cabello
el sombrero
el paraguas
el techo.

El miedo de la cabeza
vive en el cielo.

Si un día
la piedra de la locura
cae
atravesando
el techo
el paraguas
el sombrero
el cabello
el cuero cabelludo
el cráneo
y nos da de lleno
en la cabeza
ante todo
no hay que perder la cabeza.

Hay que agarrarla bien fuerte
con ambas manos

preservar la fuente
de los sentidos

pensar
en el cuerpo.  













jueves, 19 de agosto de 2021

Gabriela Troiano

 

Gabriela Troiano
(Buenos Aires, 1980)

Canto al cuerpo solar, Buenos Aires, Barnacle, 2021.




















Canto al sueño I

Afuera quema el sol.
Eterno mediodía sobre el mundo. Eterna la luz
sobre los pájaros que caminan hacia el fuego.
Y en el sueño, hondos mares.
Detrás de estos ojos, las ciénagas,
su flora acuática: Lo que sucede en la quietud.

La sombra de la lluvia ofreciéndome reparo.






Dentro del sueño, otro sueño es la llama:
el objeto y su existencia elemental.
Todo parece sosiego allí,
reducirse al esqueleto de las flores.

Carbonilla que deja el instante.






¿Qué furia del rayo no ingresa
sino con su galope?
No es suave lo que expulsa la carga.
Una tormenta cae porque es aliento,
sigue un curso nuevo, si encuentra cauce.
La lluvia destierra un rayo breve entre sus gotas.
Apenas logra un roce con la carne,
ese temblor original ante el peligro.










Canto a la piedra I

Antes de la quietud
¿qué hubo en este espacio?
¿La nebulosa palabra jamás dicha?
¿El sonido como un núcleo expectante?
¿Su presencia alimentada por el hueco
que cava para no ser?






Antes
las rocas habitaban
un espacio sin memoria.
¿Nadie retenía sus cuerpos contra el espacio,
contra la tierra? ¿Nadie las maldecía?
¿Quién rezaba por ellas?

                                                                [...] 







Toda piedra es polvo antiguo que nace,
se reafirma y se degrada. Late como un río
que no fluye; se destila, lento, entre tus ojos.
Muele su núcleo hasta la imagen,
hasta invocar un pensamiento. 






Fue egoísmo derramar sus cuerpos
lanzarlos como semillas sin resguardo.*



*Coro.






¿Así la piedra talla su filoso ángulo,
para que ciervo o gota se hieran ahí,
donde se bebe un sorbo de vida,
donde el dolor es el astro luminoso
que se aplana sobre el mundo?






También hay rocas flotando en el espacio y no caen

Por ellas, canta lo inmóvil 
como un coro sin máscara,
como sueño que aprisiona
un pájaro solar.*











lunes, 16 de agosto de 2021

Ariel Bermani

 

Ariel Bermani (Gran Buenos Aires, 1967 / vive en CABA)

Até mi caballo, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho, 2020.












Até mi caballo y el de ella y entramos al bar.
Dos whiskies sin hielo,
ordené
ella agregó unas papas fritas
con aderezos.
El pueblo ardía de gente
algunos pistoleros nos conocían
y movían la cabeza hacia adelante
a modo de saludo.
Unas damas
que estuvieron en la cama
conmigo
o con ella
o con los dos
también saludaron.
Teníamos un tiempo
de vivir por ahí
y a ese pueblo siempre volvíamos
nos gustaba especialmente
por sus lecturas de poesía
y por la buena cantidad
de editoriales independientes
que exhibían sus libros
en las barberías, en las tiendas, en los templos,
en los bares, en las cárceles, en las escuelas.
Las maestras adoran a los poetas
sobre todo cuando
al tercer whisky
recitan el poema de Darío
dedicado a los Estados Unidos
y "La Niña de Guatemala"
de ese viejo amigo nuestro que ya murió,
el copado de Martí.
Sentados cerca de la barra
salamos un poco las papas
brindamos
y golpeamos apenas
con el taco de las botas texanas
el piso de madera.










Mi hijo se compró un megáfono,
mientras me lo mostraba
me explicó que puede grabar mensajes,
además.
Sus primeros mensajes fueron
"papá, no me rompas las pelotas".
Y "compro muebles, ropa usada,
helicópteros, abuelas medio muertas, heladeras".
Desde que lo tiene
nuestra comunicación se volvió más fluida,
sin moverse de su pieza
me pregunta si ya está
la comida
o me dice
"vení, papá, por favor",
para explicarme que necesita urgente
algo de 10 dólares o de 15,
tiene que actualizar
los juegos de la computadora.
Uno de estos días
se lo voy a pedir
así
cruzando la ciudad en bicicleta
voy a recitar poemas de Baldomero,
de González Tuñón,
o voy a cantar tangos
de Gardel.










Saboreo la palabra oquedad,
me gustaría sentir su potencia
en una frase o un verso
pero mejor dejarla así,
aislada.
No correr el riesgo de convertirla
en metáfora.
Hay palabras que no encajan,
que necesitan cortarse solas,
palabras que cortan.
Palabras que no te dejan disimular.










Acá estamos
mirando caer la lluvia
sin apurar el día
en un mes particularmente lento
en un año que se termina.

Vos, 
renovando la yerba mate,
yo,
tratando de recordar unos versos de Julio Huasi,
vos,
contándome algo que te pasó de chica,
yo,
con esa tristeza amable
que a veces me acompaña,
una tristeza blanda,
limpia.

Tal vez muera antes de hacerme viejo
o mueras vos
o nos ataque el aburrimiento
y nos volvamos opacos.

No comento nada de eso,
me obligo a olvidarlo,
sentado,
mirándote,
con la lluvia que suena
bajito.









lunes, 2 de agosto de 2021

Juliana Bonacci

 

Juliana Bonacci
(Camilo Aldao, 1976)

Herbario, Córdoba, Dínamo poético, 2017.

Envío de Marcelo Dughetti.












Uno

De niña quería saber
cómo iba a ser mi amado.
Una noche, antes de dormir
tomé una ramita de abedul
la até a mis cabellos con una cinta rosada
y acaricié mis párpados con aceite de lavanda.

Recité:

"Colores silvestres que tiñen
el río soleado de ardores
develen mis dudas
y anuncien pasiones".

Al despertar solo supe cuál era
el color de las orillas
cuando engendran una partida.



"Quien sueña con el Betula pendula protege su hogar contra las penas. Algunos místicos sostienen que la presencia de dicho árbol está indicada para mejorar las depresiones. En un tiempo otro, era conocido por muchos que las cunas que estaban hechas con su madera resguardaban a los infantes y por pocos, que las escobas de brujas se hacían con sus ramas".  








Dos

Busco plantas sagradas
en las que veo cada día.
Hojitas de albahaca
ramitas de helecho y
flores de hibisco.
Dejo que se sequen y tomo
solo una cucharada de cada una
para hacer una tinta con la que
escribo el poema que recorre
mis nervaduras y llega
al margen del sentido.



Llevo conmigo un manojo de  hojas de Ocimum basilicum para atraer la riqueza, metafísica, claro. Después de la tercera noche en duermevela preparo un bebedizo con esas hojas para poder descansar. Cuando lo logro, sueño que camino por jardines con pérgolas cubiertas por una filigrana verde opaco de rizomáticos Pteridium aquilinum y refrescantes. Hibiscus sabdariffa. Atardece y acompaño a cada cáliz azucarado en su caída. A la mañana despierto llena de capullos.








Cinco

Anís estrellado contra mi corazón.
La vida juega con las formas
nosotros somos nuestro propio accidente.



Estoy de viaje. Llueve. Lentamente. Y se derraman las connotaciones. Es el apogeo de la primavera y los brotes relucen. De alguna manera siento como si estuviera en casa. No voy de paseo porque prometí recoger las semillas de Illicium vertum, que abre sus flores en esta estación. Ellas ofrecen la esencia para un poderoso remedio. Beber su infusión a diario aumenta la clarividencia y permite percibir acontecimientos futuros. Aunque esta vez creo intuir el pulso de las cosas.








Quince

La higuera ya no está
pero impregna mis recuerdos.
En el lenguaje de las plantas
significa penuria.
Ese detalle pudo haber pasado inadvertido
con la misma sencillez
con la que pudo haber calado
en el inconsciente familiar
como una profecía.



Antonia venía a buscar hojas de Ficus carica para practicar un método adivinatorio. Escribía una pregunta sobre una de ellas y, si esta no se secaba inmediatamente, era de mal augurio. Ubicada en un sector umbrío de la casa su existencia no se desvió de la zona de los misterios. Con el tiempo pude ver cómo agonizaban sus ramas, cómo sus frutos se atestaban de insectos, cómo se volvía gris, porosa. Todavía recuerdo con pavor una hoja verde con la que no me animé a dialogar.








Veintiocho

Las flores solitarias, hipnóticas de la pasionaria
¿qué esconden entre sus pétalos?
Hasta ella llegan atraídos por sus nectarios
pequeños visitantes que bailan
una danza adivinatoria
descubren que sus hojas irán
a una colección caprichosa.
La dulzura es un señuelo
y
la muerte la ignorancia
de todas las criaturas.



El Mburucuyá es una planta que, según la botánica oculta, sirve para infundir paz y armonía, como también para vehiculizar intenciones mágicas para el desarrollo de las amistades. Los primeros habitantes del Abya Ayala usaban su raíz para elaborar cataplasmas con las que trataban quemaduras, heridas e inflamaciones.