lunes, 31 de mayo de 2021

Javier Saleh

 

Javier Saleh
(Buenos Aires, 1976 / vive en Ciudadela)

Caballera a nada grados, edición de autor, Tres de Febrero, 2021.



















De "Una mancha en lugar de un punto"




“En geometría descriptiva,
una figura geométrica
puede ser proyectada
de varias maneras
pero las propiedades
de proyección
de la figura original
permanecen inmutables,
cualquiera que sea
el modo de proyección
que se adopte”

Prof. C. ONZARI
Dibujo Técnico I, 1°F



(un vuelo de pájaro antes de pájaro 
y un vuelo de mosca ante el silencio)

en cambio estar no será
y nunca será antes
(nunca como sujeto)
ningún no admite
(ídem al anterior pero no tan ídem)
a sus espaldas
silencio de cadenas

su aquello acá
aunque apenas mismo
la mitad más
(llámese ver veres)
más de la mitad
(esa pequeñez llamada todo)

con su afán de hubiera 
usa su mío 
demasiado a la ligera 
pero el caso no amerita

a la toma de puedo
ese todo le va chico
como hace no
sin que luego
ya que poesía
de lo que hechos hecho
no se habla

para el lado del lado
cómo hace que se hace
no vaya a ser ser
(como si noche)
que nada se cierre sobre nada
un penal que quede dar
el no tiempo haciendo tiempo

por otra parte partes
un más venido a menos
su a menos que no
entre el vaso vasomenos vacío
y el vidrio de vidrio lleno
en que media medio miedo

como poner las cosas
en su no lugar
su no dar a luz luz
como si cómo
en vez de dos cadas
fuera una mitad

aun a lo que todavía no
aún aunque nada
nodos que no dan
(pies sin la noche)

ni siquera nada
por hache o por ve
sobre todo por hache
a torcer

a la sombra de dónde,
ya no está el árbol
una gota de agua

parecida a una gota de no agua
de nacido a no sido
sólo una letra
o pura ortografía
nos resume

un todo a rayas
un ní en ní mismo.









De "Escala 'las cosas por su nombre' en uno"




“Difícil no creer en Dios
con la regla T apoyada,
sin embargo, la ceguera
aumenta el nivel
de detalle”

Prof. E. MONTEMURO
Oficina Técnica, 4° D


(Respuestas rodeadas de favelas 
o claros que interrumpen el tardío matorral)

como a la rosa que desnuda
en el polvo se desangra
la nieve no la puede quemar
pero igual la quema

con los codos clavados
en la sobremesa
donde falta el hombre
un billete que se pone a trasluz
para ver si es verdadero
(así no la poesía)

nada puede
no estar o estar de acuerdo

el eterno parabrisas decís
(un balde donde suele gotear)
no es nada de lo posterior dicho

su uña mantonegra
hace de sonajero
existencial
enterrar nada
su no ladrar
a lo Pasteur mordido
de ahí que los ciegos
apoyen su no ver
sobre el chasis

la ficha dental no coincide
abrevia la oveja de su saco
(la hemorragia interna no se lee)
no escribir tampoco negocia
con terroristas

redonda como una manzana original
que le pasa de lado a Eva
no desenrolla cintas métricas
ni dobla el papel en cuatro

ocurre siendo imposible
jactada de tenerse yo en la mano
y no el vacío en su estado de jarra.






De "Despiece del fuego según normas ISO"





“En Callao y Corrientes, bien, 
¿pero en qué esquina?”

Ing. J. SOTILE
Topografía, 6° A


(Esta vez destituida de ahora 
y la vez que vez no existió)

como todo final de poema
no cicatrizan bien los puntos

ni gota te amo
cae del vaso te amo
dado vuelta

aunque de fondo suene
Saleh orquesta típica
los ciegos cortan a la juliana
no siempre la cebolla

otro silencio que habla por hablar
el miedo con su manera de bien común
la colilla encendida interpretando
que hubo amor

imposible ver venir la tormenta con los ojos
(otros siguen la lucecita del oculista)
el temporal va por dentro
como un pozo sin significado
yacimientos yoíferos bajo una misma nada

con el tálamo a puro sacapuntas
mordés el pedacito de madera
para tapar el dolor:

¿tocó lo infinito lo leyó en voz alta?
¿volvió con la flecha de Zenón?

¿otro vacío euclídeo
para la mesa individual
o demasiado perdón de adredes?

lo externo es impenetrable
todo es íntimo
y cada palabra lleva dentro
una reconstrucción de los hechos
(sorber el mate con ruido
síntoma de soledad):
la sidra se hace con las manzanas
que no pueden vender
dijo, y estoy citando textual

le llaman amor a la costumbre de amor
y su coronario estilo

(la mariposa soñando que el anafe
aunque con un cuarto de carga)

les sobra una ere a los teóricos
(tener un amor es ser tenido)
inventamos un suyo distinto
un último mi

(el plural tampoco es mío)

ahora el conjunto vacío
tiene forma de corazón en la arena 
y no es cuestión de gustos.






De "Viento negro en líneas de trazo"



“Cada vez que explico Ruffini 
los alumnos siguen sin entender 
en qué los va ayudar esto en la vida”

Prof. G. MAGAN
Matemática I, 1° F

(el goteo cumpliéndose inverso en lo inmediato 
la niebla fascinada por sí sola en lo inmediato)

niño con su nunca de juguete
y no hace tope
el cuchillo que sueña

la fecha en el pizarrón
al lado del día soleado

en su afán de sana sana

no es nada ya pasó
esta es la parte en que a los niños
se les miente
segundidad: sí es nada    y pasó

por supuesto que pasó
repasar un dedo por el mapa

de eso se trataba
uno va haciendo el hueco
que va a dejar

ronco silencio en “sh” mayor.





De "La independencia del V postulado y las geometrías no euclidianas"



"Por eso los sonidos agudos 
viajan más rápido que los graves en el aire”

Lic. A. FORESTO
Audiovisuales II (optativa), 5° C


(en todo caso no se puede la mejor madre del mundo
en todo caso se puede la mejor madre del hijo propio)

como al inicio del film
donde aparece la sombra
del director de montaje

le veo cara conocida a este cameo

¿la primera metáfora
se inventaría para
decir fragmentos
de murió?

mi madre y digo mi madre
porque sirve en el poema
era la que en la cámara fotográfica
salía con hemiplejia
(la tilde en la tercera i se los debo)

tenía en los ojos
el brillo de los cubiertos
que no podía usar
la blancura de sábanas
sin su compás de pis en la cama
recuerdo su último pañal usado
todavía a veces lo huelo

(el paciente cero se infiltra
como si el poema hubiera llegado aquí por error
y el caballo no fuese de Troya)

uno se aferra a cierta bufanda tejida
por cierta madre muerta uno
ritualiza la misma forma de servir el té
que la mano que no hace sombra

(que sea esa sintaxis y no otra
que terminara siendo esa sintaxis y no otra)

están las fotos los cuadros con fotos
(llenos de metáfora)
el hueco en donde antes
había algo que recordaba algo
y ahora el hueco que recuerda
el hueco que le hicimos
tantas veces sin veces muerte

a la muerte
(una madre también es una perspectiva)

nunca hubo una orilla más ajena al mar
ni hambre como mejor mantel
llegó, en sentido contrario al amor, al amor
como si una muerte de salva afeara
la belleza de ese rato
y el nunca hubiste se hiciese real

visto desde mamá
(no hay huellas de pies en la muerte)
esa frontera nunca queda atrás   nunca

como una roca quieta se desplaza nada metros
se escribe con los muchos que empujan sin estar

los muchos que no estando
niegan la ausencia

son casas en una frase 
sin su sí y sólo sí 
pero si la cambian de lugar
“humo en el verte”

morir no tiene olor
por eso al gas natural
se le agrega olor a gas
para detectar la pérdida.






De "La sexta aberración de Seidel"



“La cantidad no importa, 
ha hecho desastres en la Historia; 
decir que no, es un camino”

Dr. G. TIGNANELLI
Educación Ciudadana I, 1° F

(como si todo Sodoma 
se diera vuelta para ver 
o Lot hubiese sabido 
apenas contar hasta diez)

el todo decepciona 
porque es incompleto

su nivel de nieve 
no se refiere a sí mismo

cada movimiento previo 
a no estar quieto 
no va más lejos 
que la ola cayendo 
sin desesperación

entrecomillado 
por las buenas 
no pide nada para sí

(todavía el veneno sin hacer efecto 
en la ejercitación del vacío edificante)

lo que cada palabra 
le robó a las otras 
algo que de lo que menos hable 
sea de lo que indica su título 
(en la escala de nada a como si, 
demasiado no es un exceso)

la poética A no se relaciona 
con la poética B ¿según qué desde? 
¿o una bala es en toda su trayectoria?

el árbol arrancado 
tiene conciencia de dolor 
pero tiene silencio 
que no pudo ser arrancado

desde cero coma nada 
coma uno se hace entero

un peldaño aún menos de escalera 
que lléguese a llegarse 
(como si las cosas 
quisieran ser sí mismas)

el río es demasiado libre 
para volverse atrás

grados de poesía 
que no giran hacia qué

todos admirarán boquiabiertos 
todo lo mismo: 
al poema sin ahí 
deshacer le pertenece

¿o según mi apellido 
debería haber elementos árabes 
en cada imagen?

el cisne herido arrima su cuello 
(otro barro seco sin entender)

¿respecto a la frase hecha 
cobrando jubilación? 
las imágenes de mis amigos 
son mis amigos 
o dicho de otro modo

te entiendo norte
en esa posición
no debería ser tan cómodo
la soledad

la puerta bien firme
pero no cerrada del todo
como si del todo
desease otra perspectiva

un poco de hielo sobre el título
sin mi sangrando
de público conocimiento.










viernes, 28 de mayo de 2021

Martín Vázquez Grillé

 

Martín Vázquez Grillé
(Buenos Aires, 1976)

Este año que se desvanece, Buenos Aires, Llantén, 2020.












                                                        1975

Es el final de 1975, hace calor,

mi madre respira bufando,

yo soy un cuerpo que flota

en el líquido amniótico: no veo

pero siento, no chillo pero pateo.

La panza de mamá es grande y en punta,

los domingos va a dejarle

claveles rojos a su padre que se murió.

Un día como cualquiera lo encontraron

tirado en el piso de la cocina,

tenía el moño bien ajustado

y la musculosa

debajo de la camisa blanca,

debe haber sido una arteria

que se le reventó.

Ayer a la noche bajaron

a los que quedaban del ERP,

los fusilaron en Chingolo

y los llevaron

al Cementerio de Avellaneda.

Mamá ve pasar los camiones

llenos de gente muerta,

los tiran uno sobre el otro

en una fosa común.

Mamá baja la vista y sigue caminando,

imagina tormentas furiosas

en el cielo de Biarritz,

el crujir del fuego en las panaderías

del Montmartre, el sabor

de las aceitunas negras,

el color azul eléctrico

del mar Mediterráneo.

Tararea una canción de Julio Iglesias

y se escapa

por una puerta lateral del cementerio.

Yo siento el olor de los muertos,

lo voy a recordar.







                                                        1982

En la escuela suena la sirena,

practicamos a escondernos

por si los ingleses nos vienen

a atacar.

Nos metemos abajo del pupitre

y agachamos la cabeza.

Mi compañera de banco

se llama Valeria,

es linda, tiene una voz muy suave

y me ayuda siempre

con la tarea de matemáticas.

Apenas, a veces le puedo hablar.

Mientras suena la sirena

Valeria y yo nos acurrucamos,

juntamos los cuerpos,

nos tapamos uno al otro

los oídos,

esperamos las bombas.






                                                        1988

El padre del Tuli es petiso

y lava el auto todos los domingos.

Usa un bigote ancho de policía motorizado.

Al Tuli la música no le interesa.

Tampoco las campañas de Napoleón.

A veces corre por el patio de la escuela,

libre, con la velocidad

de una máquina centrífuga,

gritando a los cuatro vientos:

la destrucción soy yo, la destrucción soy yo.

Un día va a comprarse una moto

y se la va a dar contra un árbol.

O va a tener dos hijos

que jueguen en Arsenal.

Algunos días pescamos chanchas

en la Saladita.

Otros vamos en bici

hasta un barco encadenado

a la orilla del río,

que está muerto, empetrolado

y todo lo que alguna vez vivió ahí

ahora es parte de una masa negra

en donde no se refleja nada.

Nos escondemos ahí

y esperamos hasta que el sol

se funda con el agua sucia

y la tarde se haga violeta.

En el barco esperamos

la invasión extraterrestre:

unos aliens muy altos

con trajes de neoprene

que nos salven de ser grandes,

que nos salven de la vida

en el siglo veintiuno.






                                                        1990

Miss Martha dice que hablo inglés

cada vez mejor.

Tiene los ojos grandes

y unos rulos que le llueven sobre la cara.

Cuando me pide que elija

mi personaje favorito

yo digo Heathcliff, el de Cumbres Borrascosas.

Es negro, malo, lo encontraron en la calle,

se pelea con todos

y está enamorado de un fantasma.

Le dicen que es hijo del diablo,

que aunque estudie francés o se vista bien

nunca nadie lo va a querer.

A la noche le grita al viento

y se queda junto a la ventana.

Antes de entrar al taller de soldadura

Willy, Ale, Lucas, Dieguito y yo

nos escapamos al Mato Grosso.

El Mato Grosso es un descampado

con una laguna artificial,

hay planchas de telgopor gigantes,

hierro oxidado y algunos animales muertos.

Ellos se meten al agua y hacen guerras,

revolean juncos,

reman con palos,

se embarran los pantalones y gritan.

Yo nunca me animo a entrar.

Me quedo mirando desde afuera.

Siempre me quedo mirando desde afuera.






                                                        1999

                                        

                     El capital es trabajo muerto que,

             como un vampiro, vive sólo de chupar

                                                   trabajo vivo y

               cuanto más vive, más trabajo chupa.

                                                    Karl Marx



Ni Otranto, ni Kensington, ni el West End.

La escuela que está

justo enfrente de la Villa Tranquila.

Toto no vino porque ayer llovió

y no tiene otra ropa.

Carlitos anda medio en patas.

Estoy en cuarto grado y hacemos

crucigramas en inglés.

Andrea me pregunta

para qué estudiamos otro idioma.

Wanda se enoja.

Alber se quiere escapar.

Los quiero convencer,

les cuento de Miss Martha

ayudándome a pronunciar la T

junto con la H,

de Mister Gabriel traduciéndome

canciones de The Cure,

de mis tardes en la pieza

practicando los monólogos

de Heathcliff.

Les cuento de mi madre,

del peinado con brushing

que usaba Lady Di.

Alcides me pide que le dé

más mate cocido.

Antonio mira el cielo

a través de la ventana.

Son las 10 de la mañana

y se escuchan

los tiros de los transas acercándose.

No es Nairobi, ni Damasco, ni Teherán.

Las balas pasan raspando.

Nos tiramos todos al piso.






                                                        2001

A mi padre, Alpargatas le pagó

los últimos tres sueldos

con pares de zapatillas Topper.

Al padre del mono

lo echaron del taller

y a los meses se murió

de cáncer de pulmón.

A la madre de Dominguez

los milicos se la chuparon.

Todavía no habla de ella.

La hermana del Tuli

se fue a vivir a España.

Fugazza y Muzzarella

reparten pizza y empanadas

en un viejo carro a motor.

El hermano del Flaco enloqueció

y ahora lo tienen internado,

dice que los canas

que balearon a su padre

aparecen almorzando

con Mirha Legrand.

Estoy sentado en la vereda

cerca de la Plaza de Mayo,

tiré cientos de cascotes al aire

mientras corría escapándome

de los caballos de la policía.

Hay maderas quemadas en el piso,

somos varios los que sangramos.

Veo gente muerta alrededor.















martes, 25 de mayo de 2021

María Eugenia Fernández

 

María Eugenia Fernández
(José C. Paz, 1985)

La inoculación de lo humano, 
Maravillosa Serendipia, 2020.























De "Génesis de lo aprensivo"






Luisito

El aviso de la lluvia
traía sapos en Derqui,
 
Luisito era experto
en sapos,
en coches
y gatos.
 
Conservamos el corazón
de un niño
mientras alguien que nos vio serlo
nos recuerda.
 
El golpe de su nombre
me espera en la otra orilla.

 

 

 

Florencio
 
Coloco, uno a uno,
los autos en hilera.
 
Son de colección
murmurás a mis espaldas.
 
Ser niño en este lugar
es un problema.
 
El regalo de la confianza
late
bajo tus párpados.
 
Tu voz quiebra la estancia:
estamos hechos de sol.
 
Mientras, el hielo se quiebra.







De "Génesis de lo infinito"




VI
 
Hechas con un molde resistente,
de finísimo abrazo y tierra blandecida,
con pecas que ocultaron
el rechazo de la hélice,
con ardores
que reprimieron
en la infancia.
 
Aprendieron la métrica, la rima y el verso.
A contonearse sin ser notadas.
  
¿Qué sentirán las amadas por sus padres?








De "Crónicas de la radióloga"




IV
 
La radióloga vivía con nosotros.
Cuando padre se fue,
decidió quedarse.
Se victimizó
unas semanas,
hasta que madre dijo
que ella separaba las cosas.
 
En el régimen militar
madre era salomónica.
El agua y el aceite no se mezclan.
Pero conviven.
 
La radióloga me obligaba a cerrar
los ojos y a dar la vuelta
cuando se cambiaba.
 
Un día los abrí antes de tiempo
y un círculo solar
quedó pegado en mi retina.
 
Contó los segundos
y arrancó de la oreja
la gasa y la venda.
 












viernes, 21 de mayo de 2021

Gabriela Schuhmacher



Gabriela Schuhmacher (Santa Fe, 1970)

Golpe de frío, Mención Honorífica Premio de Poesía de la Provincia de Santa Fe “José Pedroni” 2019, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2021.










En la sombra del seto de lambertiana


mi primo es un caballo de cuero blanco 

se mueve inquieto, el rostro perdido. 

Una tarde me habló de golpe: 

no sabés lo que vi, vamos. 

Caminamos sobre el lecho de un viejo río 

desde la tranquera al bosque encantado, 

una cercana plantación de eucaliptos. 

Lo seguí como se sigue a ciegas 

algo inalcanzable. 

Cuando se dio vuelta, me detuve: 

hay secretos que deben esperar. 

Un día papá entró y nos dijo: 

Javier se accidentó, está en coma.

Nunca más caminaríamos una tarde 

sobre el lecho del viejo río, 

nunca diría lo que vio. 

Mi primo me recuerda 

cómo se sigue un misterio 

cuando todavía no sabemos 

qué nos hace correr y correr.






Campo de gladiolos


La casa se levantó en el último lote 

antes de llegar a la avenida de arena.

Para un lado estaba el pueblo,

para el otro

el campo de gladiolos, melones 

y sandías. Los quinteros, 

con un pañuelo en la cabeza 

y el torso descubierto,

tiraban detrás del alambrado 

las plantas malformadas. 

Era el momento 

de salir a embolsarlas, siempre 

alguna sobrevivía tras mezclar

la arena con abono, esa materia

oscura y húmeda del gallinero.

Un hueco, depositar el bulbo, regar

y taparlo. Simple, tan simple como

esperar que la flor abriera salmón 

o blanca, los colores más frecuentes.






Cortes de luz


Sobre los cuerpos calientes del verano

el aire tirado por los ventiladores

no alcanzaba a refrescarnos.

Nos sentábamos a esperar

que la noche pasara de la mejor manera.

Cada uno conocía a la perfección

el cuerpo del otro, nos presentíamos

en la oscuridad.

Era habitual jugar a las cartas

en el piso casi inmóviles, hablando

bajo y pausado. Siempre alguno iba

a la heladera, traía una jarra de agua

y eso era suficiente. 

Repetidas noches se cortaba la luz

y las paletas del ventilador

lentamente se detenían

dando fin a la partida.

Reclinados sobre los sillones

al borde de la pileta, mirábamos

el cielo para detectar estrellas fugaces.

La quietud del aire,

rota por un golpe de sangre

al advertir que pasaba una,

nos hacía mover la cabeza, como si

nos envolviera una de esas maravillas

de otra vida

que nos expulsa del mundo

hasta desaparecer.






Los colores del atardecer


aparecían al terminar las tareas.

El hijo de Doña María, la vendedora

de frutas y verduras, nos acompañaba

a contemplar el cielo.

Luego de una larga jornada

sobre el tractor, sus ojos

nos acercaban la luz

del corazón de las sandías partidas, del jugo

de los melones ablandados por las lluvias.

Antes de sentarse con nosotros

se bañaba solo y al salir de la pileta

cruzaba los brazos tiritando de frío.

Su rostro abría un éxtasis lejano

que nos dejaba desnudos, uno al lado del otro,

en el vacío de la tarde.






A la hora de la cena


Cuando niña, los perros de las casas

seguían mis recolecciones

de frutos silvestres y luego se esfumaban.

Sentada sobre algún tronco caído, desgarbada

y flaca como era, no había hombres

que sospecharan mi presencia. Inadvertida,

preservada por la noche, miraba las estrellas

y elegía una. Con la palma abierta

la tapaba y seguía con otra,

nada perturbaba la regla del cielo:

lo oculto brilla a años luz.

Convencida, de regreso a casa,

como los guardianes de los pobladores,

me acercaba a comer.

Diferenciarse en la oscuridad

es el trabajo de una vida.






Golpe de frío


La muerte pasa cerca

si sentís un raro escalofrío

que te atraviesa el cuerpo,

dijo Doña María mientras

ofrecía los lotes de verduras

al borde de la ruta. Le creímos,

cómo no hacerlo, esa sensación

aparecía seguido. Nos gustó

pensar que hablaba de su hija

muerta de pequeña.

Sobre un tablón, acomodaba

frutas o atados de acelga

como cosas queridas.

Alejados de la realidad

otras muertes pasaron cerca

con aroma a arena de río.

La mano extendida

de Doña María nos invitó

a volver del breve estupor

con un gajo de mandarina:

prueben, no se las pueden perder.






Paltas tucumanas


Mamá contaba que un amigo del norte 

traía paltas de regalo, que ella 

les sacaba el corazón redondo y duro

para ponerlos en almácigos. 

Daba gusto ver los brotes vigorosos,

traspasarlos al suelo 

con tutores y pensar cómo 

sería el camino de ingreso

una vez crecidos.

Con Javier la ayudábamos

en cada plantación. 

Al caer la tarde, cada uno se preguntaba 

por el corazón enterrado, 

por el conocimiento vegetal 

que rompe la oscuridad 

hacia la luz.

Al pie de la cama, agradecíamos 

tener a mamá en la noche,

era la única capaz de escarbar 

corazones dormidos, 

lograr que volvieran confiados

a la blandura de la vida.






Nunca leímos a Pavese


Atraídos, cuando avanzaba la noche,

nos sentábamos bajo el sauce

a respirar aire fresco

sin querer saber nada más.

Era gratificante

sentir la fatiga del cuerpo

mientras esperábamos

el inevitable paso de las horas.

Nos recorría la sensación

del roce de la arena en las manos,

de las miradas esquivas bajo el sol.

Nos volvimos fuertes en lo oscuro.

Si se tiene una verdad hay que leerla

en el brillo de los ojos.

Cada uno tenía una verdad. Ninguna

otra cosa aterroriza de ese modo:

estar cerca apacigua

un dolor que no se puede mostrar.





Referencias


En la sombra del seto de lambertiana / "Los mares del sur"

Cortes de luz / “Verano”

Los colores del atardecer / “Revelación”

A la hora de la cena / "Agonía"

Nunca leímos a Pavese / "El instinto", "Atavismo"

Los poemas que aparecen entre comillas pertenecen al libro Trabajar cansa, de Cesare Pavese, en Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, traducción de Jorge Aulicino, Griselda García Editora/Cartografías/Ediciones del Dock, 2018.

























 










miércoles, 19 de mayo de 2021

Alberto Cisnero

 


Alberto Cisnero
(La Matanza, 1975)

Media hora con el autor, Buenos Aires, Barnacle, 2021.





















2-

desconocemos si en los poemas existen el día
y la noche. o una verdad visible. o una obra
de diversión amable. ya podríamos volarnos la tapa
de los sesos, ¿no? averigüen a quiénes les va a importar.
igual ya nos cobramos las alabanzas. [tachado: ilegible]
con esta luz que tanto demora en llegar a los hombres
y que es la propia de un recuerdo te volvés clara
como el cristal y brilla a través de vos aquel conjunto
de maravillas ingenuas, de cosas sin importancia,
nada que difiera de guardar el debido silencio.
acá están congregadas las charlas con nuestros caídos.
nota bene: esto no es un libro, es un tipo de sangre.









7-

el plan siempre fue incendiar todo. nunca
fueron buenos tiempos para la lírica. clase setenta
y cinco, entre ezeiza y el golpe, oh mi generación,
hiperinflaciones, trueque y año uno del siglo. toda merca
sin cortar. y ahora de vuelta al país de los bolsones
de comida y de los disparos por la espalda.
así que nada de faunos, ninfas, sátiros o centauros
por acá. la naturaleza hace su trabajo, damnifica.
nada de interludios líricos de pura beatitud
pagana. ni de ropa limpia. no se trata de elegir
entre dos cosas. ni de deserciones, para ello
los hombres del partido. adonde vayan los iremos
a buscar. rara vez invito a alguien a entrar a casa.
y desde afuera no vas a ver mucho. nos juntamos
con los que beben parecido, nos hundimos lentamente
en la tierra. y no escribimos, reaccionamos.









11-

cuando creo que estoy en peligro me pregunto
cuál es el nombre completo de las personas
que amo y qué ocurrió en esta ciudad el dieciséis
de junio del año cincuenta y cinco del siglo pasado.
y si necesito ayuda inmediata. nuestro trabajo
es intentarlo. como quien regresa de muy lejos.
abocarnos a una melodía tosca en la que vamos
a equivocar las notas. y ninguna palabra podrá
reemplazar el corazón de nadie. qué estás
escribiendo ahora, bajo el impacto azulino
de la constelación. copio una línea, otra vez.




[El revés del folio concluye con la nota siguiente: oscurecer procedimientos, 
añadirle otros y desecharlos. Peritos, oráculos y líricos del tu(tú): constataciones 
y principios veraces].









26-

siento que puedo recordar muy poco
de mi padre. mi padre extiende la mano
y me pregunta: ¿cuántos veranos fueron
así y después nada ocurrió? quizá mi memoria
no es del todo fiel. me gustaría poder contarles
una epifanía significativa, algo aceptable
como invención para que cualquier cosa
de su vida que hubiese sido buena no desaparezca
una aurora y no sienta que hablo de él como si fuese
uno de nuestra sangre que apenas llegué a conocer.









29-

no usaban gabardinas ni zapatos de gamuza,
mi padre y sus compañeros de obra. nunca
profesaron afición por la caza, la pesca, el docto
humanismo, ni se ausentaron los fines de semana
para realizar otras acciones tenaces. venían del campo,
de afuera, de ranchos tapiados e incendiados.
paleaban. sin desechar la proposición de un trago
dentro de sí. acaso tuviesen un plan para sus vidas.
mientras estuviesen juntos, iban a ser compañeros
para siempre. sin doblar la frente ante la patronal.
del lado de la lluvia, de la música verbal del sectario.
hablaban cuando era su turno. cuando había
que hablar, no después. los matarían o algo peor
[dos versos tachados] solos con sus banderas.









30-

cuando el mistol vuelva a florecer y prevalezca
el trémulo vuelo de las aves, vas a estar dedicado
a lo tuyo, en otra sucia farsa, conociendo libremente
el contenido de las botellas y los marbetes.
implementando tu propia muerte con gente seria,
autores que desearían vender más ejemplares
para poder comprar más alcohol y mantenerse
rebeldes, ctónicos, muy ilustres bebedores.
entonces, iluminado por la luz azul de un celular,
tan distante de mí, oh eso no es un secreto,
vas a escribir en un libro titulado media hora
con el autor: ojalá estuviésemos acá.









32-

demasiado viejos, demasiado solitarios,
demasiado tristes, ya no podemos volver
atrás, no es posible sustituir los términos.
[el subrayado es nuestro]. tampoco es donde
queríamos llegar. adoptamos una simple
estructura bidimensional, en la que el blanco
se extiende en forma plana y es enmarcada
mediante unas finas líneas azules o negras
que tienen el efecto de aislar la superficie,
al tiempo que evidencian el trazo. sólo
sabemos aquello que podemos recordar.
igual ahora cada palabra es nueva,
una promesa, una amenaza o nuestra
única oportunidad.












domingo, 16 de mayo de 2021

Laura Fuksman

 


Laura Fuksman
(Buenos Aires, 1970)

Apuntes de naturaleza humana, Buenos Aires, Halley Ediciones, 2021.


















De "Mandamientos de gris"



Cruzar de orilla implica
soltarse
de un borde seguro.
Transitar la incertidumbre.

Dejarse mecer.

Volver a aferrarse.


Una cama también puede ser una orilla.










Calculo la distancia que separa
tu cama de la mía. Es un desierto.

O un mar.

La marea y su vaivén
me arrastra
hacia la otra orilla.
La ola, suave, me devuelve
al punto de partida.


A veces devolver es revolver.









Quizás el desierto sea también un borde.









La farsa de decir yo, o decir mí,
luego de la erosión.

O cómo separar entre las dunas
que el viento lleva y trae
la arena tuya
la arena mía.








De "Pautas de higiene"




Estirar un brazo.
Cuidar que el hombro no vaya más allá
de su posición natural.

Estirar los dos brazos.
Aceptar las diferentes posibilidades.

Recorrer con una mano la piel del brazo
contralateral y viceversa.

Repetir usando el dorso de la mano.
Despertar el dorso.

Percibir lo mullido. Percibir lo sólido.
Amar lo que se desprende y cuelga.










Volver al abrigo. Al territorio propio.
Volver a la piel.

Al escozor y a sus vestigios más animales.
Al erizado.

Volver a la piel y a sus marcas.
Poro Punto Peca Pelo.
Grano.
Cicatriz.

Volver al doblez
a los pliegues.

Volver a la arruga como escondite
mojón
del gesto cotidiano.








De "Pautas de higiene (en pandemia)"




Condensar en los ojos.

Reír.
Llorar.

Dudar con la mirada.









Cerrar los ojos.
Llevar la mirada hacia adentro.

Llevar la mirada hacia atrás.
Evocar.

Sentir el abrazo.







Adentro.
Afuera.

Habitar el entre
el borde   el límite
la piel.



Ser sólo poros.








Salir al balcón
discriminar
podar la maleza
sacar la mugre
extirpar toda podredumbre.

Soportar la sana pequeñez.





















martes, 11 de mayo de 2021

Mauricio Giulietti

 

Mauricio Giulietti
(Neuquén, 1981)
 

La espalda de la noche, Neuquén, Ruedamares, 2021.





















Vendaval

    Cuando mi padre miró mi mano, ya se había alejado el viento. Hacía tiempo que esperaba esa mirada cerca, posada en cada espacio de juego.
    Cuando mi padre dijo mi nombre, había atravesado ya la puerta mi cuerpo, mi espalda era un lugar de fuga y no había retorno.
    Cuando mi padre suspiró sobre mi piel, los pájaros se habían asomado al río, bebido agua, cambiado sus plumas.
    Ha convergido mi padre alguna vez en este tiempo, con el tiempo. Ha desarmado la armadura y mostrado sus huesos.
    Mi padre ha corrido delante del viento, y yo he mirado, con ojos y piel, el vendaval de la tarde.








La sed

    Cuando pudo respirar había pasado la polvareda. Sobre el camino, un par de animales aún con vida respiraban con todo el cuerpo, revolcándose e intentando detener el tiempo en un pozo.
    Le dolía el mentón, los ojos; su mirada no podía ver el horizonte, sus manos ardían. El fuego había llegado hasta el río; el agua estaba tibia, o hirviendo, saber la diferencia era imposible. Toda diferencia era imposible. Apenas la sed, por instinto, lo hizo nadar río abajo, flotar o hundirse, llegar al otro lado.
    Las nubes como escombros para mirar el sol, camino blanco que desaparece en lo oscuro. Una mano en la orilla y el barro, una mano en la espalda que cae vencida en los párpados de la tarde. Un cielo de invierno trajo consigo el frío. El horizonte, ahora gris, permea de ocres la mirada. La sed emerge cuando la llovizna para y todo se vuelve sequía.







La bahía

La madera vela el lugar
de la caída.
La bahía espera
el surco de agua,
olas que muerden
y agrietan el viento.
La madera abriga
el soplo de tiempo
que aguarda,
en astillas,
el próximo sueño.







Una noche

Un velo en los ojos,
el niño mira desde lejos,
se espanta por el color rojo,
por la violencia del grito.
Una noche caerán estrellas,
él lo sabe y cuida el cielo.
Una noche caerá lluvia
de cosecha, él lo sabe
y guarda tierra entre sus manos.







Vendrá el alba

La sombra de un árbol se desmaya
sobre el centro de la alfombra.
Apenas un costado de la cama respira
en hilos dorados de otro tiempo.
¿Y este tiempo?

El cuadro, la mesa, la puerta
y el sol que no llega. Llueve,
siempre hay espacio para la lluvia.
sobra mundo para la lluvia.
Mis pies no están en el barro,
pero baila la lluvia en mis ojos.

Nada se sabe desde ayer;
un poco de luz aguarda
entre las cortinas.
¿Y las palabras?
He subido al árbol seco desde mi ventana,
he descendido de él una,
dos veces, más de tres.
He escuchado el decir del viento.

Vendrá el alba, árbol de verde fuego.
Vendrá la luz al alba, tibia ceniza en el cielo.
Vendrá el sol, dirá a mi oído el nombre de la esperanza.