martes, 4 de octubre de 2016

Germán Arens


Germán Arens (Río Colorado/Bahía Blanca), Mientras las vacas abrevaban cerquita, Hemisferio Derecho Ediciones, Bahía Blanca, 2016.




















De Pueblada


Célula a célula
el día me entró en la carne
Dejamos el auto en el camino
y en cuero, sólo, subí a la barda

De cara al pueblo
fui poco en la temporalidad de todo
Un hálito de pacífica gloria
se metió en mi nariz

A lo lejos
un cuerpo geométrico
de ciruelos, manzanos y perales;
después la barbarie montaraz

Bajo mis ojos y cabeza
la zona urbana parece un tablero
donde metódicamente
se juega a la vida












Nuestras bicicletas eran rojas
nuestros perros negros

Con la práctica y el tiempo
fuimos buenos tiradores,
hacíamos blanco en los carteles
ubicados al costado de la ruta

Nuestras bicicletas eran rojas,
me gusta mucho decirlo…
Nuestros perros negros

Nadie vivía en la última casa
del pueblo, ni siquiera un árbol
Una tarde, después de caminar y
caminar entre las bardas,
nos detuvimos a la vera de una
vertiente de agua y un sonido nos
reveló la purísima presencia de un
alacrán sobre una roca verde
  
Nuestras bicicletas eran rojas
nuestros perros negros…

Hasta que detrás de un color
naranja se fue el paisaje y el
Rata lloró por todas las palomas
que habíamos matado

Salvo nosotros y los pájaros
nadie durmió bajo ese cielo












De Versos de Gabino



Escena

Hay un orden
definido en las mañanas;
una certidumbre donde se suceden
caras, pasos, autos.
Una escena es la siguiente.
Llevo en mi respiración
la certeza de que nada es cierto.












Pereza

En homenaje a la desidia que siento por todo
perecen palabritas pergeñadas a desgano
de ganas de vivir perdiendo
perdido en esta periferia poética
donde el sustantivo leche
transgrede los hervores creativos
de mis contemporáneos libreversistas.

A mi la muerte me filosofa cortito
y a las divinidades antepongo mi pelela.

A la posteridad la postergo porque vendrá del huevo.

Que malicia esta malicia de decir siendo tantos.
Que contrariedad la de pensar
cuando no hay respuestas a la pregunta que nos asiste.












De Los ojos del cordero


Desperté…
Atravesé un largo pasillo.
Detrás de sus cuatro puertas
duermen mis abuelos,
mis hermanos,
mi tío y mi padre.
El baño es grande,
casi tanto como un espacio vacío.
Desamparado entre azulejos blancos 
dejo el espejo detrás de mis espaldas.
No quiero mirarlo.
Tengo miedo de verme otro.












Los domingos
cuando el tío juega al  fútbol de local
vamos al pueblo.

Después visitamos a Emma.
Ella se está muriendo de a poco
y no sale de su cama.
Tiene los ojos redondos
y la cabeza casi pelada.

A última hora
pasamos por el cementerio.
La abuela le deja flores a Edgardo
y el abuelo dice lo mismo de siempre:
  
–Hay tantos Arens en este lugar que dan ganas de quedarse.