jueves, 19 de noviembre de 2020

Fabián Chazarreta

 

Fabián Chazarreta (San Miguel, 1981 / vive en La Reja)

Lo que cae entre la niebla, San Justo, El Elefante Negro, 2020.












El cielo está muy alto, ma


I

Tanto, que ni una nube alcanzo a ver.

No tengo tus ojos. No tengo

tu corazón. Cargo con la idea

de una mañana limpia e impura.

Dejame leerte esto mientras dure

desmoronándose como un cerro

el pastón frente a tus ojos

y todavía quede un día bello por vivir.


II

Como entonces: tu mano sosteniendo

la mía frente a una vidriera

de televisores empañada por el frío;

tratando de distinguir las noticias

de un país en ruinas. Tratando de llamarme

en tu voz de 25 años. Nuestra vida

se parece a esa vidriera. ¿Quién pudo mirar

en tu corazón? Papá no. Yo no.

Hermanos no. Un gorrión.

Es lo único que te da miedo.


III

Hay telarañas en mis ojos. Telarañas

negras como dos taperas incendiadas.

Llikas, decís en quichua. Ahora

que se está muriendo, ahora

que lo están matando y no es lo único

que se va a morir. Tuvimos un circo:

Una colcha agujereada

por donde respiraban nuestras bestias.

Se puede ser feliz

con un palo y un trapo viejo, ma.


Y vos podés ser tan hermosa

como una casilla coronada de estrellas.








A la muerte de un albañil


Que no venga el diablo a meter la cuchara

ahora que tu frente

suelta una plomada muy oscura

y clava tu sombra sobre el humus

justo donde tu mujer te está llorando.

Te evoco entre estos raros

apodos nuevos para decirte

que tenías razón:

tu papagayo americano trabaja solo.

No más margaritas

a la mezcladora de cemento. Hacer algo

en la vida, es cavar un pozo.

Nuestro propio pozo. Y aún así

silbar arriba de un andamio.








De chico dibujé la lluvia


Con un lápiz roto

y sin punta. ¿Quién podría

decir que fue un día de sol

o nublado? ¿Si apreté

el puño contra la hoja

por felicidad, odio o penitencia?

Eso que parece un rayo

sobre el árbol ¿por qué no puede

ser un pájaro?

¿Por qué no puede 

ser mi nombre? ¿Quién dice?








Despierto entre todas las cosas


Como único poseedor de nada.

Compro el pan, me agarra la noche

y ceno lo que traía para el almuerzo.

Es cuando la casa huele a naranjales

la tele le yerra con el tiempo

y salgo a juntar agua en los nudillos.

Dicen que es fácil pegarle a alguien.

Lo difícil es darle piñas al aire

y que la lluvia me deje

tus dedos en la cara. Dicen que utopía

es en ningún lugar. Pero acá,

por encima del tapial parado

sobre un banco de niebla espero

ver subir al sol entre las casuarinas.







Escucho


I


Escucho a mi hija

buscar una galletita

y el roce

de su mano en el paquete

se confunde con la lluvia.


Los vecinos se olvidan

de cortar el tanque.

¿Aprovechan para llorar

o para desnudarse?

¿O es para que no deje de llover nunca?


Mi hija busca otra galletita

y es como si quebrara leñitas.

Como si ardiera de nuevo

lejana en su fuego

toda mi ceniza.



II


Escucho a mi viejo decir:

Ojalá que no se largue, hijo.

Entonces me doy cuenta

que no es mi viejo. Él nunca

me diría hijo. Ni yo papá.

Nuestro lenguaje nunca pasó

por reafirmar lazos de sangre.

Tampoco cosas u objetos;

sino por decir de una manera

lo que todos saben de otra.

Ese procedimiento sí

me resulta familiar. Me acerca a su voz.

No esta lluvia. La lluvia

puede ser lluvia.








Camino a la obra del country

 

La espesa niebla que nos cubre

está en su etapa de acumulación primaria.

La chata avanza. Desde temprano

a lo lejos se escucha

un rodar de acero entre los bastos

verdes de la gendarmería.

Abrimos las ventanillas

para tocar si llueve y la brisa nos devuelve

los primeros efectos del terror: Un caballo

en el medio del camino

asoma su mejilla hasta el hueco de mi mano;

si no estuviera en relación con el clima

que afuera se respira, diría que forja

la humanidad de la mañana.

La chata avanza sobre las marcas blancas de la ruta.

Una, dos, tres. La niebla siempre

puede ser más espesa.








Cebollas


Ya casi no lloro con la cebolla.

La pico a distancia.

El tiempo me estiró los brazos

como se estiran

dos medias viejas en la soga.

Sin embargo, cada vez que el cuchillo

golpea sobre la tabla, alguien llora

sobre mi hombro. ¿Será, no será?

Me dan ganas

de llamar a mamá para contarle.

Pero es tan tarde y la última vez

que la levanté por estas cosas

el barrio recién se estaba haciendo.

Había tantas estrellas en el cielo

que ella abría las ventanas

y yo al mirarlas me dormía.