viernes, 28 de agosto de 2020

Melisa Papillo



Melisa Papillo (Caseros, 1984)

Paisajes con agua en movimiento, Luis Guillón, La Carretilla Roja, 2020.













Como no puedo viajar

miro documentales. Deseo

ver con mis ojos y lo hago

bendigo esa señal en la pantalla

y soy una surfista en Punta Hermosa

soy la leona que tiene encima a sus cachorros

veo al cóndor andino desplegar sus alas de piano

vivir en tres escenas setenta y cinco años.

Los puntos de vista se reflejan en los tonos de voz:

el locutor miente “en Latinoamérica

el mar permitió una fusión de culturas”.

Esta noche miro Tesoro escondido,*

lo que busco en todas las cosas.


* Perú: tesoro escondido (Luis Ara / 2017)






Reposar en la jungla*

De un color durazno claro

se asoma la flor del árbol de ceiba

en el páramo colombiano.

Cuando no está colgado

el perezoso es una manta arrastrándose por el verde,

encontrarlo fuera del árbol

nos hace dudar sobre su fama.

Tiene todo para escaparse o atacar

pero sigue trepado al árbol.

Crecen sus uñas en el ocaso del día.

¿Qué poema mira el perezoso

desde la rama inclinada?

Se sonríe desde lo alto, ya vio hace tiempo

lo que tenía que ver.


* Los perezosos se mueven muy lentamente, / sus movimientos

pausados son una forma única / de enfrentar la vida en la jungla. /

Pasan toda su vida en apenas un puñado de árboles, / con las garras

se abrazan a las ramas/ y su abrazo es tan fuerte / que no se caen. /

El secreto de la supervivencia del perezoso / es que pocas veces necesita

/ bajar a la tierra.

Wildest Latin America. Episodio: “Amazonia” (Richard Kirby-Bill Markham / 2012).






Sobre el espacio oblicuo del bajo escalera

resalta una lagartija del tamaño de un corcho.

La señalo, mi hijo y yo la miramos.

Mi dedo recorre el camino que ahora emprende

o la guía hasta la luz

más blanca del pasillo para que podamos verla mejor.

Es una cosita maravillosa, digo,

y esa cosita ya se esfuma para nosotros.


Más tarde la encontramos en un rincón

tiene menos rapidez, menos gracia.

Volvemos a mirarla.

Esta vez estamos sobre ella

y la señalamos desde arriba.

Como respuesta

se oculta detrás de la estufa.


La mañana me encuentra sola. Abro la canilla,

lavo una taza. El agua de la pileta

se va escurriendo poco a poco

y brilla el acero de la bacha. En el fondo duerme algo.

En el fondo está lo que señalamos.

Levanto la lagartija, blanda, húmeda.

Las patas flácidas como un cabello.

Tiene un ojo sí y un ojo no.

Le hago un ataúd con una hoja de diario.

Con dudas, la apoyo en la bolsa de basura,

así envuelta prolijamente.

Después, cuando cuente esta historia

voy a decir que la enterré.






Como se lanzan una a una las piedras

al borde de un lago, recorro

el mapa de la vida.

No es una tarea difícil, sino meticulosa

desarmar y armar recorridos solo

para entender los pasos dados.

De niña diseccioné

un escarabajo vivo en la playa.

Con una piedra bisturí saqué sus alitas,

las patas, por último sus cuernos. Apoyé sus partes

sobre una roca plana, un plato servido a la mirada

perpleja de quien quiere, necesita

entender a costa de la oscuridad.

Hace poco colgué un mapamundi

en el cuarto de mi hijo, le dije bajito

importa saber dónde están los lugares, qué hay

atrás del océano. Las aguas bailan enmarañadas y seducen.

Quedate un rato observando, pedí y atravesalas

con la fuerza que se pueda.

Aquella tarde, después de terminar mi disección

escuché por un largo rato con los ojos cerrados

ese ruido rastrillero que hacen las piedras y caracoles

cuando la ola se aleja.