miércoles, 23 de diciembre de 2020

Victoria Palacios

 

Victoria Palacios (Palomar, 1976)

Turbantes, Buenos Aires, Ediciones La Biblioteca, col. miliuna, 2013.












De "Historia de las flores"


Escaleras abajo,

la florería:

las imágenes sacras

se expanden

                                marco de devoción.

Tus dedos separaban

el mijo

en un baile imposible.

Cada dedo,

acróbata de su destino:

deslizar las semillas

hasta encontrar una resonancia,

partirlas a la mitad

hasta encontrar sus vísceras,

limpiar lo subyugado,


palabras

elongadas

sobre el mundo.








No es posible contener

en una vidriera

el pasado de la flor.

Cada día es imprescindible

renovar los ramos

borrar su historia

olvidar su origen.








Esas manos que se nombran,

en su acercamiento al tímpano

aturden mi cabeza.

Presienten lo vedado

que no dejo de oír:








Sobre la medialuna,

que ilumina,

se enmarca el chañar.

La flor del desierto

inmolada

sabe

que es libre

porque no la buscan








Maeterlink, esos zumbidos

no son pájaros,

no es azúcar lo que emana la flor.

Cómo hacer de una imagen sola

el panal

cuando la primavera ha dejado

caer

para sí, irredenta,

su cuidado:

Lo ominoso es

la Oscura corteza

alimentándose del árbol.








Diáspora o metáfora,

el contorno de esos árboles,

-espectroscopias de la frecuenciaagita,

retuerce, sacude

los escombros metonímicos.

En su invasión, ellos

paralizan el reflejo que me doy

sobre las cosas.

El fértil retroceso

del viento, o de los afluentes,

y su bullicio de construcciones,

hace descarga

sobre la casa.

La resta, un fonema

de la música

nunca alcanzada.








Cuando la flor está completa

canta

Cuando la flor está madura

llama a cantar

Cuando la flor está en venta

su polen

cae, cae.





De "De la flor del ciruelo a la flor del cerezo"


No más tulipanes

como paraguas (sólo se permite sublimar

sucesos contingentes).

Estas                             palabras

que se deslizan debajo

del cielo hacia                                 atrás

como hexagramas

que devoran arriba.

Las horas distorsionan (será preciso tomar las burkas),

un pulso que aminora

en cada vibración,

corte transversal, donde el centro, ese negro

turbante,

deja amnésicos

los frutos cubiertos de nieve,

Sin embargo,

es la atrocidad

de la lluvia

desplazando su vestido,

y la exhibición

de lo múltiple

que siempre corroe.








Cada ondulación

abre el estambre.

Uno a otro

dentellean

hacia fuera.

Como en un juego oriental

llamado a fragmentar.

Porque cada separación

es un pistilo que se arroja

desandando la belleza de su aroma.








Interludio

Sin ánimo de repetir,

el mismo río

vacía

sus caudales

en el mismo pueblo,

base de un volcán.

Es la torsión de su final,

su caída

violenta

en el músculo,

la única que puede

inclinar

el vaso

de lo que ha sido olvidado:

pupilas

expectantes

del incendio.








De "Dīwān"



La seducción de la barbarie,

altura musical

donde el atardecer

se desvía y me acerca

a la mínima

contracción de esa sombra

en vuelo.

No es el lenguaje

una sola aproximación

de mi intelecto.

Es el ruido de la papaya

al abrirse,

y su dulzura completa,

lo que hace una torsión

para retenerme

y expulsarme de lo que soy

estando.

Puedo mirar el espacio

construido desde la curva

de esta carnadura,

pero no puedo

acercarme

a la tenacidad de lo arrasado.

Como la semilla

al caer,

mi palabra, al acomodarse

baila,

y al bailar se cuida.

(pero no puedo acercar mi mirada

a la tenacidad de lo arrasado)








Y aún mercancías

las flores hablan

del paso del tiempo

de la belleza en medida

del contenido y su técnica

sin raíz.








De las mujeres y sus pasos sobre Iruya,

la simetría de sus mantas

desplegadas como una sucesión de palabras

para omitir                         una imagen

un modo de decir “constelación”

y un modo de percibirme más acá de la lengua

más acá del cuerpo

donde el mineral es grieta

y lo hundido del caimán

experiencia.