Victoria Palacios (Palomar, 1976)
Turbantes, Buenos Aires, Ediciones La Biblioteca, col. miliuna, 2013.
De "Historia de las flores"
Escaleras abajo,
la florería:
las imágenes sacras
se expanden
marco de devoción.
Tus dedos separaban
el mijo
en un baile imposible.
Cada dedo,
acróbata de su destino:
deslizar las semillas
hasta encontrar una resonancia,
partirlas a la mitad
hasta encontrar sus vísceras,
limpiar lo subyugado,
palabras
elongadas
sobre el mundo.
No es posible contener
en una vidriera
el pasado de la flor.
Cada día es imprescindible
renovar los ramos
borrar su historia
olvidar su origen.
Esas manos que se nombran,
en su acercamiento al tímpano
aturden mi cabeza.
Presienten lo vedado
que no dejo de oír:
Sobre la medialuna,
que ilumina,
se enmarca el chañar.
La flor del desierto
inmolada
sabe
que es libre
porque no la buscan
Maeterlink, esos zumbidos
no son pájaros,
no es azúcar lo que emana la flor.
Cómo hacer de una imagen sola
el panal
cuando la primavera ha dejado
caer
para sí, irredenta,
su cuidado:
Lo ominoso es
la Oscura corteza
alimentándose del árbol.
Diáspora o metáfora,
el contorno de esos árboles,
-espectroscopias de la frecuenciaagita,
retuerce, sacude
los escombros metonímicos.
En su invasión, ellos
paralizan el reflejo que me doy
sobre las cosas.
El fértil retroceso
del viento, o de los afluentes,
y su bullicio de construcciones,
hace descarga
sobre la casa.
La resta, un fonema
de la música
nunca alcanzada.
Cuando la flor está completa
canta
Cuando la flor está madura
llama a cantar
Cuando la flor está en venta
su polen
cae, cae.
De "De la flor del ciruelo a la flor del cerezo"
No más tulipanes
como paraguas (sólo se permite sublimar
sucesos contingentes).
Estas palabras
que se deslizan debajo
del cielo hacia atrás
como hexagramas
que devoran arriba.
Las horas distorsionan (será preciso tomar las burkas),
un pulso que aminora
en cada vibración,
corte transversal, donde el centro, ese negro
turbante,
deja amnésicos
los frutos cubiertos de nieve,
Sin embargo,
es la atrocidad
de la lluvia
desplazando su vestido,
y la exhibición
de lo múltiple
que siempre corroe.
Cada ondulación
abre el estambre.
Uno a otro
dentellean
hacia fuera.
Como en un juego oriental
llamado a fragmentar.
Porque cada separación
es un pistilo que se arroja
desandando la belleza de su aroma.
Interludio
Sin ánimo de repetir,
el mismo río
vacía
sus caudales
en el mismo pueblo,
base de un volcán.
Es la torsión de su final,
su caída
violenta
en el músculo,
la única que puede
inclinar
el vaso
de lo que ha sido olvidado:
pupilas
expectantes
del incendio.
De "Dīwān"
La seducción de la barbarie,
altura musical
donde el atardecer
se desvía y me acerca
a la mínima
contracción de esa sombra
en vuelo.
No es el lenguaje
una sola aproximación
de mi intelecto.
Es el ruido de la papaya
al abrirse,
y su dulzura completa,
lo que hace una torsión
para retenerme
y expulsarme de lo que soy
estando.
Puedo mirar el espacio
construido desde la curva
de esta carnadura,
pero no puedo
acercarme
a la tenacidad de lo arrasado.
Como la semilla
al caer,
mi palabra, al acomodarse
baila,
y al bailar se cuida.
(pero no puedo acercar mi mirada
a la tenacidad de lo arrasado)
Y aún mercancías
las flores hablan
del paso del tiempo
de la belleza en medida
del contenido y su técnica
sin raíz.
De las mujeres y sus pasos sobre Iruya,
la simetría de sus mantas
desplegadas como una sucesión de palabras
para omitir una imagen
un modo de decir “constelación”
y un modo de percibirme más acá de la lengua
más acá del cuerpo
donde el mineral es grieta
y lo hundido del caimán
experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario