miércoles, 10 de mayo de 2017

Silvia Sandín Rosón



Silvia Sandín Rosón (CABA), El regreso, El ojo del mármol, La Tablada, 2016.




















Piedras

Cuarenta grados a la sombra.
La pileta es un hormiguero
nos apiñamos en el agua
no importa si no podemos nadar.
Nadie toma sol.
Estamos aletargados, sumisos
en la humedad compartida.
De golpe el cielo se pone negro
suena fuerte el silbato del bañero
pide que salgamos.
Nos manda a las casas sin demora.
Si empiezan los rayos es peligroso.
Apuramos el regreso a través de la montaña.
Un viento inesperado arma nubes de greda
pequeños remolinos nos envuelven
entrecerramos los ojos.
Las primeras gotas levantan un humito
en la tierra agrietada.
Los truenos retumban
todo tirita alrededor.
Vamos juntas, sin hablar, con miedo.
Las ojotas se traban en el pedregullo
las toallas nos tapan pero no alcanza
bajamos la última barranca casi corriendo.
Llegamos a la ruta y estalla
un ruido de espejos rotos.
Piedras de hielo
grandes como nueces
se estrellan contra el pavimento.
Hojas, ramas, frutos caen.
Las piedras nos golpean
duelen en la cabeza
los brazos, los pies.
La abuela salió a la calle
sonríe al vernos
entramos bajo su brazo.
Nos quedamos a resguardo
en la galería techada.
El suelo está lleno de huevos de hielo
temblamos un poco
la temperatura bajó bastante.
Pienso en los pájaros
me siento como un gorrión desorientado
que logró volver al nido
pero no lo reconoce.
Las plantas no pueden escapar
sufren calladas.
Veo los rosales desgajados.
El alelí quebrado.
La rosa roja que se abrió a la mañana
está desperdigada en la tierra
los pétalos separados y partidos
desangrados sobre el cantero.
Todo se detiene de pronto
y como si nada hubiera sucedido
las nubes se abren en una grieta celeste.
El sol del atardecer ilumina
los espinillos húmedos.
Entramos a merendar.
Desde el ventanal veo cómo las piedras
se deshacen sobre el pasto del fondo
igual que un hechizo
que pierde su fuerza poco a poco.
Más tarde recorro la huerta
una batalla desigual atravesó el terreno.
La casa está intacta
refrescó y ya no llueve.












Tormenta

Los alguaciles se amontonan
en la luz del patio
sus alas tornasoladas
chocan entre sí.
Es de noche y el calor afloja
nos quedamos afuera
armamos abanicos de papel.
La luna está rodeada
de un halo de neblina.
Los sapos aprovechan la bonanza
van de una punta a la otra del pasillo.
Entramos a oscuras
para que no se metan los bichos.
La casa mantiene el sopor del día.
Los refusilos de unos truenos
se filtran a través de la persiana.
Los rayos caen lejos,
atrás de los montes.
Cuesta dormir.
Me tapo con la sábana,
me asustan los reflejos luminosos.
Caen las primeras gotas, pesadas.
Los truenos se aproximan
retumban fuerte
los vidrios tiemblan.
Aprieto los ojos,
me tapo los oídos
pero es inútil.
En medio del estruendo y el agua
mi hermana se mete en mi cama
me agarra de la mano
se duerme enseguida.
Llega un viento fresco que alivia.
Yo me quedo quieta, casi sin respirar.