sábado, 26 de junio de 2021

Gustavo Tisocco



Gustavo Tisocco
(Mocoretá, 1969 /vive en CABA)
  

Entre ventanas, Villa María, Mascarón de proa, 2020.












Vereda

Ese hombre con frío
busca una mirada
que lo abrigue.







1 B

En esa ventana
siete niños
sietes hijos varones.

La madre amamanta al lobo.







2 B

En esa ventana
un hombre sale a trabajar
su mujer
recién llega de su tarea nocturna.

Un niño
espera una caricia.







3 B

En esa ventana
una abuela haciendo arroz con leche
y ese aroma dulzón,
ese instante.

La infancia viene a visitarme
desde esa ventana. 







4 D

En esa ventana
música de piano.

Todo el verano ahí
donde el milagro
inunda el paisaje
en clave de sol.







5 D

En esa ventana
alguien escribe.

Siempre de noche escribe.

La salvación
a veces
habita en la penumbra.







6 A

En esa ventana
un crucifijo quebrado.

Dios
no resiste las ciudades.







7 A

En esa ventana
el hombre mira un puerto
y en ese puerto su madre
quieta y sola
allá en su tierra.

El hombre no ve
de la ciudad los edificios.
Él guarda en su retina
un niño partiendo,
un país lejano.







8 C

En esa ventana
anida una paloma
adentro
una mujer
festeja la vida.







9 D

En esa ventana
olor a incienso
más fuerte que el incienso.

Adentro a un hombre
                        le crecen alas.







10 D

En esa ventana
la mujer ya no llora
ni denuncia
ni espera.

Sangra.

Cuida que sus hijos
          no escuchen.







11 B

En esa ventana
un hombre se acaricia
suavemente
se acaricia.

El goce
vendrá después.







12 C

En esa ventana 
un espejo
me enfrenta        me refleja.

Todas mis ventanas ahí
todos mis recovecos
mi edificio.







Mi ventana

En esta ventana
yo, el insomne
el desparejo
el mutante
el que a veces solloza
como un sauce allá a lo lejos
que no usa relojes
no cree en testamentos
que no reza
ni predica
tampoco espera ya
ni se alimenta
no sacia su sed.

En esta ventana
yo, el despiadado,
solo espío, solo espío.
































jueves, 17 de junio de 2021

Bernardo Colipán Filgueira

 


Bernardo Colipán Filgueira
 (Osorno, Chile, 1967)

Comarcas, Villa Los Aromos, Ediciones A capela, 2021 (epub). Esta edición digital difiere de la edición impresa de 2013 (Puerto Montt, EAF).
















Hay un río, no conozco su ruido, pero sé que viene de ti

Yo construyo ramos de flores con el color
del vacío que me gusta.
En cada ramo que armo se refleja lo que nunca
me has dicho.
Los hago, porque en mis ramos se muestra mi desnudez.
Mis flores blancas, rosadas y verde limón
se encuentran siempre al otro lado del estero,
junto a la piedra donde me tiendo desnuda al borde
de la barranca
y sólo me sostiene una pluma gris
que cuelga de mi oreja.
Una de las flores que un día recogí crecía sobre una piedra
marrón
y tenía figuras que hablaban del sol.
Otra flor que cogí era más callada que el resto,
sabía que no tenía fin,
por eso era sincera y vestía de blanco.
Las flores silvestres me gustan porque son cálidas y claras por dentro.
Yo busco en los pantanos oscuros a la única flor
blanca que crece en su interior.
Otros lugares recorro buscando girasoles.
Pero siempre llego desnuda a sentarme a una piedra.
Muy lejos, en las montañas, crece una rosa
que aún no conoce el olvido.
Hay lugares donde se oscurece más temprano y crecen flores
que esperan a hombres con sombrero rojo,
que las arranquen algún día.
No me pidan que vuelva ahí nuevamente.
Busco a las flores que crecen en las orillas negras,
al otro lado del camino,
lejos de los jardines, pero cerca del sol.
Hay un río, que aún no conozco, pero sé que viene de ti.
Y de seguro una flor que nacerá esta noche me hablará
de tu oscuro jardín.
Tristes son la semillas que buscan a la flor que un día
no nacerá.
Yo le rogué a una amiga que no baje a buscar la flor
nacida en el abismo.
Otra cosa habría pasado si me hubiera hecho caso.
El hombre ciego también conoce las flores.
Yo construyo ramos para él.
Por eso me tiendo desnuda en mi piedra gris.
Ahí siento los olores.
Luego camino con los ojos cerrados y las busco.
Ellas se entregan antes que yo las encuentre.
Un día, mi madre me dijo que en la primera flor
que se abra frente a mí
conoceré al hombre que un día me amará.
Mis clientes me piden que en todos sus ramos las flores
se encuentren abiertas.
Yo los entiendo, pero siempre en sus ramos
les pongo unas flores cerradas.
El viento algún día me descolgó y ahora
habito las montañas,
buscando flores.
Es mi trabajo.
Soy la mujer que hace arreglos de flores, la que nunca
arrancaron de su tierra.
¿Cómo podría contar que el olvido siempre viene del otro?
Por eso busco las flores en la madrugada y armo el retrato
que algún día
me hablará del vacío.
Triste escena es esta.
Pero no tanto.
Mira.
Los hombres compran flores para regalar a sus novias.
Los padres compran flores para los hijos que nacen.
Los hijos compran flores para los padres que se mueren.
Toda la belleza existe en las flores:
el amor,
la vida, el nacimiento y la muerte.
Ese es mi oficio.
Pero tú no sabes dónde está el viento,
el sueño,
la nube negra, el anciano que regresa al hogar
para mostrarnos la flor
que nos habitará.
Los jardines que siembran los hombres,
algún día
las langostas del verano las comerán.
No pasará lo mismo con las flores silvestres.
Un día, un silencio me quiso ahogar, pero me agarré
de una flor blanca y se dejó ir.
Era un día hermoso, no como el de hoy.
Recuerdo que resbalé y la flor blanca siempre estuvo, ahí.
¿Cuánto tiempo seré capaz de habitar desnuda en esta piedra?
Un caballo salta por los aires y busca
un pequeño trote para mí.
¿Cómo podría contar que el olvido siempre viene del otro?
Por eso busco las flores en la madrugada y armo el retrato
que algún día
me hablará del vacío.
Triste escena es esta.
Pero no tanto.
Mira.
Los hombres compran flores para regalar a sus novias.
Los padres compran flores para los hijos que nacen.
Los hijos compran flores para los padres que se mueren.
Toda la belleza existe en las flores:
el amor,
la vida, el nacimiento y la muerte.
Ese es mi oficio.
Pero tú no sabes dónde está el viento,
el sueño,
la nube negra, el anciano que regresa al hogar
para mostrarnos la flor
que nos habitará.
Los jardines que siembran los hombres,
algún día
las langostas del verano las comerán.
No pasará lo mismo con las flores silvestres.
Un día, un silencio me quiso ahogar, pero me agarré
de una flor blanca y se dejó ir.
Era un día hermoso, no como el de hoy.
Recuerdo que resbalé y la flor blanca siempre estuvo, ahí.
¿Cuánto tiempo seré capaz de habitar desnuda en esta piedra?
Un caballo salta por los aires y busca
un pequeño trote para mí.







Todos han huido después del malón

Todos han huido después del malón.
Han partido hasta quedar nada
más que el olvido
abrochando tu camisa.
Lloras aún por el plato
enfriado de legumbres. Dudas
de la memoria cada vez que no llena
tus bolsillos de monedas y parece
mentira que no tengas
más compañía que una piedra
molestando al interior de tu zapato.

Todos han partido, pero
en esta calle ha de verse
en pena aún oscura
todavía un alma
precisamente allí donde incrustados
se alojan tus ojos.
Ha de verse brillando por su ausencia.
Toda mordida de perros.
Sola dentro de sí
misma.
Con toda esa muerte adentro.
Ardiente como un dolor de cabeza
que molesta y no deja
rodar cuerpo fuera
a nuestro
ejercicio humano.







Fronterizos

Ese hombre que lleva un bastón y cojea,
carga una mochila repleta de libros.
Sabemos que nadie lo contrató para andar en las calles.
Pero siempre nos paramos en la esquina.
Sin nada que ofrecer sino las canciones que sabemos
y que nadie quiere oír.
Sin embargo lo vemos pasar siempre con su mochila repleta de libros.
En este pueblo, nos dice: «Habrá un cigarrillo para los hombres,
una iglesia del señor, la cual lavó por su sangre,
caerá la chimenea rota algún día y podrán dormir con mujeres
que solo aman su voz.
¿Os apretáis juntos con otros, porque os amáis los unos
a los otros?»
Nosotros vivimos del ocio y la iglesia la ocupamos sólo para bodas importantes.
Ese hombre que cojea, no habla de quienes cometen desordenes en el pueblo.
La Libertad Católica en 1890 dice:
«La policía rural es insuficiente para mantener la seguridad de la Frontera».
Esta es la Comarca donde viven aquellos a quienes nunca dieron alcance.
Separados del mundo, cada uno junto a su noche
cada uno junto a su muerte, idos
de lo cercano y lo distante
con un cadáver a cuestas que en el verano lavan
peinan y vuelven sus ojos pardos al cielo.








Un hombre pálido buscó al sol enterrado en un bosque

A la orilla del camino recoges cartuchos de balas.
Y estamos lejos de los hombres que un día buscaron su hogar.
De noche sólo encontramos avellanas y el licor
que aún no me abandona.
Sobre mi frente golpea un oscuro cristal.
Lejos están mis parientes que algún día creyeron en mí.
Hay una luz parda que aún sale de mi boca.
De noche me encontré sin entender que algo
nos arrastra al lugar
donde los cuerpos siempre llegan solos,
sin nada, con solo una luz
que ilumina la entrada del bosque.
Ahí nos encontramos al amanecer
y siempre nos despiertan las campanas.

Dos caballos saltan en un viento negro que algún día nos llevará.

Y se apaga el fuego como se oculta el miedo.
Un hombre pálido buscó al sol enterrado en un bosque.
Extraños,son los caminos donde crecen los jacintos en flor,
pero dulcemente vienes caminando sin miedo una noche,
buscando al viejo sauce, al cielo y la sonrisa de un niño
que nunca nacerá para nosotros.







Mi casa amarilla en el cerro miraba al mar

Todas las tardes volvía hacia ella.
Sin embargo al temblar tú estabas ausente.
Había un frío cuyo nombre no sabía, pero dormía junto a mí.
La persona que nunca saludé, me dijo: «Mañana, amanecerá
el sol en este pueblo».
Cuando todo se derrumba la única fachada que no cae es la tuya.
Muchos han vivido aquí sin amor, pero nadie sin agua.
Tuvimos momentos sin luz.
¿Dónde íbamos a encontrar refugio,
comida
si no había siquiera un pedazo
de realidad que nos mantuviera en pie?

Ahora te asombra ver un río que no se llena.
Hay una trizadura a la orilla del camino que lleva tu nombre.

Si hubieras estado aquí
yo te habría dejado dormir
en esta pieza conmigo
mirando esta puerta
cuyas bisagras aún no se han soltado.







Algún día mis hijos volarán a orillas de los montes

Bastante grande es el asunto.
Bastante grande es la palabra.
Es por eso que estoy aquí.
Por siempre sufrió esta tierra,
de lejos vienen todas las desgracias:
Cornelio Saavedra, Gregorio
Urrutia, todo
el 2º de Línea.
Vienen como un pájaro grande;
por eso todo mi aliento
es para un corazón joven,
y ya está cansado mi pensamiento.
Aunque todavía me salen palabras.
Tendré un día o quizás una noche
para descansar.
Mis amigos me levantarán
a orillas de la tierra.
Algún día también correrán mis hijos.
Volarán a orillas de los montes
como pájaros.







Fronteras

La cabeza de un capitán del batallón Cívico de Angol recorre las reducciones.
Mi padre ha muerto de influenza.
He sacado de mi bolsillo algunas papas agrias recogidas del día anterior.
Recorro cada cierto tiempo toda la línea de fuertes: Lebu, Arauco, Mulchén.
Aquí la regla es fusilar a los condenados en el mismo lugar del crimen.
Vuelvo cubierto de piojos y a veces con sarna en las manos.
Poeta, me llaman las vividoras pero no estoy seguro
de haber escrito nada para ellas.







Cada uno brilló dentro del cuerpo del otro

Luego nos despedimos y cada uno brilló, dentro del cuerpo del otro.
Nunca esperamos la vida, pero ella vino por nosotros.
Pero supimos que entre más se busca la flor brotada de la muerte,
nace de ella el silencio.
Yo le dije, cuál es la manzana verde que lanzamos al futuro.
Ella me dijo, no importa, siempre volveremos a transitar por las antiguas rastrilladas.
Con los mismos caballos, ahora, un poco más viejos, parecidos a Pincén, un tanto a Inakayal, pero siempre más cerca de Sayweque.
Salimos pensando que todo el viento era para nosotros.
Y que nuestros caballos nos llevarían donde todo comenzaba.
En el soplo le dije.
Al lugar donde siempre salimos polvorientos, respondió
Esperamos noticias. No sé si fueron buenas o malas. Pero noticias.
Todo eso ocurrió en Valcheta. Los recuerdos nos enseñan que siempre sale algo nuevo
Pero en Valcheta, sólo siento mis pies helados y el batir de alas de un pequeño murciélago, que vino con nosotros y que siempre nos acompaña.
Nunca supe que los besos traían un kilo de mujer.
Pero cogí el cariño. Pensé que era una pluma. Más tarde me dijeron que era un río que arrastraba piedras. Pensé que las piedras más chicas y redondas eran para mí.
Por eso las seguí. Sucede que en las horas del sol, siempre me encuentro con las piedras.
Ellas no buscan su color, ni tampoco la luz, son felices
porque nunca encuentran el último giro al rodar.







La cabeza de Catriel

«La cabeza de Catriel sigue aquí conmigo; hace rato que la revisé pero aunque la he limpiado un poco; sigue siempre con bastante mal olor. Me acompañará al Tandil porque no quiero separarme de esa joya, la que me es bastante envidiada». (Perito Moreno, Azul, 5 de Abril 1875).

 

En las estanterías del museo de la Plata, mi cabeza es la séptima de la orilla,
o tal vez sea la cuarta a la izquierda del cráneo de Pincen
Mi cabeza no sé cuál sea, tal vez esté arriba de la cabeza de Damiana
o debajo de Margarita Foyel o quizás a un costado del cerebro de Inakayal en formalina.
Sus señales no se parecen cuando boleaba avestruces
ni cuando comía yuyos silvestres.
Mi cabeza brilla con la luz de los tubos fluorescentes.
Mi cabeza es un número en el inventario colonial.
Mi cabeza tuvo un alma humana embutida en un cuerpo
Siempre lo dije, sólo que ahora no significa mucho.
Mi cabeza desenterrada por Perito Moreno se comporta a veces
como si estuviera en la Gobernación de las Manzanas, allá lejos
donde los pastos crecen y engordan por las tardes los caballos.







Canto de amor de Jacinto Segundo Puelpan

Si usted dice que huyamos de la isla Martín García.
Nos iremos.
Por su corazón que se abre en cruz
al caer en la nieve,
yo haría lo que usted diga.
Ya espera mi caballo alazán que nunca se cansa.
Seguiremos la pincelada de luz
que deja una estrella al morir en la noche.





































lunes, 14 de junio de 2021

Fernando Ayala

 


Fernando Ayala
(San Justo, Buenos Aires, 1987)

Fuera del ombligo, Buenos Aires, Barnacle, 2021.



















De "Fuera del ombligo"



£

La lengua cerebral hamaca su partida
de adentro hacia afuera;
deja intactos los lugares neutros, y al
intenso crujir de los tubos hace frente.
La ciencia exacta quedó libre.
Sin impurezas, pura mente gasificada.
Las fotos del horror feliz que dice sí
al impulso innecesario.
Así el aroma a las vidas, un sello,
hecho de manera consciente, extraña.
Rudimental y conocida, extraña.
De un tiempo a esta parte
nada deja ser sus alas.
Aun así, la mañana insiste en aparecer
y desaparecer, desde afuera,
desde adentro.







£

J
oven, no deje de pedirle
peras al olmo.
La comunidad del Siglo XX
al costado del camino
sin rencores al olvido.
Avanti, relojeando para atrás
se puede ver la bruma, disipar
los recuerdos, como la faja
perlada que deja el polvillo al sol,
en tu ventana vieja.







£

L
as cosas se ajustician cuando tocás
y la vida siempre nos cobra algo.
Sembrada la duda, algo se enciende;
será: el silencio de Pichuco
alzando las cejas; levantando las pestañas;
con la mirada fija en la nada que todo guarda,
los dedos de alas gordas, sintiendo la fragilidad
que lleva puesta la vida, en sí.
El riesgo, las palabras, la música
y nuevamente el silencio.
Pero esta vez en serio,
sin sonrisa, ni mueca; sin música, ni tiempo.
Silencio, se ha dicho.







De "Los privilegios"



@


Agradecer o pedir antes del robo al mercado.
Las oportunidades que están dentro. Los medios.
Una base de arroyo con piedras. Aplauso, orgullo.
Y la máquina de hacer chorizos.
Así, alienada en el vendaval, la historia.
Aún creo que hace falta una pausa.
Pero eso, es un privilegio.







@

E
l pulso se hizo cargo de la palabra justa;
Ese granito de pimienta en la lengua que hablo.
Al caer la piedra, se dijo:
Seca, firme, segura y digna:
Poco crece en la oscuridad,
Que no esté al acecho.







@

U
na palabra: Empatía.
¿Cuántos escombros acumula una nube,
antes de fluir como regadera del cielo?







domingo, 6 de junio de 2021

Amanda Berenguer

 

Amanda Berenguer
(Montevideo, 1921-2010)

Identidad de ciertas frutas, Delta de San Fernando, La Ballesta Magnífica, 2021.




















I

                                            ( la manzana 1 )


Por las manzanas
                            –deliciosamente–
conozco el deseo
descubro la salud
y esa larva de muerte
que se lleva en medio del esplendor.

Ser como la manzana
                                  implica
                                  todas las culpas
pero es excitante la propuesta.
La manzana es brillante
                     y peligrosa:
una sola puede incendiar un huerto.

Ser como la manzana
es estar –en la alta fiesta del día–
            toda de raso rojo y diamantes
y llevar en el índice enguantado    
            un anillo de sombra.






                                          ( la manzana 2 )

Una manzana color manzana
otra manzana sin cáscara
                       color de otra manzana
otra manzana desaparecida
                       saboreada:
de las tres ¿cuál la manzana verdadera?







II

                                          ( el durazno )  

Me gusta el durazno maduro:
me gusta el área de perfumes
               el ruboroso terciopelo
                                                   que rodea
                su jardín particular.
No veo el carozo escondido
                            ese crustáceo amargo
                            en la cueva de pulpa
                                                rosamarilla.

Sé que tropezaré con él
y quizá me salte un viejo diente de leche.

En el plato (asustadas como rocío)
                   han quedado unas gotas:
                                                            ¿almíbar?
                                                            ¿sangre?
  






XI

                                        ( la sandía )

Yo buscaba sin saber bien
qué era   repartir aquella extensa fruta.
               Repartir la sandía –me dije–
y sacrificamos en tajadas
                        su fresca encarnadura.

Quedó abierta sobre la mesa mostrando el corazón.
¿De la tarde? ¿De la casa? ¿Del silencio?

Repartir la sandía –me dije–  
es repartir una siesta de verano
                 una estación con vidrieras rojas
                                      y desierta
                 una cueva verde habitada por la sed.






XXII

                                        ( las nueces )  

Las viejísimas nueces
       arrugadas
       severas
       selladas celdas
de circunvoluciones sin memoria.

Cuando las toqué
                            al final de la cena
sentí
que se había encogido en mi mano
                                     el vasto mundo.
Apreté ese inesperado acontecimiento:
me parecía
imprimir las huellas de mis dedos
                                  y mis palmas
en esa cápsula leñosa
                        –guardabosque del vértigo–
sobre aquella estrella amarillenta
                                   que se hundía.
La fruta –a su vez–
              apretaba su aletargada moneda
              como se aprieta la propia vida.

Más tarde cuando abrí la mano
                 lo supe:
en la cerrada corteza permanecía
el bulbo del árbol de las generaciones:
un pensamiento fósil color coñac
conservado entre apetitosos aceites.























        

viernes, 4 de junio de 2021

Judith Filc

 

Judith Filc
(Buenos Aires / vive en Nueva York)

Año nuevo, Buenos Aires, Barnacle, 2021.



















Realidad virtual

La selva es oscura y calurosa.
Se oye un reptar bajo las hiedras.
Invade un olor a tierra húmeda.
Una mata de verde es un muro.
Dentro del muro hay silencio.
Detrás de él se extiende una pantalla.







Incendio

El fuego brilla y su corazón es blanco como la luz.
Brilla detrás de los árboles despojados,
de la casa raída,
de la playa,
de dos chicos de espaldas.
Brilla contra los camiones,
los helicópteros,
los hombres de uniforme,
Brilla, y su brillo apacigua.







Huracán

Las salas del hospital están oscuras.

La luz roja no titila.
El corredor está vacío.
Nadie sabe qué pasa detrás de las puertas.







Pobreza

La tiza traza una línea.
La línea establece un límite.
Nadie lo cruza. Nadie mira adentro.
Nadie sabe qué pasa.

Lo que no se sabe se olvida.
Lo que se olvida se abandona.







Soja

Las vainas, de un verde brillante,
crecen en el campo bajo el sol.
Hambrientas, se expanden,
avanzan,
buscan.

No queda nada;
solo un verde cada vez más alto.








Ciudad

El semáforo cambia al rojo.
Los peatones cruzan la calle deprisa.
Dejan alas abiertas,
plumas dispersas
y un cuello torcido.


























 

miércoles, 2 de junio de 2021

Inés Rando

 

Inés Rando (Buenos Aires, 1984)

Ser desierto, Buenos Aires, añosluz, 2020.


















Botones

Si cierro y voy por un pasillo oscuro
hasta llegar a una puerta que conduce a un altillo
y en el altillo hay un baúl que abro en mi memoria
lo que encuentro, abuela, es esa caja de botones.
Y si me centro bien, recuerdo los colores.
Había unos verdes redondos con recovecos,
horribles en su esplendor,
otros dorados, chicos, transparentes, nacarados.
Lo lindo era dar vuelta la caja de una
sobre la cama
sobre el cobertor de flores
y empezar a separar los botones
¿Por tamaño? ¿Por color?
¿Cuánto tiempo podía estar haciendo eso, abuela?
Mientras, vos planchabas o cosías
y yo me probaba los dedales
y me imaginaba que mi dedo
era un caballero andante.
La aguja, su espada.

La caja siempre estaba ahí para quien quisiera abrirla.
Al igual que el cariño de la madre de mi madre.
Y los botones se convertían en un universo a la tarde
en esas épocas en las que solo entendía
que mamá y papá no se querían
y que yo era una chica más callada y ordenada que los demás.
Hoy vine al mercado de San Telmo en busca de botones.
En busca de pedacitos de pasado.
Quería decirte
que vine a refugiarme
entre ropa vieja y costureros y botones ajenos
porque la historia arrasa
y las voces son lo primero que se pierde,
los mates dulces y tibios.
Quería decirte que crecí tanto que ahora los tomo amargos
–como la vida, dirás–
y más bien calientes.
Que vine acá porque es tan poco el amor
que la carencia se va comiendo todo.
Sigo siendo más callada que los demás.
Sigo callándome cosas, queriendo de más para adentro.
Y no puedo evitar acordarme, abuela, cuando dijiste
que te caía mejor mi hermana
porque ella era graciosa y hablaba mucho
y yo no te contesté porque era callada
pero observaba todo
y esa fue la primera vez
que no supieron leerme
que me rompieron el corazón
eligiendo a otra.








Sicaria

                                There is no one here
                                                but words
                                        Robert Creeley


He construido un amante en palabras
porque con ellas
puedo moldearlo a mi gusto
y con ellas puedo también deshacerlo
lastimarlo

guardarlo en un cajón
hasta que no respire







Mantra

Él no soy yo.
Él no soy yo.
Él no soy yo,
me repito como un mantra
para soltarle la mano
y dejarlo que descubra la crecida del río
que investigue las piedras
que tome el sol
pero que lo tome con las palmas de las manos
que lo sienta
que descubra el amarillo
el calor
que va a quemarlo para siempre.

Él no soy yo
y dejarlo ir
en el río
en la crecida
en las piedras

como las cosas que se van
pero conservan su belleza al alejarse.







Ser desierto

Los granos de arena se acomodan a capricho
y el paisaje parece diferente
pero siempre árido

quisiera ser un tigre y cambiar mi pelaje

o ser desierto

ser arena blanda
que cambia con cada rumbo del viento

ser siempre paisaje amarillo
que no ofrece nada
excepto por la sed