jueves, 26 de noviembre de 2020

Carina Sedevich

 

Carina Sedevich
(Santa Fe de la Vera Cruz, 1972 / vive en Villa María)


Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder, Neuquén, Tanta Ceniza Editora, 2020.














To my brother Leo


Hermano, cómo pasan los días. Le contabas por teléfono
acerca del calor aquí en el sur a tu amigo de New York.
El sol, seis minutos más tarde que la mañana en que llegaste,
asoma y quema. Cuando la muerte sorprendió a Fassbinder, lo hizo
dentro de su casa. Pero su hogar fueron sus películas. Creía
que rodar sobre un tema absoluto, sin final, era la única
manera decente de vivir. El sol saldrá mañana siete
minutos más tarde. En el lugar en que estés habrá un refugio.

 







Kárhozat o La condena



El hombre conoce el filo del cuchillo que le raspa la cara
por el sonido espeso y gris. Cae la lluvia sobre el bar
y la mujer que canta dentro tiene el pelo húmedo.
Cada película del húngaro es una caja de música.
Los diálogos son innecesarios, pero en un momento
alguien dice: “todas las historias son de desintegración”.
El protagonista vacía la copa de un trago y yo me ahogo.

 

                       




                                                                    1996


Las imágenes visuales son de una verdad a veces vana.
La mesa de la biblioteca en la que leía por las tardes
era del color del vino tinto, pero el lugar olía a papel seco.
Y el hombre que olía como el barro entre los sauces del río
llegaba siempre hacia las tres. Se parecía a Werner Herzog,
quien afirmó alguna vez que los hechos no pueden dar la clase
de iluminación, el flash extático del que emerge la verdad.

 














 


lunes, 23 de noviembre de 2020

Vanina Santoro

 

Vanina Santoro
(Caseros, 1984)


Niña de viento y tierra, Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2020.













De Yvytu -Viento  



13.

El día que pronuncié las palabras

me brotaron dos llagas en la lengua

para recordarme

que no hay olvido

sin dolor.







17.

Estar atenta a lo minúsculo y lo remoto

a lo que viene de lo profundo

cubrirse de miles de burbujas

camuflarse

sobrevivir.

Ser un insecto bajo el rocío.







19.

                                Todo es inmenso acá,

                       salvo las flores de la orilla.

                                                Tom Maver


                                A Ire


Pequeñísimos cangrejos 

en la palma

buscan el borde de la mano.


Arrullados por el oleaje

corazas de nácar

corren de a uno y por turnos.


Cangrejos ermitaños

sostenidos por el pliegue palmar

que fue vaciado de vida.


En el hueco de una mano

puede caber el mundo.





De Yvy -Tierra



1.

Mi vieja abrió el piso de cemento

del patio alargado del conurbano.

Cavó un hueco profundo

removió la tierra estacionada

y plantó.

Dos años esperó paciente

a que creciera el limonero.

Dos años de plagas malasangre,

hormigas enemigas a muerte

y demasiadas expectativas.

Que no salen, ni uno sale

que ahora no se maduran

que el limonero traspasó

para la casa del vecino

parte de su crecimiento.

Un día de verano el primero de los limones

rebosó de amarillo.

Mi vieja que había cavado

un hueco en el patio de cemento

lo cosechó.

Ahora reposa el primer limón

en una canasta de aopoí.

Trofeo

centro de mesa

envidia del visitante

que observa la obstinación de mi vieja

y un limonero que sobresale airoso

y desafiante

del patio de la casa baja

con techo a dos aguas 

de chapa.







12.

Soy una nena

frente a su abuela María

mis manos sostienen

la lana en infinitas vueltas rojas.

Con la madeja

si levanto un poco los brazos

se hace un rectángulo

por donde puedo mirar

otro mundo.







28.

El pequeño mono tití 

colgado de las alturas 

observa a su madre acostada

en la tierra rojiza

decide bajar de a saltitos

desciende por el tronco rugoso

y cae hacia la nada.

La nada lo sostiene en el silencio

y lo observa

estable en sus brazos.

El mamboretá, testigo de todo, 

se pregunta:

¿la selva es eso que pasa

cuando se cae a la nada?

Mi selva, responde,

es eso que ocurre

entre el vuelo imperceptible de la panambí

y los brazos de mi madre. 
















domingo, 22 de noviembre de 2020

Eugenia Mosquera Drago

 


Eugenia Mosquera Drago
(Bolívar, 1949)


La pasajera, La Plata, Vuelo de Quimera, 2020.












De la noche


                                    A ese tras-país del ser

                                         que no se deja asir

                         más que detrás del horizone.

                                               Yves Bonnefoy



I


El silencio es una manta cubriéndome

la brasa del cigarrillo cae

un punto rojo se consume

insomne

una bandada se transparenta en el vidrio

cruza un pensamiento oscuro

la mirada se enreda en el confuso

tránsito del agua

no saben a dónde va el llanto

algunas gotas huérfanas

emigran


yo trenzo la lluvia.







III


Todo me aturde

soy pensamiento a la deriva.








V


Exiliada en mi territorio

lo impredecible tiene los pies de trapo.


En las orillas de mis días, de mis noches

habita intermitente el miedo a la verdad.


En esa niebla respira la palabra.



















jueves, 19 de noviembre de 2020

Fabián Chazarreta

 

Fabián Chazarreta (San Miguel, 1981 / vive en La Reja)

Lo que cae entre la niebla, San Justo, El Elefante Negro, 2020.












El cielo está muy alto, ma


I

Tanto, que ni una nube alcanzo a ver.

No tengo tus ojos. No tengo

tu corazón. Cargo con la idea

de una mañana limpia e impura.

Dejame leerte esto mientras dure

desmoronándose como un cerro

el pastón frente a tus ojos

y todavía quede un día bello por vivir.


II

Como entonces: tu mano sosteniendo

la mía frente a una vidriera

de televisores empañada por el frío;

tratando de distinguir las noticias

de un país en ruinas. Tratando de llamarme

en tu voz de 25 años. Nuestra vida

se parece a esa vidriera. ¿Quién pudo mirar

en tu corazón? Papá no. Yo no.

Hermanos no. Un gorrión.

Es lo único que te da miedo.


III

Hay telarañas en mis ojos. Telarañas

negras como dos taperas incendiadas.

Llikas, decís en quichua. Ahora

que se está muriendo, ahora

que lo están matando y no es lo único

que se va a morir. Tuvimos un circo:

Una colcha agujereada

por donde respiraban nuestras bestias.

Se puede ser feliz

con un palo y un trapo viejo, ma.


Y vos podés ser tan hermosa

como una casilla coronada de estrellas.








A la muerte de un albañil


Que no venga el diablo a meter la cuchara

ahora que tu frente

suelta una plomada muy oscura

y clava tu sombra sobre el humus

justo donde tu mujer te está llorando.

Te evoco entre estos raros

apodos nuevos para decirte

que tenías razón:

tu papagayo americano trabaja solo.

No más margaritas

a la mezcladora de cemento. Hacer algo

en la vida, es cavar un pozo.

Nuestro propio pozo. Y aún así

silbar arriba de un andamio.








De chico dibujé la lluvia


Con un lápiz roto

y sin punta. ¿Quién podría

decir que fue un día de sol

o nublado? ¿Si apreté

el puño contra la hoja

por felicidad, odio o penitencia?

Eso que parece un rayo

sobre el árbol ¿por qué no puede

ser un pájaro?

¿Por qué no puede 

ser mi nombre? ¿Quién dice?








Despierto entre todas las cosas


Como único poseedor de nada.

Compro el pan, me agarra la noche

y ceno lo que traía para el almuerzo.

Es cuando la casa huele a naranjales

la tele le yerra con el tiempo

y salgo a juntar agua en los nudillos.

Dicen que es fácil pegarle a alguien.

Lo difícil es darle piñas al aire

y que la lluvia me deje

tus dedos en la cara. Dicen que utopía

es en ningún lugar. Pero acá,

por encima del tapial parado

sobre un banco de niebla espero

ver subir al sol entre las casuarinas.







Escucho


I


Escucho a mi hija

buscar una galletita

y el roce

de su mano en el paquete

se confunde con la lluvia.


Los vecinos se olvidan

de cortar el tanque.

¿Aprovechan para llorar

o para desnudarse?

¿O es para que no deje de llover nunca?


Mi hija busca otra galletita

y es como si quebrara leñitas.

Como si ardiera de nuevo

lejana en su fuego

toda mi ceniza.



II


Escucho a mi viejo decir:

Ojalá que no se largue, hijo.

Entonces me doy cuenta

que no es mi viejo. Él nunca

me diría hijo. Ni yo papá.

Nuestro lenguaje nunca pasó

por reafirmar lazos de sangre.

Tampoco cosas u objetos;

sino por decir de una manera

lo que todos saben de otra.

Ese procedimiento sí

me resulta familiar. Me acerca a su voz.

No esta lluvia. La lluvia

puede ser lluvia.








Camino a la obra del country

 

La espesa niebla que nos cubre

está en su etapa de acumulación primaria.

La chata avanza. Desde temprano

a lo lejos se escucha

un rodar de acero entre los bastos

verdes de la gendarmería.

Abrimos las ventanillas

para tocar si llueve y la brisa nos devuelve

los primeros efectos del terror: Un caballo

en el medio del camino

asoma su mejilla hasta el hueco de mi mano;

si no estuviera en relación con el clima

que afuera se respira, diría que forja

la humanidad de la mañana.

La chata avanza sobre las marcas blancas de la ruta.

Una, dos, tres. La niebla siempre

puede ser más espesa.








Cebollas


Ya casi no lloro con la cebolla.

La pico a distancia.

El tiempo me estiró los brazos

como se estiran

dos medias viejas en la soga.

Sin embargo, cada vez que el cuchillo

golpea sobre la tabla, alguien llora

sobre mi hombro. ¿Será, no será?

Me dan ganas

de llamar a mamá para contarle.

Pero es tan tarde y la última vez

que la levanté por estas cosas

el barrio recién se estaba haciendo.

Había tantas estrellas en el cielo

que ella abría las ventanas

y yo al mirarlas me dormía.














martes, 17 de noviembre de 2020

Liliana Lukin

 

Liliana Lukin
(Buenos Aires, 1951)

Como se lleva a un niño, Florida, Wolkowicz Editores, 2020.











1

He visto dos veces trabajar a la muerte ante mis ojos:

la primera en el rostro de mi hermano que se iba

hacia atrás, adentro, al fondo, sin habla, pura máscara

de lo que queda todavía.


La segunda es mi vida, mi otro en el amado que retira

su voluntad leve y lentamente, que regresa a sí mismo,

y como una tormenta en el mar, se va,

cansado avisa que se va.


Y así estamos, ella nos canta su canción

que no escuchamos, y a pedacitos arrancamos

carne para morder

de esa turbia melodía.








3

Vuelvo a escuchar música, que grababa para mí, vuelvo

antes de saber que es al año cuando prescribe la prohibición.


Siempre mi medida adelanta, sobra, rebalsa de las Escrituras,

que desconozco.


Mi dolor no tiene

tradiciones.








5

Cambiar las sábanas es como limpiar el piso:

nuestro yacer juntos deja sus restos como el caminar

deja su marca, y el polvo que se acumula en el suelo

es hermano de los olores y rastros que la cama guarda para lavar.


Cambiar las sábanas es ver la sombra

de lo hundido por el peso de nosotros,

los cuerpos casi siempre en el mismo lugar.

Lo que nunca se fue es un regalo del pasado.








10

Cada vez que hablo de la muerte me quedo

sin voz, sin palabras me quedo, afónica

otra vez y otra vez y otra vez.

Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.


Cada vez que hablo de tu muerte

te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,

constructivo de un consuelo inútil como el olvido.


“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces

que vuelven de modo aleatorio no hacen

menos amable lo que fue su vida.


Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,

mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.


Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro

anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda


me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,

me quedo quieta, quieta, en él, con él,

y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,

ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.








20

Comprender que sólo el resplandor de una imagen

puede traer una cadena de recuerdos,

y que una idea es más recordación que una imagen:

–he aquí la tristeza–.


Nada carnal vuelve ya en el aire que respiro,

como si una red finísima de delicadeza infinita

mantuviera alejado de mí aquello

–que he vivido–.


Él es más fragmentos de reflexión sobre el vacío,

escenas de su tránsito, actos que lo describen,

que una boca, una piel, un modo de aparición

–de la ternura en los cuerpos–.


Esta escritura ha elegido protegerme:

escribo estos poemas para no olvidar, pero pongo

mis manos en su nombre, en lugar de ponerlo entero

–entre mis manos, frente a mí–.








22

Espantar el fantasma de las comparaciones:

con la mano derecha en el aire, la de escribir,

la de dar, hacer movimientos lentos,

empujando suave sus formas de irrumpir.


Pero nada se compara: fue

en un tiempo inexistente

un vivir inolvidable.

Lo parecido es solamente la luz.








31

Me dicen que no hay,

en mi escritura,

redención


desplazo la melancolía

como si fuera

un valor degradado


yo hablo en la lengua

para la que el futuro

está detrás y el pasado delante:


en la sintaxis, el concepto, la gramática,

esa lengua que no aprendí

habla por mí.








33

La ausencia, esa emoción sin cuerpo,

es una tabla lisa para deslizarse, rasgando

la piel con las astillas

que sorpresivamente aparecerán.


Todavía no he visto nada, me dice sonriendo, y esa

promesa no me asusta porque quiero más: pájaros

de la cabeza, el pasado bate alas como susurros al oído,

y yo registro entresueños:


olvidarlo todo para recordarlo

todo, olvidarlo todo para recordar.








39

Las palabras que no se dicen son más audibles que los hechos

y los hechos, más fuertes que las palabras, pero cuando escucho:

U halaj l’olamó y sé que “él se fue a su mundo”,

es que algo lo sobrevive, y cuando dicen


Parjá nishmató y sé que “él murió asombradísimo”, ese saber

no se termina, ni atenúa la imagen de su andar suave hacia un lugar

que no es acá, ni soy yo: amor, ninguna historia

se termina con una última palabra.






Las frases en cursiva corresponden a:


Poema 31:

En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre

el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de

la unidad del instante del ya y el aún (Leo Senkman dixit).

Poema 33:

Titulo de un libro de R. Fogwill.

Frase del psicoanálisis, por Nicolás Rosa.

Poema 39:

Del hebreo bíblico, de uso tradicional ante una muerte.













domingo, 15 de noviembre de 2020

Sofía Gómez Pisa



Sofía Gómez Pisa
(Buenos Aires, 1990)

La culpa ya no es de tus padres, Buenos Aires, Elemento Disruptivo, 2020.












de a ratos la vida
se vuelve solo
un copy paste

para buscar profundidad
navego sobre ventanitas
rastreando algún recuerdo

algo que confirme
que estuvimos a pocos bytes
de distancia

que este hueco en mi cama
no está hecho solamente
de soledad







no existe sutura
ni pulpito
para adherir las veces
que fracasé

esta historia puede ser
la de cualquiera

una chica que lo
supo tener todo

y así como lo tuvo

lo perdió, lo arrojó

desde un tren








una amiga me dijo una vez
que en la oscuridad
los enemigos no pueden reconocerte

lo que nunca entendí es

en qué momento
era necesario
salir de ella







un día salís al balcón

y el viento cruje

la calle sigue igual:
violenta, gris y contestataria
pero vos

tenés una certeza:

la culpa ya no es de tus padres








sábado, 14 de noviembre de 2020

María Eugenia Fernández

 


María Eugenia Fernández (José C. Paz, 1985)

Construcción en la noche, Moreno, Ombligo Cuadrado Ediciones, 2019.










Negar al padre

Tu papá te abandonó a los cinco;
el mío, a los cuatro.
Vos insistías en que no te abandonó.
Yo le daba vueltas a la lata
y te sonreía.

Tu corazón se lo llevó
una corriente del río manso.







11

Leíamos en voz alta a Walter;
mientras la voz se convertía
en susurro,
arrojábamos el corazón
al vacío.







28

¿Regresaste al libro?
Te perdí los pasos.
¿La tormenta te causó
las mismas sensaciones?
Yo tejía hilos
mientras te enroscabas.
¿Y vos? ¿Por qué lo hiciste?
¿Quién dijo que es posible?
¿Tu voz o la mía?







55

Tan efímero como el día
en que el mundo
se detenga para mí
y todo lo demás
siga funcionando.






























jueves, 12 de noviembre de 2020

Ioana Catsigyanis


Ioana Catsigyanis (Buenos Aires, 1976 / vive en París)


El paso del equilibrista, Buenos Aires, Huesos de Jibia, 2018.










Llego de madrugada al país de las cimas blancas:


es un bello color el blanco, el de la niebla y la luz,

y en la sala del hospital un rostro femenino se acerca

y me habla dulcemente. ¿Afuera está el mundo?

Me gusta mirar desde adentro

hacia afuera y nunca al revés. Es una ventana que cierro

súbitamente, fragmentos de impresiones ajenas

pueden entrar en las cavidades del sentimiento

y ocuparlo todo, como una transfusión,

el camino intravenoso

es más rápido que el sonido de la voz.

Un sol enorme nos recibe

en el despertar del quirófano. La luz

es el conducto por el que se pasa

de la muerte a la vida, y viceversa.








A lo largo de esta tarde de profunda lluvia


el ojo de quien observa tras la ventana

no sabría discernir

si es la primavera quien adelantó su paso

y tiñó de verde y frescura al árbol

que se sacude en la tormenta helada

o si es el invierno que camina penoso,

como un anciano,

y deja su estela glacial

en la luminosa tarde de abril.








De rodillas, al borde del acantilado, aspiro


el aire feroz del mar en tormenta,

me mareo y me horrorizan

las caras filosas y escarpadas de la roca gigante

que a lo lejos termina arrojándose al mar.

Observa cómo la planta silvestre ofrece flores

sencillas, pero de colores intensos,

y sabiamente amarrada a la roca se deja

abrasar por el sol y sacudir

por el viento a cielo abierto.

A lo lejos pasa una caravana de gitanos, benditos,

algo los lleva –no saben adónde y van–

livianos, gozando del paisaje y del reposo por las noches.

Te despiertas sobre un campo de lirios azules,

la boca salada y el pelo revuelto entre algas,

cerca de un pequeño arroyo,

entre las ramas, un bote amarrado

y alguien que espera, fumando tranquilamente.








Bajo la inmensidad imperdonable de un cielo gris


me escabullo entre el pasto duro como un gusano.

Qué absurdo es el miedo de un ser tan pequeño

y qué enorme la tormenta que está por entregarse

a la tierra seca,

la tormenta sólo preocupada en su propia existencia

en desplegarse, en explotar,

en desembarazarse de su carga,

la tierra espera, sedienta y con los brazos abiertos,

la lluvia voluptuosa

y en el medio, los invisibles gusanos,

que sólo están ahí,

equivocadamente.








¿Qué te asusta de abandonar los párpados


y dejarte llevar río abajo, como una balsa,

hacia la profundidad del bosque?

Un ángel azul se posa al pie de la cama,

luchás entre irte y no perderlo de vista

mientras suaves olas de mar te golpean

incansablemente, ¿será por eso

que las canciones de cuna concluyen

con una forma pueril de amenaza?

Caras desconocidas, objetos brillantes del día

pueblan la habitación transformados en

alimañas y brujas, y un hábito de otro tiempo

te lleva a cerrar los puños mientras los ojos

bajan la guardia. Vencido,

quedás entregado por fin al capricho del viento.

Sobre la ventana una rana vieja

se olvida de sí, de cara a la luna.

Un gong la despierta

en mitad de la noche.

 







La urgencia de la vida se dejó ver


en el azul de tus labios

para no dejar que se te escape de la boca

el delicado soplo que hay que preservar

entre las cuatro paredes de un cuerpo diminuto.

La carne, la siempre vil carne,

es motivo de sufrimiento

aún en las criaturas más inofensivas,

los dibujos del hospital de niños lo recuerdan.

En la sala de espera me digo que detrás de todo

puede estar escondido un poema, en las agujas,

en el monitor que vigila rítmicamente el pulso,

el aleteo de la vida. Es como estar sentado

al borde de una ruta y esperar algo

en la larga línea del asfalto,

a ver adónde nos lleva. Dar vida es

también entregar a alguien a la muerte;

nunca lo había pensado hasta el momento en

que te vi perder la mirada en el techo,

no puedo explicarte por qué lo hice,

no encontrarás en mí la respuesta.

A la par de tu llanto, hay un niño dentro de mí

que también llora y busca explicaciones imposibles

de cara a sus antepasados, esa manía

de arrojarnos unos a otros a la intemperie,

con apenas un poco de agua para el camino

y un grupo de chicos que te acompaña

riendo,

hasta la salida del pueblo.