martes, 7 de junio de 2016

Oscar Vicente Conde



Oscar Vicente Conde (CABA), Resurrecciones, Tahiel, Buenos Aires, 2015.




















Espejos

                                                “más allá de cualquier zona prohibida
                                                        hay un espejo para nuestra triste transparencia” 
                                                                                                       Alejandra Pizarnik

Dentro del espejo 
con enorme marco oscuro 
hay ojos que miran como al descuido 
y no son míos. 
Tal vez de mi vecino muerto 
aquella tarde de invierno 
o de su esposa siempre triste 
que huyo desnuda 
un verano de vacaciones en el Mediterráneo.

Dentro del espejo 
siempre hay niños jugando extasiados 
después de una suculenta cena 
en la larga mesa con mantel blanco
 y sillas afelpadas sin marcas en sus respaldos.
Niños sin ganas de irse a otra dimensión.

Dentro de un espejo 
la confusión hace su juego diario 
y me recuerda a mi abuelo paterno 
muerto en Madrid 
cuando mi padre aún era un niño. 
Mi padre vino una tarde de otoño 
con su pantalón corto y sus piernas velludas 
y flacas como alambres de fardo. 
Vino en ese enorme buque
con su madre toda de negro 
sin que nadie los espere en el puerto.

Ellos quizás estén en el espejo 
y me observan con extrañeza, 
jugando con la impericia de mi caminar, 
las muecas de mi rostro que envejece, 
la inquietud de mi mente, 
la sobriedad de mis vestimentas.

Dentro del espejo
lo sé 
habitan los ojos que ya no están en mi casa. 
Dormita lo locura de todos los días 
haciendo denodados esfuerzos por salir.











Aroma de lluvia

Las manos hacía el cielo celeste y extraño. 
El cielo con su vocabulario propio, 
hablando a la tierra que escucha ávida.
Los pájaros no están. 
Y nunca sabremos dónde se refugian, 
cuando no los vemos al atardecer.
A veces presagian la lluvia.
Igual que los gatos apoyados contra los cristales.

La lluvia espera con su paciencia enfermiza.
La tierra se prepara con su sed antigua.
Si, seguramente va a llover.
Hay un olor húmedo que acaricia el rostro. 
Los tilos lejanos hacen viajar sus perfumes,
y se oyen los pasos del viajero eterno.

Si, seguramente va a llover. 
Vos me hablás al oído.

Aunque te hayas marchado con otra lluvia.












Restos IV

En la oscuridad 
profunda 
los huesos duermen

ya sin ojos 
ya sin latidos

por las grietas 
de la tierra

se esfuman las pieles 
y las carnes

para transformarse en criaturas 
invisibles