domingo, 4 de octubre de 2020

Larisa Cumin

 

Larisa Cumin
(Santa Fe, 1989 / vive en Mar del Plata)


La gran avenida, Santa Fe, Vera editorial cartonera, Universidad Nacional del Litoral, col. Almanaque, 2020, libro digital de descarga libre











Baquelita

Este polímero
es el único de todos
que no se derrite
una vez que cobró forma
al enfriarse rodeando
el caño del ventilador
se queda ahí.
Leo en Wikipedia:
la termoestabilidad
debido al alto grado
de entrecruzamiento
de su estructura molecular
lo hace diferente.
Pienso en las vidas
detenidas para siempre
por el Vesubio.
Google: p o m p e y a
sugerencia: Pompeya estatuas
click

imágenes:
el perro retorcido
la pareja besándose
—un polvo eterno—
un tipo intenta arrastrarse todavía
otro parece exhalar un quejido
click ampliar
veo unos vidrios protegiéndolo
como si eso pudiera
salvarlo de algo.
La búsqueda tira
siempre algo más:
frescos pompeyanos
click

unas pinturas sobre paredes rajadas
buenísimas:
en una Safo muerde un lápiz
pidiendo inspiración
después hay muchas
de gente teniendo sexo
click
en muchas posiciones distintas
click
y a veces no son gente
scroll
todo expuesto, abierto
como esa boca oscura en la tierra
con las comisuras arrugadas
y los labios redondos, adelantados
o es más bien un culito fruncido
el volcán desde la toma satelital.
Zoom:
la ruta sube
desde acá el monte parece hermoso
las vistas 360 no alcanzan
quiero ir y ver
la vida vuelta estatua.
Acá en Cayastá
tenemos el parque arqueológico
lleno de cimientos
donde hay que imaginarlo todo
la altura de las casas
las ventanas
la gente
de Santa Fe la vieja
y hasta la cara de los esqueletos
que descansan en la iglesia
—como si nada—.
Hay uno que tiene doble dentadura
desde que lo vi a los ocho pienso
en si podía o no
cerrar la boca.
Che, mandemos a hacer
una reconstrucción facial
como la que el líder venezolano
hizo de Bolívar
Google
sugerencias: Simón Bolívar maldición
click
Chavez muerto click
Tutancamón
click.

—Los dibujos digitales muestran
cuál era el rostro del héroe cuando vivía
pero sigue teniendo cara de muerte—.
Me pudro de perder tiempo
agarro el circulador
made in Rosario por la baquelita
y lo giro
sin correr riesgos
ni quedar pegada
porque pienso
click
amarte todavía
apagar
click
aceptar.









La gran avenida

El chasis ilumina la oscuridad inmensa
la banquina a los costados
yuyos llenos de tierra que crecen en el guardarraíl
yo vuelteo.
Y me callo
porque estoy pensando en los camiones de carga
que pasan a toda hora por la gran avenida.
La palabra ministerio hay que aplastarla
como se aplasta a un perro
bajo las ruedas.
La palabra ministerio ya no explica nada.
(El ministerio es nada, y la nada no se explica por sí misma)
Habría que reemplazar la palabra ministerio
(al menos por hoy, al menos por este poema)
por lo que yo siento cuando pienso en los camiones de carga
que pasan a toda hora por la gran avenida
temblequean rosados los huevos de caracol
y se derriten los hielos rolitos de la fábrica ya viejos
en los zanjones del cruce
de Teniente Loza y la gran avenida.
Pero yo no me explico
ni nadie me explicó
por qué me sueño todavía caminando
por los baldíos de la gran avenida.
Un chico en la esquina sacó
un escurridor del balde
temblequea la espuma sobre la goma espuma.
Todo temblequea.
Los camiones pasan al mediodía por la gran avenida
a los once
a la una
a los veinte
yo apuraba el paso
volviendo de la escuela
por los silbidos y gritos en la gran avenida.
Pero eso no explica nada
es como un semáforo que se pasa de largo.
Hay que dejar de explicar
pensar en otra cosa
para tapar el sueño de la gran avenida.
Una pelota colgada como un elefante de la tela
se trabó entre los cables y una rama,
un carro pasa cargado de chatarra
que cruje alegremente en su óxido.
En el 2003, en Santa Fe,
salimos caminando por el asfalto a comprar pilas, velas y espirales
la ciudad se había apagado con el silencio de la queda
asustados como estábamos por el agua negra
nerviosamente escuchábamos cómo iban y volvían los helicópteros alumbrándola
hasta quedarnos dormidos.
Tampoco puedo explicarme por qué sueño con hélices de helicópteros,
con terrenos baldíos y perros
que me corren a los saltos en el loteo.
Ni por qué sueño con fósforos de madera,
y me sorprendo mirando la ruedita gastada
del encendedor Candela.
Nunca vi
ni puedo imaginarme
el asfalto cubriendo los costados
de la gran avenida.
Sí vi el polvo como arena gastada
tapar de a poco el pavimento, las bolsitas de basura, las latas.
No sé si tengo memoria o me pongo a imaginar.
Desde chica intento cubrir una torta con chocolate derretido
hasta que quede lisito
ayudándome con una espátula Essen.
Todavía hoy
—poniendo una olla al fuego
y prometiendo una bombón—
intento imaginarme la banquina asfaltada de la gran avenida.
Tomo manteca, cacao El Quillá y los derrito revolviendo
pero aunque pueda imaginarme todo,
nunca voy a poder ver el negro intenso
de la brea secándose lustrosa sobre la tierra de los costados de la gran avenida
ni el chocolate parejo sobre la torta.
Anoche llegué a casa a las seis de la mañana
en la oscuridad porteña, me di el dedo chico con la pata de la mesa
y ahí no más me quedé pensando
en lo que no quiero pensar
en lo que a veces niego que me importa.
Pero en realidad me estaba escapando
del sueño insoportable de la gran avenida.
Y ahora como si tuviera que dar clases
y dictar —que es horrible pero todos se callan— digo:
«La gran avenida o avenida Blas Parera
está situada al norte de la ciudad
de Santa Fe, cerca del límite con Recreo
bastante al oeste».
Miro un mapa
pero me confunde más
los nombres de algunos barrios no figuran
y hay otros nuevos
¿Dónde están La Cava, El Sabalito, La Chaqueñada, Villa el corpiño?
El celular se me queda sin batería a las seis de la mañana
y yo desesperada —a lo Marta Sánchez—
no encuentro el cargador.
Habría que inventar nuevos gestos para los dedos,
pensarán algunos.
Yo en cambio pienso en las luces de los colectivos
que pasan de noche en las autopistas.
Me cuesta dormir cuando yendo de noche
no tengo a mi costado una ventanilla
y sin embargo viajo mucho y me escapo
del ministerio de la distancia inagotable de la gran avenida.
Si sumo todos los kilómetros de ese entonces
ida y vuelta a la escuela
y los multiplico por días, meses, años,
¿cuántas veces hubiera llegado a la luna?
Como cuando cruzábamos la curva en diagonal
hasta el pizarrón que decía zandias caladas
en la banquina de la gran avenida
era en enero, cuando el asfalto ablanda la suela de las ojotas
esperábamos que llegara la tardecita manguereándonos en el patio
y el Lelo dejaba el postre para después de la siesta
no vaya a ser que la fruta se mezclara con el vino
y le hiciera en la panza una piedra, un clericó o una explosión.
La cumbia sacudía las tardes en el verano
y caía como el sol sobre la gran avenida.
Vi pasar cupés fuego polarizadas,
aviones con propaganda de circos y de todos los políticos versionando a Los Palmeras
—siempre a Los Palmeras—
y hasta avionetas de Catastro.
Los inspectores toman nota
de esas manchas coloridas que divisan desde lo alto
incluso si son tinglados, Pelopinchos, o medias sombras
en las inmediaciones de la gran avenida.
La gran avenida no se da cuenta de la sombra del avión que pasa
solo siente las cubiertas ir y venir
friccionando como si con ella no
terminara la ruta y empezara la ciudad.
Solo siente
los cuerpos de los perros atropellados
los boquetes y el sol
que la hace reventar hacia los cordones.
A esta altura de su poema
Ricardo dice
hace unos años
—o sea, antes del 72—
a un avión que volaba creía
sobre Santa Fe —pero no es verdad me parece—
y no era jet
—ni tampoco del ente regulador de la construcción—
            se le abrió una puerta de pronto
y las leyes de la física hicieron
obedecer a una camarera
al llamado de la gravedad
como a la pelota que baja ahora de los cables
ya desinflada en esta tormenta.
Pero no hay, no encuentro
—tampoco puedo explicarme cómo—
en Internet registros de ese accidente.
Pero sí de uno igual
igualito
muchos años después
en 1995:
«Se abrió una puerta
en pleno vuelo succionando a una auxiliar
que fue arrojada al vacío
causándole la muerte» —claro—
sobre las Sierras Grandes de Córdoba.
La ley de gravedad es dura,
como las deudas y los decretos
—que no son leyes—
y los ministerios que cierran
como fábricas.
Acá también
vamos a hacer un minuto de silencio.
Este es por Lilian Almada, la azafata del 95
...............
Y por las palabras que están muertas:
Ea ea–ea–ea– Ea–ea–e–a–é.
Y por las premoniciones de los poetas
que nunca mueren
y sus obsesiones
solo algunos segundos
—chiquititos— entre trago y verso:
y también por las mañas que heredamos.
Acá me callo.
Pero sigo un poco más ronroneando
como un motor que rebajó a tercera
ahí donde la 11 se transforma
en la gran avenida
y se despliega Santa Fe
como un embudo por donde baja
desde el norte hacia el sur.