Patricio Torne (Villa Mercedes, San Luis), Frenesí, La Gran Nilson, Buenos Aires, 2017.
El arte de bordar
Joan Cleeford bordó los 30 manteles
que se usaron en el casamiento de su hija
Nancy.
Blanco sobre blanco la textura encantaría a
los invitados,
después, los mismos se usarían en la
película
El Gran Gatsby de Jack Clayton en 1974.
Por estos días de diciembre del 2014,
la artista y diseñadora argentina Jazmín
Berakha,
después de encontrar las telas que quería
en una tienda de Tokio y bordar durante
todo un año,
presenta su muestra “Encantamientos”.
Dice ella que más allá del encantamiento
instantáneo
con el material, lo que fascina es la
entrega
de trabajar con el bordado, una técnica
poco inmediata
que requiere de muchísimas horas diarias
para poder generar una sola forma.
Mi mamá se crio trabajando para las
familias inglesas
que tenían la administración de la Forestal
en el chaco santafesino, allí conoció los
preciosos manteles
de hilos bordados con los que se cubrían
las mesas
donde comían sus patrones.
Ella misma aprendió a bordar y las grandes
bolsas
de azúcar que trasladaban en los trenes de
la forestal
eran los manteles de mi casa.
Dos bolsas unidas bastaban para la mesa
grande.
Sobre su madera, por dos veces
podía leerse en letras azules:
ZUGAR - The
Forestal Land, Timber
anda
Railways Company Limited-
y a su alrededor, flores de intensas
tonalidades,
o una extraña fauna que nos miraba y se
dejaba mirar
sin que sepamos nunca de donde aparecían
esas cebras lilas y naranjas, o las jirafas
de cuello corto
y manchas azules sobre fondo rojo,
para que los dedos y los hilos de colores
de mi madre
los copiaran como quien dice voy a dibujar
las vacas o las gallinas del corral.
Uno comía, sin saber en aquellos años,
que ya tenía para sí, la idea de lo
exótico,
ya éramos hijos del encantamiento.
Cuando la oración, a la luz del sol de
noche,
mamá embellecía aquellas arpilleras blancas
que los ingleses desechaban, mientras mis
hermanos
hacían la tarea bajo la tierna vigilancia
de esa mujer bruta.
Sin saber -no podía saberlo-,
ella ponía ante nosotros, más que un arte,
la dignidad con la que nos iría educando.
* Jazmín
Berakha, RADAR, Página/12. 7 de diciembre de 2014.
Descomposición
Todo está condenado a su propia
descomposición. Desde el aire que se entrega a las manos del hombre, hasta el
acero expuesto al aire. El diamante, incluso, teniendo la más alta dureza y
conductividad térmica de todos los materiales, no deja de ser el resultado de
la descomposición de minerales que contienen carbono. Las plantas, sus frutos,
los alimentos, todos expuestos a la descomposición. Todo, menos este frenesí.
Una palabra se descompone apenas dicha. El pescado con la luna llena y la carne
que quedó fuera de la heladera. Todo, absolutamente todo, menos este frenesí.
Una línea escrita ahora, descompuesta en la interpretación del que lee. El
crítico descomponiendo lo que hizo el artista y el artista descomponiendo la
realidad. La realidad alterada en los modos de ser vista por los observadores
sociales y la verdad alterada por los discursos del poder, todo, todo se
descompone, menos este frenesí. La luz blanca descompuesta, según Newton, en
seis colores principales y los números descompuestos en decenas, centenas o la
multiplicación de números primos. Todos los cuerpos vivos que pasan a formas
más simples de materias, según la biología, o la ruptura de moléculas largas
formando átomos, según la química. Todo descomponiéndose, menos este frenesí
que vos y yo instalamos, alterando la familia, haciendo que tu madre queme toda
tu ropa queriendo exorcizarte y después se descomponga del disgusto.
La
cabeza
Nuestra cabeza es redonda para permitir al pensamiento
cambiar de dirección.
Francis Picabia
Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al
corazón.
Marguerite Yourcenar
Como estar de la cabeza. Como un discurso
exacerbado, polifónico, en el que se la nombra como un sujeto excluyente y en
el que se reivindican o analizan las distintas fenomenologías de la misma, en
tanto humana, dirigente, operativa. La
cabeza como emblema social y particular de los notarios y notables. La cabeza
de Goliat. Lo que de ella se acredita y lo que espanta. La cabeza de Cristo
como un oxímoron del Vaticano. La cabeza del sabio, la del criminal. La cabeza
que está hueca y la creativa. La cabeza de Diana. La del conservador y la del
revolucionario. La cabeza del que explota y la del esclavo. La cabeza como
emblema del hombre a través de la historia. La cabeza de Salomé y en la bandeja
la de Juan el Bautista. La que cuelga del mástil del barco o se ensarta en la
lanza de los cruzados y siendo como es, la cabeza de un turco, es culpable de
todos los males. La cabeza del religioso la del ateo la del sofista el dialéctico
la racional o totalmente lírica. La cabeza que rueda después de la insurgencia
y la del partisano que la perdió sin ver el triunfo. La cabeza reducida por los
jíbaros y expuesta en los rincones de la jungla para recordar que no hay
civilización que valga. La cabeza del estado de Israel igual que una ojiva y la
cabeza rota, mil veces rota, de Gaza. La cabeza de todos y cada uno de los
desaparecidos de mi Patria. La cabeza ósea que se articula con la primera
vértebra del raquis, el atlas, mediante el occipital. La cabeza que no miramos.
La que miro y admiro. La cabeza única y que me sabe ideal. La que contemplo. La
que por ser lo que es no ha de ser otra. Ni perfecta, ni bella, pero la más
cercana para que hable el corazón. La que en última instancia, desde el
descalabro emocional, puedo sentir como la suma de las partes que hacen a la
cabeza del mundo y me alivia. ¡Juro que me alivia!
Ley de gravedad
Algunos acontecimientos recientes hicieron
que tenga en cuenta ciertas recomendaciones
necesarias
para los impulsos amorosos que,
como en los grandes emprendimientos,
suelen tener reglas implícitas que deben
ser respetadas.
De ser presa de algunos impulsos
provenientes
del deseo deberá hacerse carne la premisa
de no ir
demasiado rápido con la intención de cobrar
altura,
siempre es conveniente detenerse a
discernir sobre
cómo traducimos lo que pasa por nuestra
imaginación
y lo que pasa en realidad. Si bien
Baudelaire decía
que la imaginación es la más científica
de las facultades porque sólo ella
comprende
la analogía universal, se hace necesario
no tomarlo tan a pecho y evitar las
consecuencias
que, seguramente, no estarán hablando de un
rotundo éxito.
Deberíamos evitar, además, creer que sólo
basta el deseo
para subir al cielo de la felicidad tan
sueltos de cuerpos.
Si bien es cierto que Albert Einstein
demostró que la gravedad
no es una fuerza de atracción, sino una
manifestación de la distorsión
de la geometría del espacio-tiempo bajo la
influencia
de los objetos que la ocupan, Newton
–y aquí radica lo importante- ya había
descrito
a la gravedad como un fenómeno que origina
la aceleración que experimenta un cuerpo
físico
en las cercanías de un cuerpo astronómico.
La tierra, lo sabemos, es y será hasta que
se demuestre
lo contrario, el cuerpo astronómico donde
damos
rienda suelta al deseo de conseguir la
dicha
y lugar desde el que nos propulsamos con
este cometido.
Así es como, cuando olvidamos tener en
cuenta aquel ejemplo
de la manzana, podemos precipitarnos porque
confundimos
lo que era real con lo que en realidad
queríamos.
El
río
Vi el río, su orilla, la profundidad de su
cauce,
su potestad, su desborde, el desconsuelo,
la aparición
de algún cardumen de dientes afilados que
siempre está al acecho,
un remolino que intentará llevarte a sus
fauces.
La corriente y su mensaje atrayendo como un
imán,
directo al corazón en el recuerdo de los
días de la infancia.
La rama del sauce acariciando, con su mano
de seda
las oraciones del que pesca, el vuelo
rasante de la garza,
el paso militar de los gallitos del agua
y la presa en el pico del martín pescador.
Veo el río, mi historia zambulléndose en
sus aguas
y la torpe manera de sostener mi cuerpo en
la superficie.
Sé que si hay un modo de tocar el barro
en barro habría de convertirme para
sostener las raíces del irupé
y hacer mía esa fuente, esa flor, de una
vez, para saber
que alguna vez la tuve.
Nada existe como es, sino existe como ha
sido.
Alguien tira la red, alguien recoge el
espinel.
Cada quien busca el sustento que lo
mantendrá atado
a un paisaje una religión de supervivencia
y penas.
Siempre hay un anclaje que nos lleva al
fondo de las cosas
y siempre una barca donde nos dejamos
llevar.
Aunque dudemos, le quitemos un sí a ciegas
o nos vare la desconfianza, la corriente
intentará
dejarnos en buen puerto, nos entregamos
pensando
que siempre habrá un árbol de cuyas ramas
ha de surgir el sostén para salvarnos a
tiempo.
Así el río ante nuestra mirada, la memoria
y el eterno regreso.
Así nuestra manera de celebrar su modo de
estar allí
y ser bautizados por sus aguas.
El río en el desborde de mi corazón
y la sensualidad al tacto de mis pies,
el río como una cuna donde me duermo
en la candidez del recuerdo y donde juego
y vuelvo a zambullirme para que no me
pesquen.
El río, no como fuente, sino como praxis.
El mismo donde alguna vez se te lavó la
ropa,
donde enjuagaste tu pelo, te bañaste,
batiste un récord o simplemente usaste
para regocijo del verano,
como
un modo de salvar lo que nos da la tierra.
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