miércoles, 2 de agosto de 2017

María Paula Alzugaray



María Paula Alzugaray (Rosario, Santa Fe), Todo llegó por sí solo, Alción, Córdoba, 2017.

























Si no fuera por la lluvia

Día con día la prenda,
el garabato, el idioma despertado,
el avispero por levantar, temperaturas elegidas,
líquidos exóticos, la arrogancia.

Mensajeros químicos. El escándalo,
el dilema de la piel
una ruta comoquiera no importa dónde.

El desastre. No te culpo.

Tiene la noche un asalto y concentrados dardos,
del sótano una caja, la herencia que regresa.
Tiene una escuela especial, un diosero con permiso… no sé,
lo inmediato destrozado, las hormigas grises de la neblina.

Pucha, cómo llueve de exceso de entraña, llueve el desencanto,
el reto y la cosa vacía, el secreto desdichado
la belleza azul a paso de galgo
por las malezas, llueve.

El ardiente cadáver, del folclor: el comienzo.
El impasible, los destellos, lo inmediato.

El amor.












El que al cielo pide poco es un loco.


Apóstoles urbanos
(Ah… tus ojos conoides relámpagos
diluvios, fulminantes alaridos que no les doy.
Evangelización pluviosa).

Hay sitios con resonancia provocando estas horas:
las avenidas mojadas, el alma de las jaulas.

Me sorprendo sin aire, como agua estancada.

Está relampagueando orgullo ahí afuera de las vacaciones,
un gran martirio las alarmas de esos coches
ruedas rechinantes de un colectivo recién,
pescuezo de acero pidiendo carne con sueños.

Enorme pedrada, esos hastiantes chismes
esos reproches. Se diluye el domingo flemáticamente
injusto como un zoológico.

(…es un loco.)












Sobremesa

Sobra de conversaciones
que salpican, que nadie pidió como postre.
De recuerdos ablusados en hazañas cremosas,
fábulas elegidas porque sí, que nadie ordena.
¡Tanto espamento con las migas, che!

Gente que habla fuerte sobre platos saciados
que cree que sus cosas son necesarias de contarse,
que los demás no estamos en su escenografía.
Hablan, son atrevidos.

Se debe reír para tapar tanta pena, es domingo. Hablan.

Ajenos, lejanísimos hechos. Cuajados como leche con los ecos de fiestas mezcladas.
Carreras de zanjas de caballos de cosas compradas en Martínez y Cía. Ltda.,
de perejiles obesos, vinos dulces y Dios
que llega al campo en carreta
que lee la borra del café en terrazas no en tazas mal enjuagadas, desmultiplicadas.

Tremendas diapositivas, tremendos los perros conjeturales
que soltaban el hilo y se iban tras el costillar mascado.
Nada de perros tullidos para la conversa.

Ensayamos términos con qué cantar también, ah sí sí
al costado de las avispas y de alguna milonga.
Acá se muere de 90 años… quién enterrará a quién…”.
No es que se saqueen las palabras, hay otras… como tercerizar”, hablan.

Gamuza de color, la siesta dice: acá estoy.

Tal vez extrañaría la arena, los caracoles… quién sabe, los separó su madre…”
Lloraban sin comprender.
Lloraban de sobremesa.
Y también eufórico, el invitado cuando todos se fueron, volvió y me besó.












“Sobre todo, no cometas esta falta:
no digas que tu oído te ha engañado
o aquello no era más que un sueño”.
Konstantinos Petrou Kavafis




En eso que ahí fue claro

a Mario Castells


Recordas Mario
que te paseaba en una camioneta
por esas curvas de junio

que yo llevaba un sombrero gracioso para vos
y que nos reíamos, erizos de sol
trillando la ruta doce
y que avanzamos embobados
en esa instancia
que allí fue verdadera
y exageradamente revelada.

Recordas que me convenciste de cruzar desde Corrientes al Paraguay
que acepté cediendo mi terquedad.
Podes recordar Mario, el olor a aceite quemado
las masitas en la guantera
ese calor tolerable con Los Palmeras
los pomelos arracimados que robamos,
nuestra simetría en relación a las pieles, a la siesta?

Florecíamos en el bienestar de esa dimensión
sin comprenderla aun
pero seguramente.

¿O nada hay de lo que soñamos Mario?


























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