martes, 17 de noviembre de 2020

Liliana Lukin

 

Liliana Lukin
(Buenos Aires, 1951)

Como se lleva a un niño, Florida, Wolkowicz Editores, 2020.











1

He visto dos veces trabajar a la muerte ante mis ojos:

la primera en el rostro de mi hermano que se iba

hacia atrás, adentro, al fondo, sin habla, pura máscara

de lo que queda todavía.


La segunda es mi vida, mi otro en el amado que retira

su voluntad leve y lentamente, que regresa a sí mismo,

y como una tormenta en el mar, se va,

cansado avisa que se va.


Y así estamos, ella nos canta su canción

que no escuchamos, y a pedacitos arrancamos

carne para morder

de esa turbia melodía.








3

Vuelvo a escuchar música, que grababa para mí, vuelvo

antes de saber que es al año cuando prescribe la prohibición.


Siempre mi medida adelanta, sobra, rebalsa de las Escrituras,

que desconozco.


Mi dolor no tiene

tradiciones.








5

Cambiar las sábanas es como limpiar el piso:

nuestro yacer juntos deja sus restos como el caminar

deja su marca, y el polvo que se acumula en el suelo

es hermano de los olores y rastros que la cama guarda para lavar.


Cambiar las sábanas es ver la sombra

de lo hundido por el peso de nosotros,

los cuerpos casi siempre en el mismo lugar.

Lo que nunca se fue es un regalo del pasado.








10

Cada vez que hablo de la muerte me quedo

sin voz, sin palabras me quedo, afónica

otra vez y otra vez y otra vez.

Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.


Cada vez que hablo de tu muerte

te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,

constructivo de un consuelo inútil como el olvido.


“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces

que vuelven de modo aleatorio no hacen

menos amable lo que fue su vida.


Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,

mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.


Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro

anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda


me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,

me quedo quieta, quieta, en él, con él,

y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,

ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.








20

Comprender que sólo el resplandor de una imagen

puede traer una cadena de recuerdos,

y que una idea es más recordación que una imagen:

–he aquí la tristeza–.


Nada carnal vuelve ya en el aire que respiro,

como si una red finísima de delicadeza infinita

mantuviera alejado de mí aquello

–que he vivido–.


Él es más fragmentos de reflexión sobre el vacío,

escenas de su tránsito, actos que lo describen,

que una boca, una piel, un modo de aparición

–de la ternura en los cuerpos–.


Esta escritura ha elegido protegerme:

escribo estos poemas para no olvidar, pero pongo

mis manos en su nombre, en lugar de ponerlo entero

–entre mis manos, frente a mí–.








22

Espantar el fantasma de las comparaciones:

con la mano derecha en el aire, la de escribir,

la de dar, hacer movimientos lentos,

empujando suave sus formas de irrumpir.


Pero nada se compara: fue

en un tiempo inexistente

un vivir inolvidable.

Lo parecido es solamente la luz.








31

Me dicen que no hay,

en mi escritura,

redención


desplazo la melancolía

como si fuera

un valor degradado


yo hablo en la lengua

para la que el futuro

está detrás y el pasado delante:


en la sintaxis, el concepto, la gramática,

esa lengua que no aprendí

habla por mí.








33

La ausencia, esa emoción sin cuerpo,

es una tabla lisa para deslizarse, rasgando

la piel con las astillas

que sorpresivamente aparecerán.


Todavía no he visto nada, me dice sonriendo, y esa

promesa no me asusta porque quiero más: pájaros

de la cabeza, el pasado bate alas como susurros al oído,

y yo registro entresueños:


olvidarlo todo para recordarlo

todo, olvidarlo todo para recordar.








39

Las palabras que no se dicen son más audibles que los hechos

y los hechos, más fuertes que las palabras, pero cuando escucho:

U halaj l’olamó y sé que “él se fue a su mundo”,

es que algo lo sobrevive, y cuando dicen


Parjá nishmató y sé que “él murió asombradísimo”, ese saber

no se termina, ni atenúa la imagen de su andar suave hacia un lugar

que no es acá, ni soy yo: amor, ninguna historia

se termina con una última palabra.






Las frases en cursiva corresponden a:


Poema 31:

En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre

el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de

la unidad del instante del ya y el aún (Leo Senkman dixit).

Poema 33:

Titulo de un libro de R. Fogwill.

Frase del psicoanálisis, por Nicolás Rosa.

Poema 39:

Del hebreo bíblico, de uso tradicional ante una muerte.