1.
Hay una calle principal
en un barrio de la ciudad donde nací
que tiene el mapa del tesoro.
En la superficie, una casa.
Hoy existe allí, un taller de motores
aceite y caños
entre las líneas de tinta
de ese mapa.
Antes, cuando era mi casa
una vida de familia
corría por sus baldosas
esquivando juguetes
puro brillo.
Los domingos por la tarde
mis hermanos hombres
le sacaban lustre a los zapatos
negros con cordones
meta cepillo y betún.
Puro brillo.
Los lunes, él los calzaba y se iba.
Mi padre y sus libros
casa por casa
salía a trabajar
en su Opel celeste
cambiaba días por días
literatura por dinero.
Puro esfuerzo.
Las jaulas habladoras
llenas de pájaros traídos de la isla
corbatitas y loros
fueron después nuestros nidos de tristeza
donde jugábamos
a los territorios recuperados.
Niños enjaulados que reían
quebrando sus brazos
entre los fierritos.
Una mañana de febrero
mientras corríamos
del jardín a la mesa de la cocina
los platos blancos
las servilletas floreadas
cuchillo tenedor y cucharita
milanesas y puré
esperábamos su vuelta
corríamos como extraviados
por entre las paredes y la luz
y fue que
la televisión nos regaló
una imagen
por primera vez nítida.
Las chapas celestes retorcidas
construían un nuevo mundo
adentro de la casa y afuera.
Hay un mapa en toda infancia
se vuelve en sueños
se corre igual de extraviados
porque llega el día y todo
vuelve a la nada
porque es así, siempre es igual
para todos.
3.
Doce golpes recibió mi madre
todos, de la mano de un hombre.
La plaza era para correr y esconderse.
Un señor de traje y bastón
ocupó el lugar del hombre de mi vida.
Ella se callaba la boca y escondía
sus ojos tras unos lentes de sol
y las amigas charlaban.
Sentadas en los sillones confortables
alucinando que la risa era posible
discutiendo sobre cigarrillos extranjeros
todo, movimiento de pulseras
sin mirarle la cara.
Los viajes, los vestidos
el primer tapado de piel, suave y costoso
mi mano se acuerda de ese roce
el vino caro y los habanos
nada apaga la mancha de esos golpes.
Maquillaje y mangas largas
y también, largas bocanadas de humo
lentas bolas de humo
en mi cara
de niña curiosa.
Y el hombre del auto celeste cielo
se hizo invencible.
En el barrio San José quedó el edificio
cuando ella murió.
Una mora enorme creció junto a la ventana
del cuarto de mis hermanos.
Un potus subió descontrolado
y ganó los techos.
Atrás, en el jardín
donde vivían
los perros y los pájaros
un limonero generoso
soporta
el peso de tanto abandono.
Los inventarios
no son necesarios.
Sólo las camas nos protegen
de la intemperie
en ellas vivimos para siempre.
Siguiendo la marca del río Colastiné
encontré un lugar
y digo, es mío.
Un hornero hizo su casa arriba
sobre el tanque de agua
una tormenta de viento sur, destruyó
su construcción
y se fue.
Sabio el pájaro.
Otro, no tan sabio
pero sí muy laborioso
corrige el accidente
y sueña con ser propietario
del nido y de la hembra.
Cuando salgo a caminar, mientras atardece
él ya no está
miro hacia el tanque de agua
y lo busco entre la penumbra
lo imagino acomodando su cuerpo
frágil y aerodinámico
soñando recursivo
su eterna felicidad.
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