Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Emiliano Herrera
Emiliano Herrera (Monte Grande, Buenos Aires), Herramienta suave, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.
Rampa
repetición
constante
y días
después
hacia atrás
miramos
para adelante
y hacia adentro
adentro las olas duermen
adentro las ciudades rompen
pájaros eléctricos
la jaula
bien adentro
Y
hay tantas cosas
que no puedo
saber
ni imaginar
el aire
desdibuja
los árboles
en otoño
y yo tan quieto
Herramienta suave
Un sueño me quita el sueño y sueño.
Miro a los pájaros en la voz del viento.
Desvelado, me pierdo en lo que encuentro.
Todo lo que huye trabaja por dentro.
martes, 10 de noviembre de 2015
Mariano Massone
Mariano Massone (Luján, Buenos Aires/CABA), El gaucho celeste, Club Hem, La Plata, 2015.
La llanura
El campo que no quisimos arar es la huella
que nos deja a la intemperie de esos vientos,
que el gaucho celeste ve correr, inesperados.
Ya no es más la taumaturgia lo que exaspera
a la muchedumbre sino la costumbre
de guiar a todos por la misma senda.
El gaucho celeste recorre el cielo
como un diablo que, por viejo,
encuentra la corriente de su devaneo.
El testimonio floral que la bruja deja
sobre el campanario destruido,
debajo de ese ciprés que se mueve levemente
bajo la brisa del otoño,
es la contrapartida exacta
de las trenzas
que doña Bárbara le hace a su hija
para ir a la escuela.
En puntas de pie danza el gaucho celeste,
santo de su virtud una zamba ultraterrena y llana,
que deja en banda la bandada
de pájaros que se acercan.
Buitre que se esconde es la valentona nube
que ahora se arrastra
sobre la raya azul del río, cruel, instantánea.
El cielo está despejado, cueva de ese gaucho celeste
que volando con dos codornices,
una en cada mano, atraviesa el campo arado,
fiel camino de los que todavía siguen teniendo
miedo al llano.
Mañana volverá la mburucuyá a sentir
el sabor aterciopelado en la boca
alimento del criollo que pastando se acerca
al campo arado,
y volando con recelo,
girando sobre su eje hace zumbar
el rebenque sobre las alas para que las codornices
se eleven sobre la tierra y encuentren el fruto primaveral.
El aterrizaje es lento, devastador,
el campo trata de recomponer
un lugar,
un territorio que cerque al gaucho heterodoxo pero él,
con un facón y una gramática,
perro revirado se vuelve y pechea el alambrado
se agarra a sotes con el palenque y se enrieda con las púas.
Gana el criollo y eleva el trono de su salvación,
que no resguarda
cuando el cielo se ensombrece y llega la tormenta.
En un segundo se llena de piedras lo arado y, con terror
la naturaleza golpea
los hombros del gaucho místico que, hecho bola,
como si estuviese nuevamente en la panza de Casilda,
protegido en brazos por su madre,
rechaza los golpes de las piedras de hielo.
Casilda, vieja misionera
yegua guaraní
risotada mañanera que despierta hasta los patos.
Se levanta,
y en su hacer tecnológico del dulce de membrillo,
canta chacareras mesopotámicas,
llenas de acordeones y de fuelles.
Ayer gritaba el sapucay apasionada,
hoy es torcacita de la lágrima
mientras vuelca el agua jabonosa
en las rosas de su jardín.
Con las manos destiñe alpargatas, bombachas,
refriega con el jabón blanco sobre la tabla
derruida por los años, los lavados.
La viene a visitar de vez en cuando el gaucho,
la bruja también se aparece con él.
Se sientan a la sombra del laurel
y ponen sobre el tablón de madera
hirviendo la pava
mientras charlan del ritmo de las cosechas.
El tranco sobre la pampa, la leva de la tierra
es ver el horizonte como promesa llana.
El gaucho que tras el armado se despereza,
echando humo como locomotora,
-quizás lleve la cosecha
o quizás mejor ni hablodice
el gaucho
movilizando el pensamiento.
¿Será una promesa o el néctar de la locura?
Se extienden las vías
Sobre la planicie desértica de la pampa.
-Dos paralelas se unen en el infinitodice
la bruja suave al oído del gaucho relativista
y le alcanza, sin mirar, otro mate amargo.
Con ese grano particular
el sol desciende levemente.
Y en la garganta una voz
entona vidalita suave.
El granero de la estación se convirtió en fiesta,
los farolitos de colores juegan con el viento,
la señora que come pastelitos
habla con un nene,
le consulta problemas de la vida que seguramente
nadie podrá resolver.
Un perro olfatea a los que pasan caminando por la feria.
Doña Luisa vende dulces y especias.
El gaucho toca con las puntas de los dedos la pimienta
negra, la hace rodar sobre sus yemas
sintiendo la leve picazón,
mira a la bruja y asiente.
Así se entienden.
lunes, 9 de noviembre de 2015
Liliana García Carril
Liliana García Carril (CABA), La dura materia del pensamiento, Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015.
3.
ESTAR sola me hace pensar
en el realismo de las cosas quietas
soy objetiva:
las cosas están quietas
porque nadie las mueve
son obedientes y serviles.
5.
UNA PESADILLA que se tiene
al ver el movimiento
de los plátanos
esos troncos añejos
entregados
al viento del sudeste
¿es objetivo ponerse a mirar eso?
¿un martes a las cuatro de la tarde?
elevar la vista y detenerse
en qué otro asunto
de importancia.
12.
ES DE NOCHE y llueve
se puede oír el agua
¿se oye el movimiento?
¿es ruido de agua entre sí
o sonido de mientras cae?
o es ruido de choque
sonido ¿contra qué?
por el agua puedo saber
de otras materias:
chapa o lata
o reminiscencia de metal
precioso podría ser
cualquier metal que fuera
más que nada de olla
agua de lluvia que se junta
en olla para lavarse el pelo
en el siglo pasado creía en brillos como ése.
22.
HAY DÍAS de contradicciones geométricas
donde lo redondo de la realidad
lejos de ser lo perfecto
que se diría de un día de sol
es lo perfecto de la lluvia
de lo que sabe caer en vertical
y transformarse.
24.
ME SIENTO en la cocina en un banquito
como si me sentara en una piedra
y me sostengo la cabeza con el puño de una mano
pero no soy el hombre que piensa;
tenso el cuerpo es tiempo de la fruta
que madura se deja caer como una idea;
si hubiera una justa medida del peso
la cabeza pesaría menos.
sábado, 7 de noviembre de 2015
Silvia Mellado
no conocemos el mar a menos que hagamos cientos miles de kilómetros
a quién le importa el mar
si hace millones de años este pueblo era una playa
y nada cambia demasiado pues sigue siendo
el doble de una ribera
un lugar
que propende
al espejismo
y los que van al mar
vuelven al bar
antes
que a la casa materna
el cráter de la lengua y de la leche
ese puerto de capitanes de navíos sin agua
cantina de narradores olvidados
por el mercado
poetas canonizados por el porro y el vino barato
borrachos
buscadores del arca en pleno desierto
este, de cierto,
que no se inunda más que de sequía
y de palabra
las de su misma clase la culparon
cuando ahogó al niño en la letrina
y es que donde nacimos
nunca hubo un mísero azulejo art nouveau
por eso tampoco tenemos caché para matar recién nacidos
pero fijesé que lo mismo nos ordeñan nos miden los fluidos
[es por eso del líquido que nos leen
y siempre hay
un flujo una agüita
una sangre devenida en combustible invisible
para una sociedad ajena
al mundo que habitamos
jueves, 5 de noviembre de 2015
Ana Claudia Díaz
Ana Claudia Díaz (Santa Teresita, Buenos Aires/CABA), Una cartografía de la insolación, Club Hem, La Plata, 2015.
La conversación
Enmudecerá todo el interior
después de horas de oírse al borde del abismo
vacío de aullidos
sobre las hierbas agrias
la duda
como un adorno
de una secuela pasajera, el desatino
como millones de tálamos trémulos
que se templan con la temperatura del azar
y siguen en pie
para no decaer olvidados
entre las cenizas del monte
y sobre el polvo, ingenua
la conversación
sí, una tropa de arboles amenazará nuestro diálogo
será una trampa siempre fue así
la historia entre nosotros nace ausente
y se esconde atrás de las puertas
en cavernas de puros ecos
construyendo la mañana en un sótano gris
o en ninguna parte
el viento susurra salmos en mi espalda
y me resguarda en sus costuras
camino hacia el pueblo en donde sé que estás
de lejos, la escena se repite
mis vestimentas, rojas
el sol, una pirámide dorada que me insola
alumbrándome, horizontal
hasta aprender que nadie
finge una frontera.
La cadencia del eco
Me descubrió un día
un jardín de palabras parecía crecer
entre la maleza, débil, de a poquito
como fundiéndose en un sueño
mi última mitad de ese tiempo
rodeada entre cipreses altos
tapándome el resto del campo
el rostro
cierto es que el sonido de las cosas
nos muestra la distancia
el pesado abandono
o nuestros fragmentos de inmovilidad
que se sumergen hasta casi hundirnos
en el inventario de una lluvia matinal
aprendí a resumir las oraciones que decía
a entenderlo de otra forma
el té se vierte solo en diagonal
y los patos mirados de lejos
también pueden parecer
puntitos negros que forman un dibujo
ahora es cuando la mirada se dobla, fría
se distorsiona
plegando el infinito alrededor de mí
hasta volver a reconocerme en él
se convirtió en una mariposa
que danza en pleno agosto sobre el mar
para derruir la indiferencia
abre su mano
encuentro un collar de vidriecitos corales
y canutillos turquesas
así se veía el cielo también
no hay otra manera de abrigarnos
saco mi cuaderno y anoto eso.
Mantra
La insolación
condición de peligro frente a la agonía
la crueldad del cuerpo como un cuchillo
como una mentira madura a punto de estallar
a esa posibilidad
un ostracismo
un mantra
indecisos ciervos atraviesan mi mente
con el pelo rojizo que les da el verano
yo trepo por sus cuernos ramosos
para ver más allá
como por una escalera de trenzas de pasto seco
una hilera de hormigas morenas se discurren lentamente
hasta llegar al barro o a las maderas
me acoplo a sus ojos
tratando de rasgar el futuro espeso
con el único afán de seguir hasta el hartazgo
levemente.
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