miércoles, 3 de mayo de 2017

Alberto Szpunberg



Alberto Szpunberg (CABA), La habitante del cometa 67/P, Lamás Médula, Buenos Aires, 2017.





                                                                                                






















                   
                                          "Quien no se mueve no sabe que está encadenado". 
                                                                                                       Rosa Luxemburgo.                         
                                                                                             


                                              
1.

Todo empezó la noche del 20 del 9 del 69:
desde puntos muy dispares de la estepa,
más que dispares, contradictorios, dialécticos,
los astrónomos Churyúmov y Guerasimenko,
de la Academia de Ciencias de la URSS,
descubrieron un mismo eje de fuego que agitaba
de un extremo a otro un cuerpo celestial.
Éste, restallante en la vastedad del infinito,
apetecible por las noches que evocaba,
se volvió cometa de un reguero de ambiciones,
pasión extrema debidamente controlada
por arengas patrióticas y cósmicas medallas.









2.

Cometa ni siquiera imaginado hasta ese instante,
pasó a llamarse Churyúmov-Guerasimenko,
Churyúmov, por él, y Guerasimenko, por ella,
dicho y dicha de no creerse pero decirse amados.
Dotado de acantilados de 1 km de altura,
el Churyúmov-Guerasimenko entró a girar
en la órbita de los mármoles más exaltados,
obras completas, enciclopedias, mausoleos
y ritual de masas tan doméstico como vasto.









3.

Desde los acantilados del cometa 67/P,
bautizado Churyúmov–Guerasimenko,
es factible lanzarse uno en brazos del otro.
La gravedad es tan nimia, tan irrelevante,
que el aire, con sus palmas, sostiene la caída:
los vientos de octubre son apenas brisas,
en una cadencia ligerísima de extrañas alas,
únicas como ánimas que alguna vez amaron.









4.

Sintiéndose observada por poderosos telescopios,
lentes de esas que escudriñan hasta el alma,
la habitante del cometa Churyúmov–Guerasimenko
no se acostumbró sino que, mejor dicho, acostumbrose 
a ser aire en el aire, hoja ligera al pie de los bosques,
lluvia en los ocres, silencio de cadencias íntimas,
y aprendió a no pensar nunca en voz alta:
votar que sí es siempre el más seguro remitente.









5.

La habitante entró así en el corazón de la nieve
y sus huellas descalzas quedaron grabadas
como las corcheas de un pentagrama mudo:
a punto de embestir contra sí mismo,
bramó un torbellino de esquirlas de hielo.
y hasta el viento, erizado, se contuvo.
A orillas del mar que va y viene, ensimismado,
como un león cansino, aburrido, vegetariano,
el chillido de los buitres crujió hasta el llanto.









6.

La habitante ahora se oculta en la cueva horadada
por las salvajadas del viento contra la roca.
Al borde del torrente de luz que se despeña
en busca de ríos que recorren el fondo del mar,
ella tira las redes que la capturan a sí misma
y sólo su sombra se escurre por la galaxia.









7.

Ella se unta con luz primigenia y aúlla
maldades de amor que fustigan el pecho:
su grito advierte del inminente olvido,
su sortilegio ahonda el vacío que habita,
su militancia puebla de pequeñas soledades
la finitud del domingo, esa tanta tristeza.



























lunes, 1 de mayo de 2017

Gerardo Lewin



Foto del Facebook de Alejandro Méndez Casariego.
Gerardo Lewin (CABA), Nombre impropio + Tránsito, Deacá, Villa Mercedes, 2017.






















De Nombre impropio:


Mickey is back

En el retorno del aprendiz de brujo
suena fantástica la sinfonía
de la indemnización o del poder,
de la palabra ausente en el conjuro.

Nada lo detendrá: la desafiante engañifa reina
y un atareado ejército de escobas
hace agua.

Los viejos magos nos ahogamos
en este mismo río.
La marea se lleva los círculos de tiza
desde los que invocábamos
a los grandes demonios de la tierra y sus amantes,
la danzarina gota que endulzaba las uvas,
la arena seca, el fuego.

Ya nadie espera nada de nosotros,
displicentes abismos nos lavan el color de los ojos
y un burbujeo muerto son todas nuestras frases.
Triste verdín nos corona y corroe.

En la cresta de venideras olas,
en lo alto de su trono usurpado,
él
tararea,
feliz.









La fuente Jota

Oídme. Quizás convenga a mi herida majestad
manifestarse otra vez como La Zarza Ardiente.

Es sólo una idea. Sabed, no obstante,
que las ideas del dios son piedras
y camiones con gentes;
son calcinadas víctimas
en los televisores del Recinto.

Amados hijos, hoy toda opción es mía.

Éste es el Monte; esperen ahí abajo y vamos viendo qué surge.

–¡Oh Señor! Dios misericordioso y vengativo,
cuyas sendas ocultas no vislumbro,
cuyas hondas razones se me escapan.
¿Qué es todo este despliegue,
estos arcángeles y querubines,
la columna de fuego vitrificando
el corazón del pueblo?–

Debo exhibir quizás mayor seguridad,
dictar los mandamientos con una voz tonante:
"No harás..." "No desearás..."
y cada borrador sería un profeta menos.

En mi infinita misericordia omnisapiente
quizás debiera posponer la llegada del hijo,
quizás debiera tirar el agua con el bebé adentro,
quizás busque emplearme en resucitaciones colectivas
–ya que hay ahora tanto muerto disponible–
o quizás deba tentarme con la fama y así emprender
una carrera artística seduciendo mujeres
como lo haría cualquier dios griego del montón
para engendrar una nueva raza de héroes
sin prejuicios humanos: bellos, crueles.

El Templo se desploma sobre los inocentes.
¿Qué fue lo que falló?

¿A esto había que llegar?, pregunto.
¿No podían hacer, sencillamente, lo que estaba escrito?

Y me aconsejan deponer actitud, negociar,
no derramar mi ira sobre los gentiles
y traer de paz un nuevo milenio al mundo.

Me ofrecen, inclusive, los derechos
de una peli con un par de secuelas.

Jehová Vuelve.

El Nombre ha sido
debidamente
registrado.












De Tránsito:


Micrófono abierto II
A Inés Manzano
  
Derrama, madre, tu luz sobre nosotros
pues hemos olvidado
tus palabras,
como semillas que no prosperarán.

¿De qué estabas hablando?

Nunca supimos que nos calcinarías
con nuestro propio fuego:
vinimos para oírte
y la ponzoña de los días
confunde tu voz con hachas,
con hechizos.

Ya no sonrías: amar
te facilita asesinarnos.

Te ofrendamos
mínimas excrecencias sordas,
ingenuos modos de persistir en ti.

Regrésanos mañana
a las vitrinas polvorientas
del olvido,

distribuye al azar
nuestros retratos por las calles,
preguntando:
"¿Ha visto usted este rostro?"









El que no sabe adónde va

Fugan sus horas en primarios segundos
sentado solo al fondo del espejo
lleva paquetes sin valor, vaciados
en regueros que los bichos voraces adivinan.
Destinatario ausente finje no escuchar la voz que clama,
la voz que desde lo profundo carraspea bronca.

Calles deshabitadas,
inundaciones como espasmos las ahogan.
Su reloj se detuvo, neblinas invasoras
establecer impiden prioridad, cronologías.

¿Qué vaticinarán clarividentes, brujos?
El panorama es desalentador, se enseñorea el frío,
la negada paternidad de este presente.
¿Y qué debiera preguntar?
El fin del viaje se aproxima: la ciudad ideal, iluminada.
El libro donde no encontrará esta frase:
“no te enamores nunca”.

Los otros le rehuyen la mirada directa
o el contagio, el mal omnipresente y expansivo.
Nadie lo espera, nadie lo ha enviado
y una canción, una tonada, la melodía ciega
que no consigue abandonar, que nada lava,
ronda, vuelve, brinca, retorna:

Al que no sabe adónde va
cualquier colectivo lo deja
bien.




























domingo, 30 de abril de 2017

Marcelo D. Díaz



Marcelo D. Díaz (Córdoba), El arquero real, Borde Perdido, Córdoba, 2016.






















La partícula de la cuerda
desplazándose
desde la base de bambú
hacia su blanco.
La puntería es precisa
un mundo idéntico al mundo
centellea
en la voz del rayo.











Las estrellas caen
lo escrito en el cielo se deshace
con la misma facilidad
con que derramo
agua sobre el piso.
Los árboles entonan
una canción
mientras recordamos
el corazón roto de la casa,
cuando la voz del dragón
era la tormenta y la lluvia.
Y el auto de papá
se elevaba como
una bengala
en la noche de año nuevo.












Hubo un tiempo
en el que había que ayudarle
a sobrellevar las pesadas hojas
que nacían en su espalda
encender las lámparas silvestres
y apagar temprano la radio.
Como captain Kirk quería llegar
hasta donde ningún poeta
había llegado. No sabíamos
de los reclamos de los árboles
como de los reclamos de la muerte.












Al igual que las gárgolas en su trayectoria
por el vacío descubrimos
que los cálculos eran incorrectos.
A falta de equilibrio
nos dirigimos hacia el desastre.
No le pregunté al astrólogo
por los ojos del dragón;
oh, pequeño dios desplegado
en la alfombra amarilla
desenfunda tus cazadores
con sus maquinarias nocturnas
convierte los enunciados
en una lengua de fuego
enciende los árboles de la experiencia
como el manto de un meteorito
que avanza imperturbable
sobre los acontecimientos.












Al amparo de sus propias fuerzas
mi padre planea, archiva el pasado
de sensei en la figuración del aire;
resta un gigante erosionado
en el centro de un remolino
contrario a las estrellas.
Los días comprometen
los músculos de la felicidad.
Permanecer en el camino –digo yo–
con la brújula rota
señalando el cuadrante
donde nos extraviamos.












El miedo nos ordena
en una sucesión finita
de luces invisibles
equivalentes a la duración
de un chispazo.
No el campo de batalla
sino la rodaja de luz
la ruina de los cielos.
Enclavado en la alocución
de la embestida
acumulada en las hojas
de la tormenta
tiemblo en su nombre.






























sábado, 29 de abril de 2017

María Malusardi



María Malusardi (CABA), el desvío y el daño, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2017.

















no dejes que el daño sea todo dame para el desvío una cláusula despierta una tentación que roce los espacios y los sangre dame para el daño el desvío de tu impaciencia la luz que tus pestañas han borrado las aguas que arrojan vaguedades los peces que escaman en silencio de negra la espesura del pudor












si la vida fuera lineal yo sería las cenizas de un trompo después del incendio si la vida fuera lo que es (un desacierto una rebelión de lobos en mi boca) caminaría descalza sobre mi propio cuerpo para amarte












lo que me atrae del dolor es que no puedo complacerlo nunca alcanzo su voluntad ni logro denunciarlo agua turbia sobre el mundo nadie puede detenerlo ni sobornarlo lo que me gusta del dolor es su pureza: nada corrompe su compromiso con la vida apretar el nervio hasta reír de espanto y de compasión












la belleza está donde no comprendemos cuando se produce el desvío por qué amamos el daño











es desvío cuando la escritura revolcándose desciende al infierno de los cuerpos es daño cuando la palabra rota descansa en el zócalo del amanecer












cuando el cuerpo se ha trasladado a las palabras y son ellas las que incendian el espacio donde se cruzan sin perderse guiñándose los ojos recalcitrándose y muriendo me encuentro con vos me encuentro con él me arrastro sobre las espinas del lenguaje



































jueves, 27 de abril de 2017

José Ioskyn



José Ioskyn (La Plata), Acerca de un imperio, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2016.






















El grito

Mi vida es simple
me acuesto al sol
entre las espigas
mi padre hace la siega
con el filo de la
guadaña.
Cuando llueve
comemos torta de trigo
y bebemos
el mosto.

Una legión de
soldados del César
me ha arrancado
de casa
como a una espiga
que no quiere salir
de la tierra.
Meses más tarde
me han abandonado
cerca de un río
helado
ahora en las noches
camino sola
he perdido el habla
mi voz ha quedado
dentro de mi cuerpo
y mi grito
no puede salir
aunque destroza
mis oídos.












Música en el Sahara

Mi esposa es negra
mi amante es negro.
En el desierto
cuando un camello
camina hacia atrás
el tiempo se detiene.

Voy hacia la montaña
descanso sobre una piedra
sueño con una habitación azul
y un instrumento con teclas
que hace el sonido de la lluvia
ésa de la que me hablan
los viajeros.












Los caminos del desierto

Dicen que la vida
nació de un grano de arroz
enterrado en el mar.

También dicen
que hay un solo dios
que ha creado todo
con su mano alada.
No puedo creer que sea uno
puesto que los caminos
del desierto son tantos
como uno quiera.

Los dibujos que las estrellas
hacen al marchar por el cielo
el arado, el carro, la osa y la lira
son lejanas y están siempre
en movimiento.
¿no es contradictorio
con su dios uno, solitario,
y eterno?












El poema

Dice Zenón:
el poema que fue escrito
es
y el que no fue escrito
también 
es.

Las palabras
no están dentro
están fuera:
en el pecho inflado del gladiador
o en las velas del barco de guerra.

Pienso en esto mientras escancio
al pie de la vid, muy tranquilo
al tiempo que la emperatriz agoniza
en un lecho de rosas y mármol
ella debe recordar a la eternidad
aún muerta.