lunes, 2 de febrero de 2015

Silvina López Medin



Silvina López Medin, Esa sal en la lengua para decir manglar, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014.

Colaboración de José Villa.














Notas para un fado

Intervalo: un hombre viejo, viejo 
aferrado a un papel 
repasa su letra 
la punta del zapato 
se acerca y se aleja del piso 
marca el ritmo, ya no marca 
insinúa, en parte ha perdido 
el control del cuerpo, lo que queda 
entre el piso y su pie 
¿es ese el espacio entre las cosas 
que Cage pedía no olvidar? 
el hombre viejo avanza 
lento en su estar 
un poco desprendido del entorno 
se aferra al micrófono, sonríe 
hasta que encuentra 
el compás del canto 
a veces se le va una frase o la voz, 
nosotros con pies firmes sobre el suelo firme de la taberna 
en cada silencio le soplamos la letra, 
todavía creemos en la necesidad de completar.








Como y duermo con un desconocido

Lo que un avión permite: 
el filo moderado de un cuchillo, 
dos o tres formas de acomodar el papel metal, 
plegado prolijamente o hecho un bollo, las mismas formas 
de acomodar el cuerpo en el asiento 
ahora que la azafata apaga las luces sin palabras de 
despedida 
como una madre severa o muda, 
esta cabeza desconocida no encuentra lugar 
no se entrega al sueño 
cae en mi hombro, se levanta 
prudente oscilación 
del vino en la copa descartable 
no cruzamos palabra 
pero algo cruza cada tanto 
la frontera del apoyabrazos 
mi mano que alcanza 
la copa a la azafata, o el ritmo de esa respiración 
que se agrava, se resigna 
se quedó dormido, pienso 
pero quién 
se quedó dormido 
no tiene nombre 
se quedó dormido 
insisto y mis párpados 
se van cerrando 
como una madre cierra 
lentamente la puerta 
hasta escuchar el click 
mi cabeza cae, estoy 
en el hueco de un hombro.















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