Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
miércoles, 1 de enero de 2014
César Bandin Ron
César Bandin Ron (Buenos Aires), Poesía y virtud, Paradiso, 2013.
La poesía es...
La poesía es
una presunción,
una jactancia;
es remar hasta
el centro del lago,
recoger los remos
y quedarse ahí,
sin saber bien
por qué
o para qué.
Por la noche, no hay flor...
Por la noche, no hay flor que no sea
parte de la misma intimidante sombra,
ni hay miedo que no termine cerrándose
como un cerco. Por la noche el paisaje
se empasta, el relato se empasta,
y no hay espíritu que no sea parte
del mismo aterrador destierro. Así
como por la mañana, cada pequeña flor
pone en marcha, una vez más, la dulce
promesa del paraíso, y el miedo vuelve
a disiparse y el chirrido de la vieja
rueda de la fortuna preanuncia
nuevas suertes. Sin sentimentalismos,
sin titubeos, lo bello y lo trágico son
palma y dorso de una misma única mano,
que así como nos acaricia nos abofetea.
Sobre las manzanillas revolotean...
Sobre las manzanillas revolotean
las mariposas; mientras pasa, irreal, ella,
toda de pana azul. Entre las manzanillas,
dice Juan que iba; tal vez por aquí
donde ahora yo me estremezco, buscando
destellos del brillo de esos labios florecidos
que, en su palabra, aún subyugan.
domingo, 29 de diciembre de 2013
Alejo Carbonell
Alejo Carbonell (Córdoba), Sendero luminoso, Ediciones Recovecos, 2013.
El motor natural
“¿Qué es eso?”
pregunté a los poetas
era de madrugada, volvíamos borrachos
mi pantalón empapado por la cerveza de otro
“¿Qué cosa?“
“Eso” dije señalando un oído
–la primera vez ellos buscaron con la vista–
“Son las golondrinas”
llegan desde el norte, baten alas
y construyen un rumor parejo
dentro de los árboles
fabrican el ruido del exilio
pero no alcanzo a verlas.
El verde de las copas está dividido
por la luz sepia de los focos
no me hace acordar a nada
pero escucho y creo
entender el pulso de los objetos que me rodean.
A veces, en mi casa
me gustaría que el ruido intermitente
fuera el de las ranas
en una laguna más oscura que profunda
pero son grillos
o alarmas lejanas
o el motor de la heladera:
abro los brazos y entro en su aura.
Cortes de primera calidad
Con gancho y todo saca
la media res de la heladera
y la cuelga de una guía del techo.
Hace un ruido a franela la cuchilla
cuando desprende la manta
mientras a través del tajo que crece
en la carne como una flecha hacia abajo
ve a su nena con un vestido floreado
tomando mate dulce en una tacita de loza.
Cuando la hendidura
está por mostrarle las zapatillas nuevas
compradas en la feria latina
con un estampado poco poetizable
según las últimas tendencias
la pieza de carne cede
y vuela hacia la balanza.
Es un vacio espectacular, le dice a la clienta.
Eduardo Abel Gimenez
Eduardo Abel Gimenez (Buenos Aires), en VVAA, Poeplas. Antología de poesía argentina para chicos (e-book), poesiaargentina.com, 2013.
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Frío
Hace mucho frío.
Tanto frío que los autos no arrancan,
las vacas no mugen,
el corazón no late.
Tanto, que hay una nube
colgada en el mismo sitio
desde hace horas.
Hace frío adentro de la letra O.
Hace frío en la sartén
donde se fríen lentamente
unos copos de nieve.
Están congeladas las puntas del número 1,
aunque eso es algo que pasa con frecuencia.
En medio de la cama apareció
un cartel de prohibido entrar.
El café recién servido
levantó vuelo y emigró al norte,
donde dicen que es verano.
Pero es tanto, tanto el frío que
la mecedora no se mece,
la música suena más lenta,
los ojos miran un punto donde no hay nada.
En el tallo de la planta
esas no son hormigas
sino esculturas de hielo.
El aliento se hace vapor,
el vapor agujas,
las agujas giran sobre sí mismas
buscando algo que pinchar.
Las líneas de sombra de la reja del balcón
están quietas en el ángulo de hace un rato,
por más que el sol siguió de largo.
En la calle la gente se enrosca y pliega
hasta refugiarse en su propio ombligo.
Los edificios de enfrente han encogido,
de manera que entre ellos queda un pasadizo.
El aire está espeso.
El lápiz llega a un centímetro del papel
y ahí se le acaban las fuerzas.
![]() |
Ilustración de Alejandra Ferrada. |
Liliana Lukin
Liliana Lukin (Buenos Aires), Cortar por lo sano, Pan Comido/Gráfica 29 de Mayo, 2013 (1a ed.: Ediciones Culturales Argentinas, 1987).
Si yo hubiera visto
la retina dejaría de ser
un instrumento
ahora habría en ella una marca
el hueco que su cuerpo imprime
en la pulida lente
despojar de palabras –es la idea–
estos despojos que no se ven
que aquí no quede nada
nada nada
salvo esa costra alrededor
de la figura –en la córnea–
la materia torturada
que un deseo
pueda conservar
(De "1. la caída de un cuerpo")
un ciruelo se inclina en el aire
y abajo hay un niño
otra vez hay un niño
que no hubo
esa quietud de piernas enroscadas
en la mejilla pálida del juego
obtiene mi aprobación
otra vez
hay un ciruelo
y ahora no se inclina
pero el niño
sube por la sombra
que no estuvo
creo ver
el ciruelo creo
que hay en ese espacio
un niño que no he sido:
él juega sabiamente
en el silencio hostil
me excluye
nada sabe de mí
(De "2. un cuerpo que se piensa donde ya no está")
desde el tren
la fugacidad es
un dibujo en la retina
y nada tiene tanta certeza
como aquello que dejamos de ver
(De "3. libro de viajes para un cuerpo en fuga")
jueves, 26 de diciembre de 2013
Horacio Fiebelkorn
Horacio Fiebelkorn (de La Plata, vive en Buenos Aires), El sueño de las antenas, Ediciones Vox, 2013.
Caminata lunar
Pensamientos fríos, los actos propios
del cuerpo del amor empaquetado
en lo que está a medio decir. Encerrona:
caída en los pozos, el callar
de los pozos al tragar el cuerpo del amor
con marcas de dientes en los labios. No hay
donde sostenerse, ni colchón donde desmayar.
La más perra verdad de lo que nunca
es cierto: flores en el culo de la luna ausente,
lengua cortada que nunca se va.
El cuerpo que camina sin echar sombra,
la rabia blanca para iluminar lo que queda de oscuro
en las manchas de sangre seca.
Ojos más muertos que vivos para ser
tirados con una honda contra los vidrios
de la ventana de una casa a medio desarmar,
y nada más que niebla, nada más que
humedad en los zapatos.
Bajo consumo
No es este bar lo que está enfermo.
Siglos de visiones torcidas hicieron lo suyo, pero
todo es culpa de esa lámpara que esparce
una luz extraña y llena de dudas.
No está enferma la cena de urgencia,
ni la botella de Pineral que intercambia moscas
con la de Veterano Osborne -de donde
podría derivar la palabra sbornia-.
No están, no estuvieron, nunca, enfermos,
los que no duermen, los que miran televisión
o boquean ante la pantalla. Tampoco
los parroquianos están apestados,
no lo estuvieron ayer, no lo estarán,
y hace demasiado calor para pensar
en que la luz es tísica, palabra que antaño
tuvo un prestigio que no aparece ahora en escena.
Todo es culpa de esa lámpara, centinela que
viene a revelar que en lugares así
y en noches como esta, tu vida no es un interrogante
sino el buzón de las malas noticias del verano.
Las cosas
Ahí viene otra vez, de nuevo. Viene
otra vez pero no es, no es la misma,
no la misma cosa blanca, la que recién
cayó, la cosa blanca de la canción
que viene a callar el ruido de mi bote
cruzado por la música de la cuadrilla
que desarma estaños, parte maderas.
Se llevaron la escenografía, los actores
no vinieron, el director no existe y yo
escucho una y otra vez la caída de la
cosa blanca. La verdad es que no sé,
no sé si llueve, no sé qué cae de allá,
no sé qué son estas cosas blancas que
no paran de bajar desde hace horas.
No tienen una sola letra para mí,
son nada más que cosas blancas.
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