martes, 25 de mayo de 2021

María Eugenia Fernández

 

María Eugenia Fernández
(José C. Paz, 1985)

La inoculación de lo humano, 
Maravillosa Serendipia, 2020.























De "Génesis de lo aprensivo"






Luisito

El aviso de la lluvia
traía sapos en Derqui,
 
Luisito era experto
en sapos,
en coches
y gatos.
 
Conservamos el corazón
de un niño
mientras alguien que nos vio serlo
nos recuerda.
 
El golpe de su nombre
me espera en la otra orilla.

 

 

 

Florencio
 
Coloco, uno a uno,
los autos en hilera.
 
Son de colección
murmurás a mis espaldas.
 
Ser niño en este lugar
es un problema.
 
El regalo de la confianza
late
bajo tus párpados.
 
Tu voz quiebra la estancia:
estamos hechos de sol.
 
Mientras, el hielo se quiebra.







De "Génesis de lo infinito"




VI
 
Hechas con un molde resistente,
de finísimo abrazo y tierra blandecida,
con pecas que ocultaron
el rechazo de la hélice,
con ardores
que reprimieron
en la infancia.
 
Aprendieron la métrica, la rima y el verso.
A contonearse sin ser notadas.
  
¿Qué sentirán las amadas por sus padres?








De "Crónicas de la radióloga"




IV
 
La radióloga vivía con nosotros.
Cuando padre se fue,
decidió quedarse.
Se victimizó
unas semanas,
hasta que madre dijo
que ella separaba las cosas.
 
En el régimen militar
madre era salomónica.
El agua y el aceite no se mezclan.
Pero conviven.
 
La radióloga me obligaba a cerrar
los ojos y a dar la vuelta
cuando se cambiaba.
 
Un día los abrí antes de tiempo
y un círculo solar
quedó pegado en mi retina.
 
Contó los segundos
y arrancó de la oreja
la gasa y la venda.
 












viernes, 21 de mayo de 2021

Gabriela Schuhmacher



Gabriela Schuhmacher (Santa Fe, 1970)

Golpe de frío, Mención Honorífica Premio de Poesía de la Provincia de Santa Fe “José Pedroni” 2019, Ediciones Universidad Nacional del Litoral, 2021.










En la sombra del seto de lambertiana


mi primo es un caballo de cuero blanco 

se mueve inquieto, el rostro perdido. 

Una tarde me habló de golpe: 

no sabés lo que vi, vamos. 

Caminamos sobre el lecho de un viejo río 

desde la tranquera al bosque encantado, 

una cercana plantación de eucaliptos. 

Lo seguí como se sigue a ciegas 

algo inalcanzable. 

Cuando se dio vuelta, me detuve: 

hay secretos que deben esperar. 

Un día papá entró y nos dijo: 

Javier se accidentó, está en coma.

Nunca más caminaríamos una tarde 

sobre el lecho del viejo río, 

nunca diría lo que vio. 

Mi primo me recuerda 

cómo se sigue un misterio 

cuando todavía no sabemos 

qué nos hace correr y correr.






Campo de gladiolos


La casa se levantó en el último lote 

antes de llegar a la avenida de arena.

Para un lado estaba el pueblo,

para el otro

el campo de gladiolos, melones 

y sandías. Los quinteros, 

con un pañuelo en la cabeza 

y el torso descubierto,

tiraban detrás del alambrado 

las plantas malformadas. 

Era el momento 

de salir a embolsarlas, siempre 

alguna sobrevivía tras mezclar

la arena con abono, esa materia

oscura y húmeda del gallinero.

Un hueco, depositar el bulbo, regar

y taparlo. Simple, tan simple como

esperar que la flor abriera salmón 

o blanca, los colores más frecuentes.






Cortes de luz


Sobre los cuerpos calientes del verano

el aire tirado por los ventiladores

no alcanzaba a refrescarnos.

Nos sentábamos a esperar

que la noche pasara de la mejor manera.

Cada uno conocía a la perfección

el cuerpo del otro, nos presentíamos

en la oscuridad.

Era habitual jugar a las cartas

en el piso casi inmóviles, hablando

bajo y pausado. Siempre alguno iba

a la heladera, traía una jarra de agua

y eso era suficiente. 

Repetidas noches se cortaba la luz

y las paletas del ventilador

lentamente se detenían

dando fin a la partida.

Reclinados sobre los sillones

al borde de la pileta, mirábamos

el cielo para detectar estrellas fugaces.

La quietud del aire,

rota por un golpe de sangre

al advertir que pasaba una,

nos hacía mover la cabeza, como si

nos envolviera una de esas maravillas

de otra vida

que nos expulsa del mundo

hasta desaparecer.






Los colores del atardecer


aparecían al terminar las tareas.

El hijo de Doña María, la vendedora

de frutas y verduras, nos acompañaba

a contemplar el cielo.

Luego de una larga jornada

sobre el tractor, sus ojos

nos acercaban la luz

del corazón de las sandías partidas, del jugo

de los melones ablandados por las lluvias.

Antes de sentarse con nosotros

se bañaba solo y al salir de la pileta

cruzaba los brazos tiritando de frío.

Su rostro abría un éxtasis lejano

que nos dejaba desnudos, uno al lado del otro,

en el vacío de la tarde.






A la hora de la cena


Cuando niña, los perros de las casas

seguían mis recolecciones

de frutos silvestres y luego se esfumaban.

Sentada sobre algún tronco caído, desgarbada

y flaca como era, no había hombres

que sospecharan mi presencia. Inadvertida,

preservada por la noche, miraba las estrellas

y elegía una. Con la palma abierta

la tapaba y seguía con otra,

nada perturbaba la regla del cielo:

lo oculto brilla a años luz.

Convencida, de regreso a casa,

como los guardianes de los pobladores,

me acercaba a comer.

Diferenciarse en la oscuridad

es el trabajo de una vida.






Golpe de frío


La muerte pasa cerca

si sentís un raro escalofrío

que te atraviesa el cuerpo,

dijo Doña María mientras

ofrecía los lotes de verduras

al borde de la ruta. Le creímos,

cómo no hacerlo, esa sensación

aparecía seguido. Nos gustó

pensar que hablaba de su hija

muerta de pequeña.

Sobre un tablón, acomodaba

frutas o atados de acelga

como cosas queridas.

Alejados de la realidad

otras muertes pasaron cerca

con aroma a arena de río.

La mano extendida

de Doña María nos invitó

a volver del breve estupor

con un gajo de mandarina:

prueben, no se las pueden perder.






Paltas tucumanas


Mamá contaba que un amigo del norte 

traía paltas de regalo, que ella 

les sacaba el corazón redondo y duro

para ponerlos en almácigos. 

Daba gusto ver los brotes vigorosos,

traspasarlos al suelo 

con tutores y pensar cómo 

sería el camino de ingreso

una vez crecidos.

Con Javier la ayudábamos

en cada plantación. 

Al caer la tarde, cada uno se preguntaba 

por el corazón enterrado, 

por el conocimiento vegetal 

que rompe la oscuridad 

hacia la luz.

Al pie de la cama, agradecíamos 

tener a mamá en la noche,

era la única capaz de escarbar 

corazones dormidos, 

lograr que volvieran confiados

a la blandura de la vida.






Nunca leímos a Pavese


Atraídos, cuando avanzaba la noche,

nos sentábamos bajo el sauce

a respirar aire fresco

sin querer saber nada más.

Era gratificante

sentir la fatiga del cuerpo

mientras esperábamos

el inevitable paso de las horas.

Nos recorría la sensación

del roce de la arena en las manos,

de las miradas esquivas bajo el sol.

Nos volvimos fuertes en lo oscuro.

Si se tiene una verdad hay que leerla

en el brillo de los ojos.

Cada uno tenía una verdad. Ninguna

otra cosa aterroriza de ese modo:

estar cerca apacigua

un dolor que no se puede mostrar.





Referencias


En la sombra del seto de lambertiana / "Los mares del sur"

Cortes de luz / “Verano”

Los colores del atardecer / “Revelación”

A la hora de la cena / "Agonía"

Nunca leímos a Pavese / "El instinto", "Atavismo"

Los poemas que aparecen entre comillas pertenecen al libro Trabajar cansa, de Cesare Pavese, en Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, traducción de Jorge Aulicino, Griselda García Editora/Cartografías/Ediciones del Dock, 2018.

























 










miércoles, 19 de mayo de 2021

Alberto Cisnero

 


Alberto Cisnero
(La Matanza, 1975)

Media hora con el autor, Buenos Aires, Barnacle, 2021.





















2-

desconocemos si en los poemas existen el día
y la noche. o una verdad visible. o una obra
de diversión amable. ya podríamos volarnos la tapa
de los sesos, ¿no? averigüen a quiénes les va a importar.
igual ya nos cobramos las alabanzas. [tachado: ilegible]
con esta luz que tanto demora en llegar a los hombres
y que es la propia de un recuerdo te volvés clara
como el cristal y brilla a través de vos aquel conjunto
de maravillas ingenuas, de cosas sin importancia,
nada que difiera de guardar el debido silencio.
acá están congregadas las charlas con nuestros caídos.
nota bene: esto no es un libro, es un tipo de sangre.









7-

el plan siempre fue incendiar todo. nunca
fueron buenos tiempos para la lírica. clase setenta
y cinco, entre ezeiza y el golpe, oh mi generación,
hiperinflaciones, trueque y año uno del siglo. toda merca
sin cortar. y ahora de vuelta al país de los bolsones
de comida y de los disparos por la espalda.
así que nada de faunos, ninfas, sátiros o centauros
por acá. la naturaleza hace su trabajo, damnifica.
nada de interludios líricos de pura beatitud
pagana. ni de ropa limpia. no se trata de elegir
entre dos cosas. ni de deserciones, para ello
los hombres del partido. adonde vayan los iremos
a buscar. rara vez invito a alguien a entrar a casa.
y desde afuera no vas a ver mucho. nos juntamos
con los que beben parecido, nos hundimos lentamente
en la tierra. y no escribimos, reaccionamos.









11-

cuando creo que estoy en peligro me pregunto
cuál es el nombre completo de las personas
que amo y qué ocurrió en esta ciudad el dieciséis
de junio del año cincuenta y cinco del siglo pasado.
y si necesito ayuda inmediata. nuestro trabajo
es intentarlo. como quien regresa de muy lejos.
abocarnos a una melodía tosca en la que vamos
a equivocar las notas. y ninguna palabra podrá
reemplazar el corazón de nadie. qué estás
escribiendo ahora, bajo el impacto azulino
de la constelación. copio una línea, otra vez.




[El revés del folio concluye con la nota siguiente: oscurecer procedimientos, 
añadirle otros y desecharlos. Peritos, oráculos y líricos del tu(tú): constataciones 
y principios veraces].









26-

siento que puedo recordar muy poco
de mi padre. mi padre extiende la mano
y me pregunta: ¿cuántos veranos fueron
así y después nada ocurrió? quizá mi memoria
no es del todo fiel. me gustaría poder contarles
una epifanía significativa, algo aceptable
como invención para que cualquier cosa
de su vida que hubiese sido buena no desaparezca
una aurora y no sienta que hablo de él como si fuese
uno de nuestra sangre que apenas llegué a conocer.









29-

no usaban gabardinas ni zapatos de gamuza,
mi padre y sus compañeros de obra. nunca
profesaron afición por la caza, la pesca, el docto
humanismo, ni se ausentaron los fines de semana
para realizar otras acciones tenaces. venían del campo,
de afuera, de ranchos tapiados e incendiados.
paleaban. sin desechar la proposición de un trago
dentro de sí. acaso tuviesen un plan para sus vidas.
mientras estuviesen juntos, iban a ser compañeros
para siempre. sin doblar la frente ante la patronal.
del lado de la lluvia, de la música verbal del sectario.
hablaban cuando era su turno. cuando había
que hablar, no después. los matarían o algo peor
[dos versos tachados] solos con sus banderas.









30-

cuando el mistol vuelva a florecer y prevalezca
el trémulo vuelo de las aves, vas a estar dedicado
a lo tuyo, en otra sucia farsa, conociendo libremente
el contenido de las botellas y los marbetes.
implementando tu propia muerte con gente seria,
autores que desearían vender más ejemplares
para poder comprar más alcohol y mantenerse
rebeldes, ctónicos, muy ilustres bebedores.
entonces, iluminado por la luz azul de un celular,
tan distante de mí, oh eso no es un secreto,
vas a escribir en un libro titulado media hora
con el autor: ojalá estuviésemos acá.









32-

demasiado viejos, demasiado solitarios,
demasiado tristes, ya no podemos volver
atrás, no es posible sustituir los términos.
[el subrayado es nuestro]. tampoco es donde
queríamos llegar. adoptamos una simple
estructura bidimensional, en la que el blanco
se extiende en forma plana y es enmarcada
mediante unas finas líneas azules o negras
que tienen el efecto de aislar la superficie,
al tiempo que evidencian el trazo. sólo
sabemos aquello que podemos recordar.
igual ahora cada palabra es nueva,
una promesa, una amenaza o nuestra
única oportunidad.












domingo, 16 de mayo de 2021

Laura Fuksman

 


Laura Fuksman
(Buenos Aires, 1970)

Apuntes de naturaleza humana, Buenos Aires, Halley Ediciones, 2021.


















De "Mandamientos de gris"



Cruzar de orilla implica
soltarse
de un borde seguro.
Transitar la incertidumbre.

Dejarse mecer.

Volver a aferrarse.


Una cama también puede ser una orilla.










Calculo la distancia que separa
tu cama de la mía. Es un desierto.

O un mar.

La marea y su vaivén
me arrastra
hacia la otra orilla.
La ola, suave, me devuelve
al punto de partida.


A veces devolver es revolver.









Quizás el desierto sea también un borde.









La farsa de decir yo, o decir mí,
luego de la erosión.

O cómo separar entre las dunas
que el viento lleva y trae
la arena tuya
la arena mía.








De "Pautas de higiene"




Estirar un brazo.
Cuidar que el hombro no vaya más allá
de su posición natural.

Estirar los dos brazos.
Aceptar las diferentes posibilidades.

Recorrer con una mano la piel del brazo
contralateral y viceversa.

Repetir usando el dorso de la mano.
Despertar el dorso.

Percibir lo mullido. Percibir lo sólido.
Amar lo que se desprende y cuelga.










Volver al abrigo. Al territorio propio.
Volver a la piel.

Al escozor y a sus vestigios más animales.
Al erizado.

Volver a la piel y a sus marcas.
Poro Punto Peca Pelo.
Grano.
Cicatriz.

Volver al doblez
a los pliegues.

Volver a la arruga como escondite
mojón
del gesto cotidiano.








De "Pautas de higiene (en pandemia)"




Condensar en los ojos.

Reír.
Llorar.

Dudar con la mirada.









Cerrar los ojos.
Llevar la mirada hacia adentro.

Llevar la mirada hacia atrás.
Evocar.

Sentir el abrazo.







Adentro.
Afuera.

Habitar el entre
el borde   el límite
la piel.



Ser sólo poros.








Salir al balcón
discriminar
podar la maleza
sacar la mugre
extirpar toda podredumbre.

Soportar la sana pequeñez.





















martes, 11 de mayo de 2021

Mauricio Giulietti

 

Mauricio Giulietti
(Neuquén, 1981)
 

La espalda de la noche, Neuquén, Ruedamares, 2021.





















Vendaval

    Cuando mi padre miró mi mano, ya se había alejado el viento. Hacía tiempo que esperaba esa mirada cerca, posada en cada espacio de juego.
    Cuando mi padre dijo mi nombre, había atravesado ya la puerta mi cuerpo, mi espalda era un lugar de fuga y no había retorno.
    Cuando mi padre suspiró sobre mi piel, los pájaros se habían asomado al río, bebido agua, cambiado sus plumas.
    Ha convergido mi padre alguna vez en este tiempo, con el tiempo. Ha desarmado la armadura y mostrado sus huesos.
    Mi padre ha corrido delante del viento, y yo he mirado, con ojos y piel, el vendaval de la tarde.








La sed

    Cuando pudo respirar había pasado la polvareda. Sobre el camino, un par de animales aún con vida respiraban con todo el cuerpo, revolcándose e intentando detener el tiempo en un pozo.
    Le dolía el mentón, los ojos; su mirada no podía ver el horizonte, sus manos ardían. El fuego había llegado hasta el río; el agua estaba tibia, o hirviendo, saber la diferencia era imposible. Toda diferencia era imposible. Apenas la sed, por instinto, lo hizo nadar río abajo, flotar o hundirse, llegar al otro lado.
    Las nubes como escombros para mirar el sol, camino blanco que desaparece en lo oscuro. Una mano en la orilla y el barro, una mano en la espalda que cae vencida en los párpados de la tarde. Un cielo de invierno trajo consigo el frío. El horizonte, ahora gris, permea de ocres la mirada. La sed emerge cuando la llovizna para y todo se vuelve sequía.







La bahía

La madera vela el lugar
de la caída.
La bahía espera
el surco de agua,
olas que muerden
y agrietan el viento.
La madera abriga
el soplo de tiempo
que aguarda,
en astillas,
el próximo sueño.







Una noche

Un velo en los ojos,
el niño mira desde lejos,
se espanta por el color rojo,
por la violencia del grito.
Una noche caerán estrellas,
él lo sabe y cuida el cielo.
Una noche caerá lluvia
de cosecha, él lo sabe
y guarda tierra entre sus manos.







Vendrá el alba

La sombra de un árbol se desmaya
sobre el centro de la alfombra.
Apenas un costado de la cama respira
en hilos dorados de otro tiempo.
¿Y este tiempo?

El cuadro, la mesa, la puerta
y el sol que no llega. Llueve,
siempre hay espacio para la lluvia.
sobra mundo para la lluvia.
Mis pies no están en el barro,
pero baila la lluvia en mis ojos.

Nada se sabe desde ayer;
un poco de luz aguarda
entre las cortinas.
¿Y las palabras?
He subido al árbol seco desde mi ventana,
he descendido de él una,
dos veces, más de tres.
He escuchado el decir del viento.

Vendrá el alba, árbol de verde fuego.
Vendrá la luz al alba, tibia ceniza en el cielo.
Vendrá el sol, dirá a mi oído el nombre de la esperanza.