Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
viernes, 4 de abril de 2014
Analía Giordanino
Analía Giordanino (Santa Fe), en Yo soñaba con comprarme una combi. Selección de poesía santafesina contemporánea, prólogo de Fernando Callero, Erizo, 2013.
Puntada con hilo
Cuando enhebrás una aguja
a veces el hilo que se enhebra
se afina por zonas diminutas.
Hay que mojarlo con la lengua
para que entre en el ojo de la aguja.
A veces no entra.
El ojo puede ser grande
y entonces parece
que es fácil enhebrar.
Es fácil. Pero después
la punta te abre
un redondel grande en la tela
en la trama.
Y el nudo que amarra costura
al final del hilo se pierde.
Pasa como agua.
Las agujas que sirven
son las de ojo chico:
para costuras a mano
para ruedos finos
para puntada escondida.
Una costura a mano se resuelve así:
levantás un hilo de la trama visible
das la lazada arriba
(esa tela no se verá,
no importa si picás grande)
terminás el punto abajo
(queda un ángulo agudo)
en otro hilo de la trama visible.
Es como los dos caminos: el ancho y el difícil.
¿Te acordás de las figuritas difíciles?
Pocas había. Muchos sobres había que comprar.
Si el hilo es nuevo y no hay irregular en el enrolle
tampoco quita que sirva una aguja de ojo grande.
Pasa lo mismo: la puntada corre y no queda.
Yo no quiero decir nada con esto.
El amor es un trabajo como cualquier otro.
Doomsday
Lijar un mueble es cosa de paciencia.
Tengo estos materiales,
hace días que los usan mis manos:
lija de 90, espátula, removedor,
aguarrás, tinner.
A medida que salen las superficies
reconozco colores superpuestos:
blanco baldío, negro cerrado, gris elefante.
El gris suena a hueco de hospital.
El negro me habla de un hombre viejo.
El blanco baldío es baldío,
dejó su yuyo
en los ligamentos
de la madera.
En algunas partes queda
la madera pura:
un color zapallo
que dan ganas de lamer
o sembrar.
No sé qué madera sea
pero imagino un árbol dorado,
de membrillo.
Este objeto de la casa me habla
desde que empecé la lijada.
No sé bien qué me dice.
Yo recibo su polvillo planeador
y hago dibujos con él
sobre una baldosa.
En las manos me quedan grietas
secas como piel de laucha,
cuadradas, yemas duras,
músculos trapecios tirantes.
Cuando termino el trabajo del día
me pongo crema de caléndula
y llamo por teléfono a mi amor.
Le cuento cosas inútiles:
que la lijada me dejó doliendo la espalda
que la crema es blanca, huele lindo y calma
que la paciencia sobre los muebles
es una canción con muertos y con árboles
que estoy cansada pero contenta
que todo puede ser posible
mientras el sol brille y él venga.
Si éste fuera el último día del universo
me gustaría irme así.
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