Lucas Peralta (Avellaneda, 1977)
Praxis, Buenos Aires, Barnacle, 2020.
De "I. El espejo"
VIII
Eso
que alumbra ahí es la palabra y su silencio,
la
piel terrosa que, en el aprisco, desempeña su
toda
potestad de lugar erial, su predominio en
tentativas
asociaciones propias de toda lengua
desplazada
y ya no impuesta. Figuras, entre el
charco
y el matorral, provistas de enunciado y
sentido,
márgenes apelativos como aquello que,
de
consideraciones motivadas, tiene su red de
valor
ahí donde se atreven extraños sonidos a
imaginar
el elemento primero como huella de las
palabras,
sus miembros, sus formas, sus piedras
de
origen y materia.
Imagen
heridora, pliegue de agua profunda que
promulga
las cenizas como ícono de lo ustorio
del
espejo, aquella que, por experiencia, propaga
las
edades de las lenguas naturales.
Territorio
considerado y estructuración temaria.
Fragmentos
tras los cuales, como aquello que de
rápido
viene de la oscuridad, optamos por
revelar
y querer introducir en estos dos discursos
paralelos,
en lo que de común tiene lo epifánico,
en
el mérito inmanente de mirar y ver el lenguaje,
la
acción de los hechos y el sonido y los rostros
que
llegan a la palabra como sudarios, como
amarres,
como términos de valor por los cuatro
rincones
de la tierra.
Solo los rincones contienen al mundo, claman en
silencio ojos, palabras, sonidos inatendidos que
vienen a enunciar lo cerrado y vencido del amparo
de la tierra de nadie, su aridez habitable
desituada.
Reciedumbre donde la mirada encuentra su paradójico
lugar natal sin significado, salmos unidores al ras,
hipótesis de autor definiendo lo poético.
Tal
vez maniobras en el mutismo ambiguo de lo real,
en
lo tácito de quien reclama una nueva luz,
en
lo explícito de los círculos plurales del barro,
en
lo que de verbo le queda al polvo, a los escombros
que
casi se oyen.
I
¿Es un concepto lo real? Entre el silencio y los escombros
las palabras solo alcanzaron a reflejar no poderlo
todo.
El presagio cumplió su mandato por los ríos, aquellos
de
piel barrosa y de pausas que agencian la cuerda
colosal y
arrugada de la tez aguda y melancólica.
Nosotros y la piedad de escribir lo que somos.
Dureza en la aurora y objetos por las noches.
¿Hablar de lo que nos pasa es lo real? Nos arrogamos
lo
anterior de la aurora y toda la construcción del
sujeto,
sesgado e inmóvil. Rostro y río;
máscara como firmeza creada por el aire que mueve
su pecho y que mira por espaldas sumergidas
en el mudo modo de ofrecer labios.
Hilachas guiadas por el ojo. Fuego. Ver la mudez
primera
en los bordes de llamas secas y en las lloviznas de
costado
que solo pueden acompañar estos pasos breves.
La imagen rueda sobre el ruido, y las cosas, al
nombrarlas,
penetran en el fino respiro de la niebla.
Dijimos problemas y adecuación de la palabra; eso,
y risas cómplices de la comunicación y ya no del
mensaje
escrito. Música o instrumento no ya libre que se
impone a
la ilustración de ciertos registros o la escritura de
signos que
acompañan a la comunidad. Lenguaje como función
referencial
o como búsqueda de aquello que dice mi gente. Lo
decible que
sugiere el hoy; lo que tiene que ser dicho y hace falta.
Configuración donde el espejo habla y caracteriza el
instante;
signo del lenguaje capaz de percibir el momento por
donde
pasan estas imágenes en la intemperie. Es ahí donde se
ponen
en un mismo plano el reflejo y lo reflejado.
Lo intentamos decir con las palabras y lo aturdimos en
el silencio.
Bajarse del espejo y volver a ver si la tiznada
instancia
del segundo mirar acaricia lo inútil de la noche en el
día.
Respiración que rompe los muros de la última pregunta,
aquella que rueda como pedazo incidente, silencioso y
arrugado.
Incidente como una carcajada que comienza con la
saliva
del amanecer en tanto morada de las ruinas de la
lluvia que mira
con ojos conocidos; silencio sin ningún tipo de
adjetivos;
y arrugado como los aplausos que se le colocan al ojo
cerca
de la inauguración de lo oscuro del barro sin métrica.
Insanable sentencia. Así, el fenómeno adquiere
un relieve sintáctico, semántico y fónico.
¿O acaso lo real no reclama tales características?
Los hechos, desgraciadamente, tienen que respetar
procedimientos por fuera del día a día y la plaza
pública.
Así, el barro sin métrica intenta ser academia y así,
una
vez más, fallan las categorías y la retórica poética.
En un lenguaje de intemperie, esplendoroso,
el último seglar vendrá a sanear el peticionario
barboteo
como recado próspero que César Vallejo hendió en su
vaguada.
De "II. El silencio"
X
Establecer la base y el plano sonoro. Marcas.
Después, supuestos que enmarcan el qué y el
cómo. Tal vez manchas. O dislocación total
continua que considere al texto y apele a nociones
como término de valor. Algo ahí. Presto, docto
y berreta.
Inerme ante tantas cosas que, como provisto al
disgusto, la adecuación visible marca hechos.
La eficacia como objeto de estudio y lenguaje.
Nada. Proveer como lengua de autor fallas
secundadas y ejercicios como sistema de reglas.
Insisto: Lengua de autor, ajena.Inquirir quién
dice lo que dice.
Asolar lo dicho tanto antes. Antes mesurado
como espina o púa, o como monte o espesura
en inquieto desarreglo de sonidos.Ahora es la
hora de preguntar. Es el tiempo de ver si después
de tanta bulla se erige la fecundia caída.
Hoy hemos sido menos todavía. Hoy oteamos en la
urdimbre acalorada, en el empíreo escombro donde
se labra el recupero. Así vamos juntando. De a poco,
y mucho.
Después, lo mismo. Colegir en la arenga empecinada;
la pérdida, el descenso. Y así un montón de cosas
más.
También el pregón pestífero irrefrenable. Se dice y
no
se puede nombrar. Una y otra vez se dice y los
términos
precisos de realidad textual introducen la extensión
y
el desatino.
Expresar lo poético y explotar lo dialectal.
Emocionarse
por una relación y, luego de descubrir la falsedad
de la
sinécdoque, conformarnos con el argot. Lezama habló
del ocio y a Orfeo se le cayeron sílabas en el
espejismo.
XV
¿Es la poesía la imitación de una acción?
Sigue en curso el hecho de asolar lo dicho tanto
antes.
Antes mesurado como espina o púa, o como monte
o espesura en inquieto desarreglo de sonidos.
La palabra consigo misma es lenguaje en la medida en
que
se sienta como ejemplo inadecuado; como opción
provista
en edificio lírico o en noción instintiva del voseo
de la
plaza pública. Reposa en las calles y se vuelve
mensaje.
Examina el funcionamiento y emplea usuales modelos
de selección. Provee márgenes y desata la lengua de
autor desde el punto de vista de los
formales rendimientos.
Cosas que pasan; espacios, a los ponchazos.
Asimismo,
en donde llovían palabras como manos, se puede
hallar
el fecundo sacrificio y el dolor, el sigilo
penitente, los ásperos augurios y las palabras a
cuentagotas como en todo testimonio. Pedazos,
o lugar erial de coherencia reconocida.
Ajada así la prosa; áridos los ruidos a tener en
cuenta.
Lustre evidente para todo rostro. Máscara desaguada
del lenguaje; imágenes construidas en la pugna de
los
previos e indiscutibles modos que el silencio
deschaba.
Y los pedazos representan también una lectura, como
así
también la aridez de toda historia quebrada por los
ruidos
y el silencio. Todo lo que designa a la realidad es
motivo
del poema; terreno, espejo y código de lengua
práctica.