Carlos Battilana (Corrientes/Buenos Aires), Un western del frío, Viajero Insomne, Buenos Aires, 2015.
Hogueras
y frutos
Sería capaz
de atravesar
el vidrio
de esta ventana
para recostarme
durante cuatro días
y cuatro noches
en la tierra,
para recordarme
los hechos
que pertenecen
a un tiempo
en que no fue posible
el sosiego.
Ahora
con la voluntad intacta,
voy a pensar,
otra vez,
en hogueras y frutos
voy a buscar
algo ajeno
a la abstracción.
Tocar, ver
la superficie
áspera
de las cosas
acaso
sea acompañar al mundo
y también
despedirse
de las horas
sin la carga
que los dioses
o el destino
les han asignado.
Si el destino
existe
voy a tomar con amoroso
cuidado
los racimos de uvas
que están
en la mesa
de la cocina
y hablaré
antes de cualquier acto
diré
quizás escriba
“¿cómo aman los que pasan los días
sin
la espesa conciencia
de la aflicción?”
Dura el quebranto
–aquí,
ahora–
y como si fuera una escultura
o un jarrón,
lo toco
lo hago viejo
me vuelvo creyente
camino
despaciosamente
por la liviana
extensión
del día.
Después
de la enfermedad
Fui cruel.
Y todo
lo que pueda
escribir,
toda utopía de religiosidad,
no repara
el instante alto y sostenido
en que la ira
fue mi propósito.
Hoy,
en este día,
devuelto de una enfermedad,
liberado de fiebres e insomnios,
arreglo objetos rotos
acomodo
los papeles
ordeno viejos emprendimientos.
Sin el aire del olvido
afuera hay sol,
y hoy
podré ser bueno
aunque
ya no alcance. Si cada
acto de contrición
es la huella
de una herida abierta,
mi cuerpo,
entonces,
se llenará de afluentes
y de ellos brotará
el quebranto
que ningún círculo
y ningún silencio
podrán callar.
Con una bolsa de piedras
al hombro
cubro mi cuerpo
de cruces y voces
y llevo,
a lo alto de la ciudad,
un poco de aire
algo de fresco rocío
para curar las heridas,
lavarlas,
dejar que los tajos
sigan su curso
espontáneo
y así alejarse
–huir–
como un desposeído
hacia los sitios
inhóspitos
del campo.
Nada podrá borrar el pasado
–todos sabemos
que el pasado
es indestructible–
y, sin embargo,
las palabras nuevas
son también cosas,
pequeñas balsas
adonde estar un rato
adonde tender el cuerpo
y escuchar como Ulises,
amarrado a las velas de un barco,
el canto dulce de la oportunidad.
Madera
Siendo objeto de uso
el cuerpo
quiere retirarse
unos días
al campo
olvidarse
tanto del heroísmo
de Martí
como de las palabras póstumas
que lo han
atrapado.
Ser
menos dócil
con los lenguajes
de cárcel
–responder
preferiría no hacerlo–,
estar en paz
con la única estación
del año
que denominamos
“frágil”,
saber
que no éramos interminables
excepto
la flor rosa
que asoma en el cantero, tocarla,
hacer de ella
la única voz
a la que debí escuchar: ser
esa madera marchita
que ha podido
finalmente
arrojar
un poco de luz
al suelo.
Un
largo sueño
Volver a la lluvia
al rastro del caracol
a las lombrices
subterráneas
que disuelven
las obstrucciones de la tierra
regresar
–como luego de un largo sueño–
a los pequeños deseos del mundo.