Madura, Lomas de Zamora, Sudestada, col. Poesía Sudversiva, 2021.
Aprendizaje
Y me enseñó el jardín:
no siempre basta
darse,
a veces es suficiente contemplar
el suave transcurrir de las estaciones,
ser quien espera
bajo los sauces lentos de la tarde
que la tierra florezca.
Y me enseñé:
no siempre puede una mujer
ser la nutricia,
no siempre puede
ser la horqueta bajo el temblor del limonero,
la mano que sostiene los azahares
y la sombra.
A veces solo queda
rozarse
con el amor que se ofrenda
a los hijos y a las rosas,
quitarse los pastos del corazón,
brindarse
esa ternura única que nunca será todo,
pero es suficiente,
sí,
es suficiente.
La gracia
A mi edad
ya he disculpado
a mis ojos
por la presbicia.
Le he tomado cariño
a mi cuerpo,
esa varita enjuta que sostiene
mis años bien plantados en la tierra.
Puedo reírme de mi fragilidad.
A veces, me quiebro
en pedazos
como una ventana rota,
pero siempre
dejo pasar la luz.
Envejezco,
con la serena gracia
de lo inevitable.
Pero no te perdono, corazón,
que no te incendies.
La carta escondida
Será
que envejecer
es olvidarse
del viejo afán de la sabiduría.
Será
que ahora, cuando ya no busco
los porqué,
entiendo.
Ése es el truco,
la carta escondida en la manga de dios.
Todo
es agua que va,
agua de un río
en el que aprendo a sumergirme
con el goce feroz de las sirenas.
No se aprende a vivir.
Apenas
se acostumbra
el cuerpo
a la suerte de estar vivo.
Será
que ahora, cuando el mundo
empieza a ser pequeño,
comprendo.
No me apuro en vivir.
Llevo los años colgados como perlas
de un collar hermoso.
Y tanto tiempo aún.
Tanto tiempo.
Certeza
Mi hijo salió al patio,
pala en mano,
y cavó un pozo en el rincón
donde el trébol celebra su abundancia.
En la tierra
aún húmeda
de lluvias, las lombrices huían,
suaves, ciegas,
hasta alguna hondura más propicia.
Mis hijas acercaron la ramita
que es mi cerezo hoy,
y la dejaron
en el hueco.
Yo volví hacia la casa a buscar agua,
y giré
para verlos inclinados
hacia el árbol tan frágil, tan pequeño,
los cuatro
con las manos sucias
de tierra. Ataron
el tronco breve a los tutores
con telas de algodón,
y sonrieron,
como cuando eran chiquitos
y cada ritual era una fiesta.
Reverencia
Pienso
en mi espalda que se arquea
como un junco
aún,
sobre las cosas más pequeñas.
Hoy
he honrado
el brote de unas rosas
con los hombros inclinados a la tierra.
Después de todo,
qué otra cosa merece un homenaje
más que lo diminuto:
ese universo
del que vengo
y al que voy.
Mi espalda
y la tensión precisa de sus músculos
le rinde reverencia.
Con mi lápiz de niebla
Escribo
sobre la pared.
Con mi lápiz de niebla
escribo sobre la pared
“los días han empezado a ser eternos”.
Afuera,
el sol se derrama en agua clara
sobre la mansedumbre de los sauces.
Los árboles saben esperar de pie,
me digo.
Yo no sé
donde sembrar mi cuerpo,
en qué rincón del cuarto
arraigarme.
Si pudiera
florecer estas manos
ser
una amapola roja
suave,
vertical.
Escribo.
Escribo sobre la pared
“los días se han vuelto viento”.
Escarabajos
Largo rato anduve por el patio
regadera en mano,
en cada hueco
un poco
de agua jabonosa,
la nuca larga al sol,
mientras febrero apuraba el mediodía.
Luego salí a rastrear el ruido suave
de los escarabajos sobre el pasto,
huyendo de sus nidos,
escapando
del agua y el derrumbe.
Cada uno junté
en un frasquito
para dejarlos después en la vereda.
Lo pequeño nos teme,
susurré,
como si fuera una plegaria.