Yanina Audisio (Buenos Aires), Piedras, papeles, tijeras, Ediciones en danza, Buenos Aires, 2016.
La mar estaba serena
La cima
del mundo será este fuego (donde vuelvo a encontrar tus manos). Los ojos que
pusiste en la noche (silencio y arrullo). Los ojos que pusiste en la puerta que
distanciaba tu cama de mi cama (la casa es grande y es tu otro cuerpo). La cima
del mundo será esta explosión donde podré dejarlos ciegos (la luz mi ofrenda,
el calor mi sacrificio). Llego aquí para estallar y ser algo grande finalmente
(otra partícula del infinito). Todo incendio, todo cielo ensangrentado, como tu
vientre para dormirme (arrullo y arrullo).
Ya vendrá
otra mañana como aquella en que me separaste de tu pecho y me elevaste ante tu
mirada (luz negra, calor blanco) recién nacido y desnudo. Muerta inmensa
omnipresente, recibe lo que seré, otra partícula. La que recogerás sin
paciencia (vuelvo a tus manos), la que bastará para que hagas lo que sabías
hacerme, de nuevo (silencio y silencio).
Casita robada
Habrás
nacido en una tarde amarilla, un rato antes de que un rayo partiera en dos a un
ternero o, mejor, a una perdiz. Seguro había sol y habría tormenta.
Una más de
los que serían diez hermanos. Diez maneras de hacer con un padre déspota y una
madre forzada. Pensar que si la tragedia menor importara a los astros, el día
que la vendieron, tu madre tendría que haber podido escapar, amparada por un
gran diluvio. El día que la compraron como esposa se inició el infortunio, que
sería tuyo y continuaría en mí. Una larga sucesión de gestaciones contrarias al
amor. Qué puede el dominio sobre el agua mansa.
El cariño
de la madre de tu madre no pudo salvar a ésta de ser tu madre, no pudo salvarte
de ser la mía. Qué puede poner la luz sobre el campo listo para quemarse.
Cualquier
hombre es más fuerte, eso aparecía flotando en la merienda, empantanado en el
puré de garbanzos. En la belleza particular que llevabas puesta, en las horas
interminables cuando nadie detuvo las manos del amigo de la familia. Y mi
cuerpo. Qué puede la flor dentro del vaso en las fauces del hogar sobre la
mesa.
Todas
tuvimos la intención de resistir. Y fue fallida. Todas con el mejor vestido y
la mancha de tinta. Esa heredada imposibilidad de frenar el daño. Aunque en
algo triunfó la madre de tu madre. De algún modo se cobró el golpe de tu padre
sobre su rostro. Porque pudiste agitar en tu sangre a esa abuela, y quitarle al
hombre la potestad. A tu progenitor la de elegirte el marido. A tu marido la de
ejercer su paternidad. Siempre seré tuya. Qué puede el barrilete sin el pesado
hilo.
Me soñaste
para continuar la estirpe que te había repudiado. Quizás por eso me reconocías
tal como me negabas. La primera vez que me negaste acababa de salir de tu
útero. La sangre todavía estaba fresca. La enfermera terminaba el turno y no
querías tenerme en tus brazos. Nací oscura como mi padre. Yo no podía ser. Qué
puede engendrar la huida, después del encierro.
Qué puede
el deseo arrinconado, más que la equivocación.
Qué puede
mi lastimadura ante tu pequeña conquista.
Qué puede
inaugurar el paso sobre el borde.
Qué puede
otra tarde amarilla y otra tarde amarilla.
Qué puede
la linterna en la noche blanca.
Escondidas
Una gota a
punto de caer del hielo. Una rama que se golpea contra otra. Un animal llamando
con alguna de las formas del aullido. Las antenas que se mueven. La miga que se cae. Estabas sobre el sillón
desbordando tu propio cuerpo bajo la luz del velador, esperando a alguien que
no vendría porque no lo esperabas. Pero tu cuerpo se abría como la tierra, tu
cuerpo era una selva recién nacida, tu cuerpo ocupaba el aire de la casa hasta
dejar de pertenecerte, hasta ser esa criatura agitada bajo mis ojos, dentro de
mi carne vigía, apenas asomado detrás del muro.
El labio
se me partiría. La turgencia que me atravesaba iría a golpearse contra otras
imágenes, huyendo de ésa. Sin embargo todas las demás, diferentes, más largas,
más breves, más cercanas; las otras estarían siempre rodeadas por esa música.
Tu cuerpo asolado por la luz del velador sin saber que alguien lo miraba,
cuando estabas puesta ahí como la modelo del pintor cuando el pintor se ha
dormido, como la modelo del pintor cuando el pintor ya se ha muerto.