Melisa Mauriño (Buenos Aires, 1985)
El vientre del lobo (un cuento oscuro), Neuquén, Tanta Ceniza Editora, 2020.
Mamá no está
me dejó sola al borde
del agua.
Giro como un pez-niña
no son parásitos internos, adentro
crece un mundo impenetrable
ambiguo sensual, no importa
qué pueda pasarle al cuerpo que traigo
a partir de ahora.
La picazón del sol trepa
la curva del muslo que reluce
entre las horas caídas encima
es verano.
Me quedo quieta
o me muevo como el agua
para los ojos no vistos
detrás de la nuca o las cortinas
el gruñido animal que sostiene
la escena inicial
en el interior de la casa.
Hay una trampa para ratones
en la punta del helado de agua
frutillas en el fondo de la pileta
tan azul, la piel de perla
la suavidad de mi crin al sol.
Bajo en vertical a buscar mis tesoros
las monedas vencidas, aguanto sin aire
las plantas de los pies se arrugan
la costura del sexo enrojece
la frutilla en los labios se abre.
¿Hombre o mujer?
Ninguno.
Sirena, mirada, agujero
niña desalmada.
Cuando estoy por caer
en la boca del lobo otra vez
vuelvo a escuchar la voz de mamá
su risa detrás de la puerta
y la luz hiriente de las monedas
arrojadas sobre la mesa
me ciega, me regresa al vientre.
Yo me repliego en mi carne
embrionaria, carente de historia
y escribo un cuento de los que se atreven
a contar sin pelos en la lengua
lo que no se puede decir
lo que está prohibido.
Solo partimos cuando está perdido
nunca antes
aún sin saberlo
el cuerpo percibe
aunque no estemos preparados todavía
para confrontar o apropiarnos
de algún tipo de fe.
Salí a buscar una respuesta
a la muerte,
ella es la única
pregunta válida, un bumerán.
La abuela está muy enferma
(la abuela ya está muerta)
pero una vez iniciado el viaje
no hay modo de saberlo
o detenerse:
camino con la herida
la otra, invisible
excepto en la pisada, la huella
está torcida.
Encontré a Lucy enterrada
junto al manzano,
su tumba debajo de las flores
el eslabón perdido entre el animal
y la mujer:
soy el animal
que aprende a caminar
en dos patas, como si no estuviera siempre
a punto de caer, trastabillando
evito la mueca de dolor
la muesca en mi carne, porque todo
lo que realmente duele
acontece en el cuerpo.
Alguien me sigue
cuando atravieso cualquier noche
alguien viene detrás
de mí.
Me pongo nerviosa y afilo mis sentidos
giro la cabeza como un búho
360 grados entre el cielo
y el infierno, tengo miedo:
nunca me gustaron las sorpresas.
El bosque está calmo pero alguien
me sigue, pisa mis talones
con sedosa constancia, me apuro
pero mi sombra se proyecta
sobre las flores
que anochecen también detrás de mí.
Mi sombra
es la sombra de un lobo.
Si corro me corre, si camino lento
crece agigantándose y me opaca,
me pide silencio, me amordaza
con su boca en la mía.
Desearía desconocer esa extrañeza
que me divide entre la luz
y el insomnio, la textura amable
de la almohada entre los muslos
el milagro ominoso de no reconocerse
y no saber a ciencia cierta
quién se es.
Alguien me sigue a donde vaya
por mucho que me aleje
viene detrás de mí como una capa
que se alarga en el viento,
no me suelta, no me teme.
Alguien me sigue:
mi sombra
es la sombra de un lobo.