Marcos Silber (CABA), MercadoNegro, El Mono Armado, Buenos Aires, 2017.
Pared por medio
Nebulosa la hablería de una Ella y un Él.
El tono: en clave de rutina hogareña.
Una que otra nota se evapora, no llega.
Luego, silencio y los pasos
camino al recinto soñador
según la rutina de la práctica de uso.
Se supo, el ángel del deseo llamó.
No hubo respuesta y continuó su ruta.
Después, cada uno tomó para sí al otro
según la rutinaria práctica de uso también.
Flota en el aire una sonrisa triunfal,
primitiva, de caverna.
Qué pena -digo para mí- el amor, la hazaña
más rica y viva de la misma vida
no fue invitada y -lo mismo- siguió camino sin más.
Y bueno, el añejo que esto cuenta se dice:
fatal la mudez que se puso y se quedó.
Y se dice también: imperdonable
el amor no atrapado no atendido.
Pobre la tontita esa una Ella.
Pobre el tontito ese uno El.
Naipes
"Remedio para melancólicos"
R. Bradbury
El juego: construir casitas.
Con las cartas. Y sumar en altura
contra la bruja "ley de gravedad"
hasta la sonrisa victoriosa.
El juego: soplarle a la fiesta del derrumbe.
Pero (aquí el pero)
ningún vendaval pudo con las casitas
levantadas con marejada de cemento jovial,
ese, mezcla de nene y esperanza.
Mariposa
Entre los quiebres de mi propio 2x4
apunto: no te cuidé, y te perdí.
Es una mariposa; negra.
Madre o abuela; robusta ella.
Llega y con la voz de la perdida
me habla al oído: "no me cuidaste, dice,
miraste para otro lado, el único,
el de la santa palabra, tu amada inmortal".
El suceso no fue probable, fue.
En cierta ocasión, llorosa, la que perdí
me contó cosas en clave de angustia, y yo
-recuerdo- anclado en la elección de un sustantivo,
nada le tomé, nada.
En otra, llegó hasta mí, exultante,
mensajera de algo bueno, dichoso;
total que yo, cabeza y corazón ocupados,
lidiando con un rebelde remate de verso,
nada le tomé, nada.
Al cabo o mientras el día a día
con marcha a paso redoblado
y con un tiempo fuera del llamado tiempo,
la negra butterflay, intrusa mariposa fiscal, llega
y con la voz de la que perdí
me habla al oído: "no me cuidaste, dice".
Es noche, con silencio de mudo desierto.
La visitante voladora se aleja y retorna
para llegar cerquita, muy, y volver a repetirme:
"no cuidaste de mí".