Carina Sedevich (Villa María, Córdoba), Gibraltar, Dínamo Poético, Córdoba, 2015.
Unas láminas de sarro se desprenden
y golpean las paredes de mi jarra.
Pienso en brillantes filamentos de mica
ocultos en la arena de los ríos.
Pienso en las mangas mojadas
que los poetas chinos
prefieren nombrar para no hablar
de sus lágrimas.
Voy a nadar y cae la tarde.
Pienso en las lámparas
que penden sobre el agua
y que en la calle, los faros,
platearán los árboles
después.
Todo está lejos
y lo que escriba no será muy bueno.
Pero persisten estas luces
entrañables.
¿Por qué?
*
Me sumerjo en el agua y rezo: “agua”.
Permite, Señor, que sean mis vísceras
aquellas que aprendan a rezar.
Dispongo una manta a los pies de la cama.
El fulgor de la luna en la ventana
se disipa cuando cierro los postigos.
Escucho a mi gata mientras bebe
de una taza olvidada en la cocina.
La noche entre las dos es agua dulce.
El corazón no se recoge ni desborda.
Comprendo que la soledad, como el amor,
trascurre mejor para un espíritu austero.
Mi hijo llama por la madrugada desde Gibraltar
donde hay mucha bruma sobre el mar, me dice.
Aquí se escuchan los teros sobre el campo.
El eco de la bomba de mi corazón
podría percibirse con las manos.
Quizás como una soga áspera y mojada
bajando la roldana de un aljibe.
¿Es posible el frío que sube desde el agua?
Tal vez el frío, hijo, nos perviva.