lunes, 27 de julio de 2015

Luis Bacigalupo





Luis Bacigalupo (CABA), Mixtión, El jardín de las delicias, Buenos Aires, 2014.
























Rutina 

Por las mañanas de invierno
hurgo en la bacía de porcelana gris
las frías tripas del pollo. 


Consérvolas como mi más preciado tesoro
el que a su vez uso a guisa de collar
para pasear el perro. 


Las sobo con delicada disposición con mis dedos tibios,
recién despiertos. 


No me gusta que se me escurra la vida así nomás. 


Son vísceras de una exquisita sinuosidad;
más endemoniadas que un río de várices,
como esos meandros que recorren las carnes
de una maestra de escuela o
de una poesía nacional. 


El curso de la vida avanza por mis dedos.
Tengo frío y hambre y mi perro –que no es menos
que un poeta nacional– me solicita lo saque a paseo
de una buena vez. 


Aguarda un instante perrito obsceno,
es duro lidiar con el nudo de la corbata a estas horas del día.
Deja ya tus extravagantes cadencias y... ¡a la cucha pues!
Es tan duro así lidiar. 











Islas son pequeñas 

Extensivo manto. Fuera,
en la marea,
lejos del luminoso seno.
Al huir.
Intensidad que arrastra
copiosas tierras fluctuantes.
La amenaza
de esperar sus aguas
lejos de aquí.
Allí:
contra la piedra
la espuma, la ilusión
quizás también rompan. 











Nada más existía 

En un principio
Tú estabas allí
Comiendo nueces.
Yo, del otro lado, con los
Ojos privados de visión
Mascaba una ramita de laurel.
El murmullo del arroyo adormecía
La gramilla. Entonces,
Nada más existía
Entre nosotros dos. 










En un principio, los nísperos 

También, en un principio
Tú estabas allí.
La primavera sucedió
Al verano, extrañamente;
El murmullo del arroyo
Luego adormecería
La gramilla.
Claro que los nísperos
Y esa ramita de laurel. Nada más.
Nada más que la existencia
Entre nosotros dos.











Cierta mañana 

Salí a comprar pescado fresco:
nada como esa carne pálida que se deshace
en la roja aspereza del paladar. 


Salí con todo el tiempo encima y por delante.
La calle húmeda,
el cielo disuelto en los charcos. 


Los evitaba, como se evita el verdadero amor. 


Por la recta corriente penetrando
los perfumes del día avanzaba
rumbo al futuro de la calle. 


Era de nuestro agrado desmenuzar
la carne pálida con parsimonia,
prolongándonos ambos en uno y delectándonos,
con lengua y paladar,
como si el mar nos fuera propio y el nadar
facultad mayor. 


Lejos estaba el puesto de pescados.
Más lejos aún el mar entornaba sus puertas
pero no impulsaba la corriente otra humanidad
que mis pasos,
elusivos y sin nunca llegar
antes de que arreciara el temporal. 


Flotaba mi conciencia entre el puesto y el mar
como una mosca en un desconcierto oceánico. 


Y eludiendo uno a uno los charcos
para que al fin pudiese así disolverse
en la roja aspereza del paladar, Aurora,
tal vez hoy o, tempranamente mañana
por la mañana. 


Pero nunca es lo bastante fresco,
llegue antes de salir, Alba de regreso,
pronto acaso hieda.