Carolina Musa (Rosario, 1975)
La soberana idiotez, Rosario, Brumana, 2021.
La ventana
Los horneros que construyeron el nido
sobre el tanque de agua
seguramente ignoran
cuántas generaciones de pájaros
siguen criándose ahí y seguramente
quien haya colgado la bandera
en ese cuarto ignora
el zarandeo multicolor sobre la pared del edificio
cada vez que enciende la luz.
Qué suerte –pienso– qué suerte
este palco mío caprichoso
donde apilo las variaciones mínimas
que se deslizan delante y detrás de los ojos
yo también soy el paisaje que envejece
la conciencia del tiempo
el escarabajito dado vuelta
ahhhhhhhhhhhhhh Antes
estos hallazgos me hacían mal.
Ahora los dejo pasar
como vehículos que se adelantan en la ruta
por la izquierda, o de frente: dos luces
se acercan y se agrandan
hasta convertirse en un sonido
que roza la ventanilla
desvaneciéndose al instante
¿y podrías asegurar qué clase de vehículo
fue?
Milonga sentimental*
Qué milagro vas a hacer ahora
pregunta una chica a un chico
a mis espaldas
mientras desayunamos
en un bar, y en la voz
no hay sarcasmo
admiración sería más indicado
admiración apenas entrevista
–según infiero por la charla–
anoche y en lo que va de la mañana
¿Cuánto podría durar?
Al señor Darcy seguro le bastaba
declaración semejante: «Usted
me ha hechizado en cuerpo y alma»
hubiera confesado algo así
tomando la mano de miss Bennet
en un campo sembrado de amapolas
bajo un sol parco de invierno (ella
es obvio eligió las cintas del vestido
con la debida anticipación)
Anoto esta retahíla de gansadas en una servilleta
como quien hace tiempo entre dos trámites
un poco por aburrimiento, otro
por la tentación de torear los principios deslizados secamente
en un fenómeno taller de poesía
y casi diría que lo logro
ajá ajáaa el amoooor
pero el viejo patriarca objetivista
disfrazado de reportero en el televisor
me chasquea los dedos, anuncia
la congestión de tránsito
entre San Lorenzo y Puerto San Martín
Cínico el letrero en la pantalla indica:
Colapsó el puente Homero Manzi.
* Milonga sentimental es una milonga compuesta por Sebastián Piana en 1931, con letra del poeta Homero Manzi. La famosa versión de Carlos Gardel fue grabada en 1933.
Open mind
En un rincón de la cocina
a la izquierda de la puerta, colgado en la pared
un reloj redondo blanco (insondable
regalo de una tía) está parado hace meses
en las 8 y 45.
Más abajo, sobre la pequeña repisa
que rescatamos de la calle
un gato chino de la suerte
lleva varias semanas con el brazo quietito.
Los dos objetos
se han quedado sin pilas.
El feng shui recomienda (según he leído
en el apartado “tips tops” de una revista)
imperioso ocuparse de estos menesteres
“que paralizan toda gestación”. No obstante
lo que podría considerarse el súmmum de la dejadez
habilitó en la casa un rincón quieto
(que así lo nombro)
donde a veces corrijo unos textos
y donde acabo de mandar a mi hijo adolescente
a reflexionar.
Y hoy, viendo el problema
en su contexto estrictamente metafísico
me pregunto cómo hemos vivido siete años
sin sospechar la existencia de este espacio
aletargado reflexivo soliloquial meditabundo zen.
Así las cosas,
como una maniática de la aceptación universal
–con la coartada perfecta
para adormecer al pajarito de la nuca
que sugiere a diario comprar pilas–
me acomodo en el rincón lápiz en mano
plenamente dispuesta y
con la solemnidad del caso
te recibo, parálisis.
Las cosas
A la siesta andábamos como fantasmas
en silencio, en bombacha, en puntas de pie.
Aunque no había represalias por el ruido
era una tradición
a medias apurada por el infierno del patio.
Mi hermana leía.
Yo pasaba horas sobre el cerámico fresco
jugando con una balanza:
dos platillos de plástico
y cinco pequeñas pesas grises.
Pesaba los objetos de la casa,
las muñecas, los adornos, los libros
algunas piedras y flores
que arrancaba del patio, la ropa,
las uñas de mi propia mano pesé.
Era cada vez una maravilla
pero no exactamente
la medida en gramos de las cosas sino
su relatividad, las relaciones fortuitas
de esos datos más o menos duros
4 medias=1 llave
1 birome=21 cartas
¿Qué es mayor o menor que qué?
la raqueta y la pava
los lentes y el pescado de cerámica
los libros ¿cuál libro?
La fascinación de ese acto
mecánico, cada vez
la soberana idiotez revelada en unas reglas
que aseguraban disponer el orden de las cosas.
“Estate atenta” dice el mensaje
que la de entonces, toda intuición,
me envió a través del tiempo
en una cápsula cromada.
Contramano
El bebé sobre mis hombros
señala hacia la izquierda
mi amiga levanta la cabeza
para atender su reclamo
yo miro hacia adelante
tres personajes en tres mundos
una foto tomada al azar, puro movimiento,
al fondo dos globos revelan el cumpleaños
y la señal de tránsito colgada en la pared
mueve la memoria hacia el patio de tierra
donde brotaban unas campanillas salvajes.
Me gustaba mucho ese cartel
rojo, austero, solo un guion blanco en el medio
con la inscripción CONTRAMANO
que repito en voz alta
y el sonido –se ve–
expulsa de su recóndito intersticio
al sueño que me despertó esta madrugada
y luego olvidé: Era un dinosaurio
herbívoro, cuello largo, un diplodocus
subido en una grúa petrolera en alta mar
exactamente sobre el brazo metálico
que extrae día y noche esa maldita bilis negra
¿qué hace ahí? Yo lo observo incrédula desde lejos
y la premonición, sine qua non, se cumple:
el dinosaurio vence el peso del brazo metálico,
el océano se traga
completa la escenografía surrealista
y no provoca un tsunami sino
un oleaje tierno, espuma blanca
desde donde viene una ballena franca austral
mirándome con su ojo-pelota
una revelación hay ¡ay!
en la hondura transparente de su ojo
¿un ensueño lejano y frío? ¿una promesa?
Afortunadamente soy incapaz de descifrar
los sonidos leves que agitaron el aire
y lo que sea que haya insinuado el cetáceo
sigue ahí, alegre, ingobernable,
hamacándose en el humo del café.
Intríngulis chiribitíngulis
Las palabras mágicas
caen livianas mientras te acomodás los ojos
debajo de los lentes. Busco y no encuentro
argumentos razonables en contra de tu idea
de suicidio: preferiría que no,
que fuéramos las dos viejitas del cuento
tomando sidra a la sombra de una parra
discutiendo una tontería por costumbre
brindando por los días aciagos en que ibas a
tirarte bajo un tren. Fumamos
y el humo va a parar a la mesa contigua
donde un gordito le pregunta a la madre
si en inglés es lo mismo with que witch.
Claramente alrededor la escena es una cacería de brujas:
la plaza a oscuras, el camión de mudanzas,
los polis tomando coca un poco más allá ¿lo ves?
no son argumentos son cábalas, intuiciones
para atrapar los cascarudos que se te escapan de la boca
estoy comiéndolos
y vomitándolos
por una simple razón:
que no te muerdan esos bichos tontos
siempre dispuestos a inmolarse panza arriba. Además,
¿no se pasa de lindo este asqueroso mundo?