Lidia Rocha (CABA), Así la vida de nuestra primavera, La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2016.
durar tan brevemente
te
quedaste, alma, como en blanco
colgada
de un sonido del aire
contra un
tejido vegetal
si
volvieras al cuerpo
y el
cuerpo al viaje
cruzaría
por el ojo de la aguja
el hilo
en suspenso
de la
vida
ausente,
el corazón
ardía en
oscuro
tus manos queman fuerte, sobre todo
esta tarde en que el frío aprieta
y me queda el calor de tus dedos
en la garganta
eras
un envite del sol fuera de época
hilabas
tu piel para los pobres
yo
volvía al mundo,
quieta la cabeza
sobre tu pecho
un cuerpo que se cierne y busca
la vida que le das
ahora
que de
tanto ver y ver el mismo paisaje
la
ventana se te ha desdibujado
¿dónde
estabas?
¿es real
esa casa de donde no saliste?
¿verdad
el caserío?
la tarde
te vuelve silenciosa
invisible,
si no fuera por el ojo
y la
pantalla
un animal
que habla todavía.
y si me obstino así, te escribo
éste es el solo modo del abrazo
la única manera
de tocarte
no era
más que un gato
abrigado
en el fuego
de la
siesta
un animal
minúsculo
negándose
a
regresar humano
cuando la
tarde se perdía
en
recuerdo
tedio de
sombra
o
pensamiento triste
el viaje en que nos vimos
ojo a ojo veníamos de nada
como metidos en los propios huesos
y quemándonos
de demasiado
el cielo te dañaba la pupila
cerrado el párpado al daño de la tarde
y yo veía el alma silenciosa
viajar hacia tus ojos y mirarme
y hacer canción del día
hubiéramos
soñado un mundo
un poco
menos cruel
pero
cansados de la tarde
no
queríamos salir de casa
ni cazar
soldados, mariposas
y menos
niños
lo
dejamos así, a su suerte,
por pura
somnolencia
en otras
manos
y caigo
empujada por tu pulso
abriendo paciente
la hendidura de vida
el día se
pierde
en
explicaciones, horas
mal
empeñadas en no dejar que pase
la
sangre, la tinta, el dedo
sobre los
muebles
de caoba
rojiza donde sueña
un animal
en sus esporas
el tan
breve durar
ese
fueguito
en el
silencio fractal del universo
Dulcísimo
Sembrabas para mí semillas secretas
Yo, sin gracia, te confundía
con el delirio y los ensueños.
Como un dios condescendiente
preguntabas.
Ciega, torpe, yo respondía
al desgaire, como si apenas pudiera
despegar mis ojos de las páginas.
De tan hermoso te hacías transparente.
Allí las horas
se contaban en letras.
Te abrí las puertas de mi casa
como quien atiende un llamado equivocado:
“no señor, es el número, pero no soy la persona
que usted busca, se lo habrán dado mal”.
Claro de luna
sólo la luz de la pantalla y
las antenas con sus guiños rojos.
La hora se volvió sobre sí misma
instante concentrado
del así era antes y así será después.
Al traspasar la línea
que separa mi voz de mi silencio
partiste en dos las aguas de los días
como un barco
y te estiraste sobre el horizonte
para marcar mi cuerpo con tu diente.
La noche pierde su virginidad de arena.
Un avión encamina sus luces hacia el río.
Cada ventana se hace isla de tu abrazo.
Un relámpago de fe arde desde tus dedos
donde lengua es verano detenido.
¿Cómo regresaré
después de esta estampida de palabras?
Atónita asisto a tu maestría.
Límbica, como un animal de la prehistoria,
¿Cuándo era antes?
¿Dónde comienza?
Cisne, lluvia de oro,
no sé por qué a mí,
la de los libros
tan displicente
tan resguardada
por qué para mí
se dice este lenguaje de milagro.
Caen las horas como manzanas
puro jugo de dios.
El cielo a veces nos convida una vuelta,
semillas no previstas.
Menhires
No habrá
ensueño eterno
lazos de
la memoria
sino
destino en la ceniza.
El fuego
a la madera
desata el
aliento de los dioses
demorado
en la
raíz del bosque
para que
el alma siga
el rumbo
ascendente
de las piedras
La tierra y las cosechas
Crecí de
frente a una tierra
de
cosecha.
Pródiga,
sus hijos no la aman
sólo la
poseen o la abandonan
fácilmente
Hijos de
una misma madre
hablan
lenguas distintas:
unos
escuchan las voces
de
ciudades remotas
otros no
perciben
el espejo
solar del girasol
sus pesadas semillas
que se inclinan a la hora de Pan
cuentan
en dinero la carne de sus pétalos