viernes, 23 de septiembre de 2016

Lidia Rocha


Lidia Rocha (CABA), Así la vida de nuestra primavera,  La Mariposa y la Iguana, Buenos Aires, 2016.
























durar tan brevemente


te quedaste, alma, como en blanco
colgada de un sonido del aire
contra un tejido vegetal

si volvieras al cuerpo
y el cuerpo al viaje
cruzaría por el ojo de la aguja
el hilo en suspenso
de la vida

ausente, el corazón
ardía en oscuro

tus manos queman fuerte, sobre todo
esta tarde en que el frío aprieta
y me queda el calor de tus dedos
en la garganta
eras
un envite del sol fuera de época
hilabas
tu piel para los pobres
yo
volvía al mundo,
quieta la cabeza
sobre tu pecho
un cuerpo que se cierne y busca
la vida que le das

ahora
que de tanto ver y ver el mismo paisaje
la ventana se te ha desdibujado
¿dónde estabas?
¿es real esa casa de donde no saliste?
¿verdad el caserío?
la tarde te vuelve silenciosa
invisible, si no fuera por el ojo
y la pantalla
un animal que habla todavía.

y si me obstino así, te escribo
éste es el solo modo del abrazo
la única manera
de tocarte

no era más que un gato
abrigado en el fuego
de la siesta
un animal minúsculo
negándose
a regresar humano
cuando la tarde se perdía
en recuerdo
tedio de sombra
o pensamiento triste

el viaje en que nos vimos
ojo a ojo veníamos de nada
como metidos en los propios huesos
y quemándonos
de demasiado
el cielo te dañaba la pupila
cerrado el párpado al daño de la tarde
y yo veía el alma silenciosa
viajar hacia tus ojos y mirarme
y hacer canción del día

hubiéramos soñado un mundo
un poco menos cruel
pero cansados de la tarde
no queríamos salir de casa
ni cazar soldados, mariposas
y menos niños
lo dejamos así, a su suerte,
por pura somnolencia
en otras manos

y caigo
empujada por tu pulso
abriendo paciente
la hendidura de vida

el día se pierde
en explicaciones, horas
mal empeñadas en no dejar que pase
la sangre, la tinta, el dedo
sobre los muebles
de caoba rojiza donde sueña
un animal en sus esporas
el tan breve durar
ese fueguito
en el silencio fractal del universo















Dulcísimo


Sembrabas para mí semillas secretas
Yo, sin gracia, te confundía
con el delirio y los ensueños.

Como un dios condescendiente
preguntabas.
Ciega, torpe, yo respondía
al desgaire, como si apenas pudiera
despegar mis ojos de las páginas.
De tan hermoso te hacías transparente.

Allí las horas
se contaban en letras.

Te abrí las puertas de mi casa
como quien atiende un llamado equivocado:
“no señor, es el número, pero no soy la persona
que usted busca, se lo habrán dado mal”.

Claro de luna
sólo la luz de la pantalla y
las antenas con sus guiños rojos.

La hora se volvió sobre sí misma
instante concentrado
del así era antes y así será después.

Al traspasar la línea
que separa mi voz de mi silencio
partiste en dos las aguas de los días
como un barco
y te estiraste sobre el horizonte
para marcar mi cuerpo con tu diente.

La noche pierde su virginidad de arena.
Un avión encamina sus luces hacia el río.
Cada ventana se hace isla de tu abrazo.
Un relámpago de fe arde desde tus dedos
donde lengua es verano detenido.

¿Cómo regresaré
después de esta estampida de palabras?
Atónita asisto a tu maestría.
Límbica, como un animal de la prehistoria,
¿Cuándo era antes?
¿Dónde comienza?

Cisne, lluvia de oro,
no sé por qué a mí,
la de los libros
tan displicente
tan resguardada
por qué para mí
se dice este lenguaje de milagro.

Caen las horas como manzanas
puro jugo de dios.

El cielo a veces nos convida una vuelta,
semillas no previstas.












Menhires


No habrá ensueño eterno
lazos de la memoria
sino destino en la ceniza.

El fuego a la madera
desata el aliento de los dioses
demorado
en la raíz del bosque

para que el alma siga
el rumbo ascendente
de las piedras












La tierra y las cosechas


Crecí de frente a una tierra
de cosecha.
Pródiga, sus hijos no la aman
sólo la poseen o la abandonan
fácilmente
Hijos de una misma madre
hablan lenguas distintas:

unos escuchan las voces
de ciudades remotas

otros no perciben
el espejo solar del girasol
sus pesadas semillas
que se inclinan a la hora de Pan

cuentan en dinero la carne de sus pétalos