viernes, 15 de julio de 2016

Julia Magistratti



María Julia Magistratti (CABA), Pueblo, imagen de tapa de Sebastián Miquel, La Gran Nilson, Buenos Aires, 2016.

Colaboración de Javier Saleh. 


















El eclipse

Con un carbón te pintaste la cara
y tomaste el camino al espejo.
Alguien gritó “vengan a ver el eclipse”
y te quedaste alzada en tus propios brazos. Inmensa de tan triste.
Primitiva de la naturaleza.

Una madre apuró un pañuelo por si alguien decidía llorar.

-Lo que le sucede al planeta, nos sucede.
Lo has sentido cuando remontaste un barrilete
o bebiste con sed de un canal en el Perú-

Ya puedes volver a todos los espejos,
dejar piedras en los caminos
para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo,

o criar a tu conejo de la suerte
afinar los pastos
encontrar tu trébol.

Siempre llega el eclipse cuando están las madres cerca.
Y su secuela
en la costura recién abandonada, seguirá en los años,
comiéndote los ojos.

El agua que chifla sola hirviendo en la cocina;
el gusano del durazno sumergido en su placenta;
el huevo que siempre cae cuando hay un eclipse.

Mi madre es la que gritó, con la blusa a medio prender, y
el cuello extendido al cielo.
Alguien había dejado un libro sin señalar, otro la taza por la mitad
y una sábana mojada.
Y yo no caía en cuenta.

A la hora del eclipse, mi madre
era una niña olvidadiza, tremenda de sol,
que yo taparía con tierra.












Tormentas

Alguien suelta los alguaciles
y prueba la explosión  de los animales sobre parabrisas.
Tendrás que apurarte.
Hay tormentas que te seguirán corriendo de día en día
como una sombra.
Una vez oídas, tus células reaccionarán ante los mares
y a esos lagos que se incorporaron a tu tristeza como una saladura.

A la primera gota, salen los dados del cubilete
y las viejas cierran la canasta impura
antes que la lluvia se lleve el pozo
- cada casa en las noches de tormenta queda hueca -

Hay rayos que caen antes de llegar a tierra y son para siempre.

Nos quedamos quietos
como si hubiéramos odiado mucho.













Cementerio

Hay tres tumbas en el cementerio de mi pueblo.
Y se le van a marchitar las flores.

Sin raíces ocupo los floreros de bronce,
ardo en sol de losa
y veo
a los que están entrando y saliendo
como hongos del planeta
muertos que llueven muertos

y es gástrica la tierra
gasta leche, frutas, piedras
de naturaleza aérea.

El olor que sale de mí
son todos los perfumes
retirándose del mundo.

Lo que va a vivir
hay que arrojárselo primero
a los muertos.












 Youth

Mi padre me ha enseñado a morir joven,
es como haber tenido varicela
una vez:
              no vuelve a repetirse.

Pero regresemos a la vida, a los tapiales que trepamos, lo bueno
que tiene todavía es que
siempre hay un sitio con agua
para mojar las rodillas sangrando
por los vidrios de las botellas rotas
que ahuyentan a los gatos de las casas.

La vida construye sus infiernos.
Hace hombres que odian
enredaderas,
colibríes cardíacos,
pasiones que llegan a viejas con el tronco seco.
Y conserva fotos que no querríamos volver a ver,
como la de cuando teníamos cuatro años,
y el padre no está ni dentro ni fuera del cuadro
porque nos enseñaba a morir jóvenes.












 La noche

Adentro de la noche están todas las noches del mundo
y las puertas que atravesaste con la mente.
Adentro está la noche blanca en Laos, todavía;
los meteoros en Bohol, Filipinas
las promesas que nunca tocan tierra
sus delicados pedazos solos
girando hacia adelante y atrás
como un astro suelto en el aire.

Las manzanas, los suspiros, lo entredicho,
los colibríes, los dientes.
Mirar el lucero.
Todo está adentro de la noche
y a merced del despojo.

Cuando te miran es el encierro.
Cuando te llaman es la sospecha.

Todas son preguntas. Lo que tocás es una pregunta.
Lo que ves, una pregunta que recarga los objetos.
Y cada tanto hogueritas, puentes, núcleos
agujeros
y adentro
vos y yo en todas las épocas.

Es así el oficio de sobrevivientes.

Adentro de la noche está la noche y están todas las palabras,
todas las vacas que comimos,
un pájaro en el aire, la cabeza parda
de un niño nacido.
Todas las cosas mareadas,
el incontenible burbujeo de los desesperados
las manos pidiendo,
los muertos baldíos,
vos y yo
corridos por humores,
acumulando sangre, durmiendo genes
aturdidos
amaestrados
solos.
Vos y yo en todas las épocas.

Es el mundo viejo rascándose la úlcera.
La temperatura de todos los partos.
Una hormiga sucediendo entre tréboles.
Un trozo de pan.
Un grillo.
Un país.

Casi que desaparecemos ya.
Carnívoros, espaciales.
Vos y yo.

Despedite del celo.
Armá tu misa.
Secá los secretos que una vez guardaste.
Despistá la vida que embiste ahora como un océano
a tu alrededor.

Lámpara sola, escapá.

Puerta del universo, abrite.