Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
lunes, 21 de diciembre de 2015
Carina Sedevich
Carina Sedevich (Santa Fe/Córdoba), Klimt, Club Hem, La Plata, 2015.
Canción de cuna
Escuché los latidos en el vientre de mi hermana.
Fueron corcheas, apenas: do, do, do.
Afuera ya se dormían los tordos entre los álamos.
Dormía el calor de mayo. Pero nuestra sangre no.
Un silencio rodó lento, como ruedan los destinos.
Rodó como rueda un canto: sol, sol, sol.
Los chinos saben matar un pez
con varas de bambú
en la garganta.
El pez no cierra los ojos
ni se aquieta
mientras desprenden
sus escamas.
Los chinos saben
de las emociones
que estanca la muerte
en cada víspera.
*
Deseo a veces
la suerte de los peces.
Algún destino útil,
de alimento.
Ya lo he comprendido,
sin embargo:
hay veneno también
en mi deseo.
Acuarela
Hay un ardor brevísimo, fatuo,
ante la pena.
La gota de vino se desliza,
enturbia el cristal.
Luego se seca.
De agua son los frutos
del invierno.
De agua
son los años por venir.
jueves, 17 de diciembre de 2015
Alicia Silva Rey
Alicia Silva Rey (Quilmes/Mar del Plata, Buenos Aires), Orillos, Barnacle, Buenos Aires, 2015.
Hacia
I
Siempre ha
de estar fresco, aquí,
en la
corriente creada
por la
abertura de dos puertas
que dan al
sur, al norte.
Cierta
húmeda frescura,
y la más
lenta espera.
II
Nos reúne,
nos alimenta, nos separa.
Reunir.
Alimentar.
Separar.
Acerca
lámparas a merced de una lluvia
que se
desencadena
a la luz
de esas lámparas.
También
nos amenaza con la luz,
que nos
quita, con la sed,
que nos
quita.
III
Nos reúne,
nos olvida.
Doy cuenta
de que olvida.
Tocarla.
IV
De su
abandono nos extrae la infancia
que sus
lámparas crean.
No la
toques.
V
Algo
hinchada, desnuda, limpia
aún en el
agua viscosa.
Cálida.
Indivisa.
Compuesta
al infinito, quién sabe,
un cuerpo,
un pensamiento.
VI
Un lugar
otro, un amor
otro: sólo
alcanzable
como idea.
[...]
lunes, 7 de diciembre de 2015
Mario Arteca
Mario Arteca (La Plata, Buenos Aires), Noticias de la belle époque, Club Hem, La Plata, 2015.
Noticias de la belle époque
Donde se cierra una puerta no siempre
se abre otra. Estos axiomas nunca funcionan
con certeza, pero cierta gente termina
haciéndoles caso. Anotan la doble oración
en una libreta, repasan la amenaza, absorben
la alegría de mostrarse fuera de límites.
En verdad, se trataba de un portón mal cerrado
un viejo garaje desde donde aún puede
olerse la densidad de un grupo de jóvenes
en su intento de darle nombre a una banda
de rock. El mundo se parecía y mucho
a este vapor caliente que atraviesa la ciudad;
los árboles apenas recortados por una bruma
venida de antiguos canales de riego, y donde
las estructuras parecieran formas ebrias,
ahora dispuestas como cáscaras de edificios
a medio deshacer, tras el choque entre
la imagen de la nueva fundación y la raíz
cuadrada de la antigua modernidad. Alguna
vez, la idea de usurpación pareció una fuente
propicia de materia prima, y por eso mismo
un grupo de talentos en vía de desarrollo
pertenece a un hormiguero que no se somete
a ninguna ley ni se deja planificar, y así
volverán a triunfar sobre una humanidad
oscura, e impenetrable. Los cambios
llegaron demasiado rápido. Ya los vecinos
no preguntan por la contaminación sonora,
y siquiera se muestran interesados
por los horarios de ensayo. Plantado
el fresno, ya sobrepasó el garaje; ahora
es sencillo pasar una aguja por un camello,
mientras el desierto interrumpe cualquier
trabajo esclavo. Pensabas que un árbol
jamás crecería a tu ritmo. No hay asunto
que no pueda sobrestimarse. Bien, los poemas
siempre vienen de otro mundo, y nadie
está preparado para ignorarlos, como si
amasáramos un sonido mixto, una estación
perenne, la puesta a punto de un instrumento
cuya sensación participa del abandono
repentino. Cerrá la puerta, porque todo cambió.
Las iglesias dieron un vuelco, y ahora son
depósitos de aire fresco. Los garajes
fueron arrancados de una lista de nombres
propios. Ya nadie toca música en ellos.
Mi respiración, y el aire que se fuga,
no parten de la misma novedad.
Estamos en una edad donde la memoria pierde terreno
contra ciertos objetos cotidianos
No suponía una empresa imposible: enseñar
el paraguas, y sostener la inercia de abrirlo.
Dos movimientos: uno, de izquierda a derecha,
símil parabrisas de tela de avión, procedencia
china, pronto a pasar a manos ajenas después
de un seguro y muy anunciado descuido.
Lo de siempre, la cabeza en tu cuerpo
y la realidad fuera de él. El otro gesto,
de arriba hacia abajo, interviene desde
un código referido a coordenadas
de un portaviones yanqui, época dorada
donde los sábados a la tarde el consumo
de films era proporcional al calor de una
frazada con que nos envolvíamos alrededor
de la mesa de la cocina, un refugio cuyo
antecedente nadie se atreve a remontar.
Y mirábamos películas. En otra vida,
estos Arteca fueron manada de carpinchos,
o bien simples noticias donde anunciaran
la matanza de 25 jabalíes, vertidos más tarde
al escabeche. Comida rápida para seres ávidos.
Comida y negación por la ausencia de espacio
en un frasco macerado al escabeche.
¿Qué clase de principios regían tu vigilancia?
¿Y qué significa esa pregunta cuando responder
lleva el peso específico del propio sintagma?
No me fugo de la discusión por temor a recibir
descargas por la espalda. Es ley no escrita.
No ocurrió nada, querido zángano, mi apreciado
bacilo de Koch, y nada, nada ocurrió; serás
como aquellas criaturas que abandonan
el período de prueba. En otra vida, estos
Arteca serán frasquitos elaborados por fábricas
recuperadas de embutidos, o carne de selección.
Pero ¿quién asegura que una nueva existencia
fuese todo lo consciente y orgánica como
la nuestra? Tal vez, seamos esos paraguas
a los que intentamos darle cierto lenguaje.
Hablemos por ellos, igual que traductores
de objetos. En fin, la mera expresión
de un presente. Pero darle voz a los que
no la tienen, y el paso de un polo a otro,
¿no era por definición la línea de llegada?
sábado, 5 de diciembre de 2015
Carlos Battilana
Carlos Battilana (Corrientes/Buenos Aires), Un western del frío, Viajero Insomne, Buenos Aires, 2015.
Hogueras
y frutos
Sería capaz
de atravesar
el vidrio
de esta ventana
para recostarme
durante cuatro días
y cuatro noches
en la tierra,
para recordarme
los hechos
que pertenecen
a un tiempo
en que no fue posible
el sosiego.
Ahora
con la voluntad intacta,
voy a pensar,
otra vez,
en hogueras y frutos
voy a buscar
algo ajeno
a la abstracción.
Tocar, ver
la superficie
áspera
de las cosas
acaso
sea acompañar al mundo
y también
despedirse
de las horas
sin la carga
que los dioses
o el destino
les han asignado.
Si el destino
existe
voy a tomar con amoroso
cuidado
los racimos de uvas
que están
en la mesa
de la cocina
y hablaré
antes de cualquier acto
diré
quizás escriba
“¿cómo aman los que pasan los días
sin
la espesa conciencia
de la aflicción?”
Dura el quebranto
–aquí,
ahora–
y como si fuera una escultura
o un jarrón,
lo toco
lo hago viejo
me vuelvo creyente
camino
despaciosamente
por la liviana
extensión
del día.
Después
de la enfermedad
Fui cruel.
Y todo
lo que pueda
escribir,
toda utopía de religiosidad,
no repara
el instante alto y sostenido
en que la ira
fue mi propósito.
Hoy,
en este día,
devuelto de una enfermedad,
liberado de fiebres e insomnios,
arreglo objetos rotos
acomodo
los papeles
ordeno viejos emprendimientos.
Sin el aire del olvido
afuera hay sol,
y hoy
podré ser bueno
aunque
ya no alcance. Si cada
acto de contrición
es la huella
de una herida abierta,
mi cuerpo,
entonces,
se llenará de afluentes
y de ellos brotará
el quebranto
que ningún círculo
y ningún silencio
podrán callar.
Con una bolsa de piedras
al hombro
cubro mi cuerpo
de cruces y voces
y llevo,
a lo alto de la ciudad,
un poco de aire
algo de fresco rocío
para curar las heridas,
lavarlas,
dejar que los tajos
sigan su curso
espontáneo
y así alejarse
–huir–
como un desposeído
hacia los sitios
inhóspitos
del campo.
Nada podrá borrar el pasado
–todos sabemos
que el pasado
es indestructible–
y, sin embargo,
las palabras nuevas
son también cosas,
pequeñas balsas
adonde estar un rato
adonde tender el cuerpo
y escuchar como Ulises,
amarrado a las velas de un barco,
el canto dulce de la oportunidad.
Madera
Siendo objeto de uso
el cuerpo
quiere retirarse
unos días
al campo
olvidarse
tanto del heroísmo
de Martí
como de las palabras póstumas
que lo han
atrapado.
Ser
menos dócil
con los lenguajes
de cárcel
–responder
preferiría no hacerlo–,
estar en paz
con la única estación
del año
que denominamos
“frágil”,
saber
que no éramos interminables
excepto
la flor rosa
que asoma en el cantero, tocarla,
hacer de ella
la única voz
a la que debí escuchar: ser
esa madera marchita
que ha podido
finalmente
arrojar
un poco de luz
al suelo.
Un
largo sueño
Volver a la lluvia
al rastro del caracol
a las lombrices
subterráneas
que disuelven
las obstrucciones de la tierra
regresar
–como luego de un largo sueño–
a los pequeños deseos del mundo.
jueves, 3 de diciembre de 2015
Martín Moureu
Martín Moureu (Ayacucho, Buenos Aires), Sin tácticas (II), Municipalidad de Las Flores, Dirección de Cultura, 2015.
Nacimiento del agua
Sin motivo aparente se interrumpe
la trasmisión satelital dejando
un fondo lluvioso de pantalla.
Otra vez un documental de ballenas
que no termina como uno quisiera.
Una respuesta, acaso, observe
desde la repisa. Agua: anunciaba
la virgencita que muda de color
según el clima. ¿Quién podría
rechazar esa verdad revelada? Por
lo pronto, habrá que, definiendo
un contorno de situación, resignarse
a una noche sin tele, no queda otra,
recalentar los fideos a baño maría.
Más que acostarte en la cama esa,
herencia de mamá, placentera, te
debiera afectar de modo semejante
a la gravitación del mar cuando
dormimos a dos cuadras de la playa.
Agua: medio vaso aliado del celular:
alarma activada. A propósito, ponés
la radio sin sintonizar ninguna
estación, sumergiéndote en esa
lluvia finita que te hace dormir.
Como las ballenas, la realidad muere
aplastada por su propio peso.
Conforme tu cuerpo se concentra
en posición fetal, entrás a soñar,
a recordar en sueños, la placenta,
el nado prenatal, lo que sueñan
los bebés entre la panza. la marea
interior de la gran ballena blanca.
¿Qué tan estrecho podrá ser ese
margen de fluctuación, borde
entre lo flotante y lo sumergible?
Algo que escapa a cualquier
sano intento de comprensión.
Aun así no haya lágrimas si,
extravío, despertaras de golpe,
tomate el vaso de agua, mineral,
asomate a la superficie y respirá
hondo, con calma tomátelo que
en el dial esas interferencias
no enuncian tormenta eléctrica,
apenas un mensaje de texto cae
atravesando la radio con
una cadenita de la virgen
maría desatanudos o una
de esas que te conceden
los tres deseos.
Sin salida
I
Volví antes y prendí la tele.
La campera de jean quedó
de una silla abrigando
el respaldo: no se puede vivir
la vida así, con tanto miedo
a mancharla romperla
como si fuera una
campera prestada.
II
Tanto esperar el finde,
¿para qué? Te volvés
con la idea fija de cerrar
ese círculo, el sánguche
a medio comer, pensando
que salir supone exponerse, sentirse,
no precisamente ultrajado
o invadido sino más bien como
cuando viene gente de afuera
y, sin permiso,
te abre la heladera.
hamacaparaway@hotmail
Si te además y más en putas
ganas, si en desatendida cama
masturbases tu insomnio, si a la insípida
rutina como al fideo recalentado
o de caída en un melancoholismo
que nos hubiera proletariado tal
resentimiento: capital simbólico
acumulándose en un cuarto oscuro de la
nuestra conciencia de clase. Ay
allá paraguay; cada cinco
cuatro mueren sin vista a la mar.
Tocaya la tacuara y de luna
subtropical. Relamiéndome
en seminal semántica te invito
amacanarte de antemano,
a placer conmigo y completo,
que poses no euclidianas
en mi hamaca paraguay.
Flujo candente en turbia madre-
selva, billetera de pura comisura,
así me abra la noche y media.
A cara me lame la manzana,
hamacando en mi cintura de cumbia
acabaremos cuánto hasta perder
la cuenta como si la deuda
externa no acabara. Encima
este físico bárbaro te pesa
lo que una billete de a ciento.
martes, 1 de diciembre de 2015
José Villa
José Villa (Martín Coronado, Buenos Aires), Escombro, Club Hem, La Plata, 2015.
Ensayo
Sentada frente a la ventana
a medida en que la noche se vuelca
dentro de la habitación
va quedándose cada vez más quieta
Los rasgos oscuros ganan lugar
y permanece allí mirándome:
soy su hoja húmeda que arrastro
mientras me voy, es su brillo
Ladrillo
Vibrato del agua, pudo haber sido tu cabeza
que asomaba en la loma del puente, saliendo de atrás de
la pared,
y encima y con el rostro a este sol con dijes de acaso,
portezuela y durmientes
La llama se comía un rombo de hule
Anillaban las nubes el final
La heladera
Supe de la heladera cuando
vi esos trazos azules,
esos tramos de violetas
entre paredes rojilíneas
Había entusiasmo en el patio
aunque un aburrimiento atávico
se desplazaba fosforescente
como culebra
Pero bueno,
esas cosas debí guardar para otra vez:
cuando llegué a esta silla para contarles esto:
un marco de silencio dentro de una
colina arremolinada
y dentro de ella una palma de cobre
que recorre el mapa
Se la ve, como de a poco
Al principio era
una visita infiel que, rama reseca, colgada de un marco
sabía aparecer en la puerta
Algunos días me incliné
a escuchar su voz Una vez pude
recalar la imagen de una vaca a la que llamaban
La Pinta Se sumó en la costa de alambre otra
que se llamó La Niña
Su madre en la hoja que
estaba demorada vino a decir
“preparate que tenés que venir con nosotros"
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