viernes, 11 de marzo de 2016

José María Pallaoro




José María Pallaoro (City Bell, Buenos Aires), El flautista de City Bell, Libros de la talita dorada, City Bell, 2015.





     
















     ANIMALES

     ¿Han visto tendido en el jardín a algún animal llorar sus pecados? Veo el inundar de sus ojos en la gramilla acristalada. Una mujer queriéndolo alimentar con sopa de verduritas y especias. El pecado no es original, una copia inédita de madera de cajón de manzana. Durmió entre las paredes y creció hasta hacerse encima del pis y del olvido de una insistencia que nunca cumple sus promesas. Y ahí está el pobre. ¿Lo han visto? Cierren los ojos, imaginen un espejo.







     BALDÍOS

     Desde hace un tiempo, habita una extraña mancha en la pared. La veo desde el interior de mi casa. La pared es una medianera. Da a un baldío. Nunca pisé ese baldío. Tampoco sé el origen de la mancha. Si bien la pared está un poco alejada del ventanal, digamos unos ocho metros y medio, no llego a percibir su naturaleza. No es de humedad, seguro. Ni la sombra de un pájaro petrificado. Es una mancha que nunca cambia. Sea la hora del día que sea, la mancha permanece inmutable. A veces, tengo el deseo de salir, y observarla mejor, pero la sensación persiste unos segundos, y enseguida retorna la cordura. También, en ciertos breves momentos, quisiera perderla, y ver, y ver realmente esa mancha que como escupitajo o asteroide desconocido está aplastada a la pared que da a un baldío.


     

    


EL PERRO

     Lo tiró en el bosque de eucaliptos. Una costumbre familiar que trajo del más profundo Chaco. A la mañana, cuando aún la escarcha no se había disipado, se encontraba ahí, sobre el capó del 1100, con las patas tiesas y los ojos de vidrio. “Estos hijos de puta”, y lo agarró de las patas duras que ató con la soga para manear y lo llevó arrastrando hasta la quinta del loco Carlo, y lo dejó ahí, cerca del molino y de las higueras. Ese día salimos, a pesar del frío, sí, a pesar del frío, regresamos con leña seca del Pereyra, y la pusimos junto al hogar. Encendió el fuego, más bien lo avivó.
     Esa noche preparó huevo batido con oporto y azúcar.
     Esa madrugada, la pared del otro lado de la estufa se mantuvo caliente como la almohada y el colchón y las sábanas espesas.
     Antes del amanecer tuve un presentimiento, y salí. Ahí estaba, encima del auto, bajo el farol de la calle que encendía la neblina, parapetado en sus patas, con los ojos amenazantes o suplicantes, no lo sé, esperando que silbara su nombre.


     
     



    MARGARITAS

     Estamos en la cocina. Mira viejas fotos y sonríe. Le convido un mate y cariñosamente dice que después, que ahora está caminando por calles reconocidas. Tomo el mate que le convidara y sigo leyendo el libro que dejé sobre la mesa. Es un libro de poemas de un amigo de Buenos Aires. Tiene un nombre de mujer el libro de mi amigo. Pero no es el tuyo, le escucho decir. No, no es tu nombre que se repite una y otra vez. Tendré que deshojar la margarita como ella deshoja las fotos que sacamos hace apenas un rato de una caja de zapatos.







     MÚSICA DE JAZZ

     Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa. Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.







    UNA HERMOSA VIDA

     Me metí en el sueño de mi perro. Lo vengo haciendo desde antes que los árboles se acolcharan de sombras. Vi bolsas de Eukanuba. Caricias a la mañana y al atardecer. Una pelota de tenis que busca y trae algunos fines de semana. Un gato en zapatillas deportivas que siempre escapa por la medianera de las enamoradas. Inmensas y terrestres siestas al sol con pajaritos a sus anchas y a sus patas. Una hermosa vida de perro. Y no quise salir, pensando que sus sueños eran mejores que los míos.