Alberto Boco (CABA), Visitas inoportunas, El jardín de las delicias, Buenos Aires, 2014.
El silencio
(sobre El despertar de la criada, óleo de Eduardo Sívori)
La superficie es lo que está ahí
y nada puede existir
excepto lo que está ahí.
John Ashbery
Con un primer golpe de mirada pareciera que el artista hubiese
/consumado menos ese prodigio que un hecho milagroso.
Un pincel vuelto cámara oculta forja el momento sin estar allí.
Delicado trajín.
A esta cuestión le importa poco la presencia de un modelo y
/los recodos de lo imaginario
En 1886, cuando Eduardo Sívori pintó el cuadro, no eran
/tiempos de cámaras ocultas.
En el borde de la cama de hierro ella está como sólo puede
/alguien cuando nadie la mira
en la falta de urgencia que nada pide
que nada propone.
Una pierna sobre la otra sin indolencia o gesto de cansancio, sin
/intención
flexionada de un modo que no interpela nuestra mirada
sólo se cruza con ella
el torso apenas girado hacia delante para dejar que la luz le
/avance
como si alguien pidiera que se quede así para desentrañar la
/índole de esa precisa luz
aunque nada de semejante carga conmueva sus hombros.
Fija en la tarea de desenredar una media o velada por la fugaz
/caída de los párpados
la mirada vacante hace ver su cabeza más inclinada.
El antebrazo derecho que roza uno de los pezones es la divisoria.
El pecho y el vientre recogen y devuelven un intenso brillo
mientras el brazo absorbe la luz y entrega su grisura rosácea
como si la luz que allí se posa fuera distinta de la que lo hace
/en los otros lugares
y tuvieran cada una su mundo propio
su atributo calificador
o aquella brotara de distinta fuente y otro fuese su destino
ya no mostrar que un brazo es un brazo y nada más
bronceado por un poco de sol o de intemperie.
¿Se verá en los nudillos de la mano derecha
tan marcados
el carácter con que la luminosidad esquiva lo sin vida?
Hay una vela sobre la mesa de noche una alfombra, un
/pequeño cuadro asomando colgado en la pared
por igual embebidos en esa suerte de indefensión, tristeza o
/forma de sospecha
que cae sobre algunas cosas cuando se las deja en penumbras.
Con todo juega la luz desde una ventana, espacio o abertura no
/visible
menos con ella
a ella la protege en su cuerpo de mujer con cara de niña.
Habría que contar los zapatos entre los demás objetos del cuarto.
El hombre que custodia la sala del museo dormita en la silla
lo sobresaltan de a ratos las voces entrecortadas
y el rechinar de la estática de su walkie talkie.
Se pone de pie, mira el reloj, anda unos pasos y vuelve a su
/lugar, una chica saca fotos
dejan tras de sí sonidos apagados los pocos visitantes que pasan
pero de ella podríamos decir que se levanta o se dispone a
/dormir y sería tan vano
como hacerse la pregunta o asegurar la respuesta
allí están la vela
y la luz.
Ademanes que sin motivo quisiéramos llamar prudentes
/afirmarían
lo incierto que tal vez el pincel quiso fijar
un trazo de vacilación calculada en el antebrazo derecho
un dejo de movimiento
aunque algo más hay allí, silencio en el color o en la textura
o quién sabe qué en los lugares ausentes de resplandor
semejante a bailarines que ante la emoción de ciertas cosas y
/palpitando algo secretamente ignorado
entregaran su temor a una ínfima cadencia.
El velamen a la brisa, en delicada curva, con mínimo gesto
/empuja el barco.
¿Qué de la sensualidad mientras la luz encarna en piel?
¿Qué violencias?
Cómplice del pájaro, el aire para bosquejar el vuelo no cesa en
/ave, en aire, en vuelo.
¿Se reserva lo bello el disimulo en el propósito de lo imperfecto?
Esta cuestión puede sonar estúpida con ella despertando en una
/pieza para la servidumbre
igual sería en un convento, y en esa piel, o en un catre de
/prostíbulo
cualquiera puede ser un buen sitio para cualquier clase de preguntas.
Si el pelo se soltara ¿qué destellos encendería el paso del cepillo?
¿Fatigaría nuestros ojos?
La superficie dice a la mirada algo de lo que no vemos.
Gestos como de vapor.
Una plaza un poco absurda, casi nula y sin paseantes
crujirían bajo la suela la voz de sus pasos en los caminos de grava
(las pisadas inquietarían sólo al escarabajo sobre la gramilla).
Apenas desparejos, quedan por bordear algunos cuadros al pie
/de los tilos.
En un atardecer lluvioso los bancos reciclados, vaya uno a
/saber de qué lugar
qué fragmentos de sol y de sombra demoran en la madera.
En los escenarios del recato el silencio deja en lo bello lo
/siniestro,
sus cristales de hielo.
(¿Habrá que insistir en esto todavía?)
Ningún temblor candoroso, en su lugar un estado de levedad,
nada de sorpresa ni apenas inquietud
eso que se manifiesta en la llegada y el abandono del sueño, en
/los preludios del miedo.
El carro humilde pesa como una rareza entre las carrozas
/opulentas
marcha triste y alegre, anima cierta ternura en ese delicado
/equilibrio.
Más tarde, sin las galas de la luz, reposa en un contraste ya
/desvanecido el color
y la inocencia parece no afectar el viejo curso de las cosas.
El cuadro quedará por fin en la pared.
Aunque todo cambiará y permanecerá y cambiará.
¿En qué acto dejará el vestido el sostén de la silla y ajustará sus
/formas al cuerpo conocido?
Un continente se abre hasta donde la vista llega y dice su
/pequeño pero suficiente saber.
Ella no está en el mundo y sin embargo vemos
dunas elevadas o suaves pendientes, ondulaciones que trazan el
/territorio del ojo con los caprichos del corazón.
Impasibles mariposas, a medida que nos distanciamos, hablan
/de nuestro mirar
del desconcierto y el deseo, de los prodigios de lo imaginado
y en un instante aquel paisaje retrocede, el desierto regresa
y ella
modelada por la luz desde el borde de la cama de hierro no
/sonríe para nadie
disímil en todo a una Gioconda voraz.
¿Un ademán de Pudor, un mensaje para la Inteligencia?
Ausente de agitación y de vergüenza
vacante para siempre su mirar de nuestros ojos
y con los pies más deformes que los viejos zapatos nos recuerda:
"esto es todo, salvo suponer o el silencio".
Prójimo en la más absoluta lejanía, no importa ya si tiene o
/evoca lo sensual y lo precario
(ah, la luz)
el vuelo de lo sereno en lo frágil o el valor de las proezas
/menores
a nosotros
el guardián en la semisombra de su silla
los escasos visitantes en la tarde de un día de semana
y la chica que toma las fotografías con película de ochocientas ASA
porque no consiguió de seiscientos para su máquina clavada en I25
todos definitivamente apartados, deseosos de tomar un café o
/con ganas de ir al baño,
perdidas la mirada o la voz en el magma del presente
o ambas en el topos de lo justo y lo bello, a la antigua,
de pie frente a la tela y sin pensamiento
tranquilos o cargados de inquietud
en la retirada por el deslizar del tiempo
que crea la planicie.
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