viernes, 29 de julio de 2016

Mariana Finochietto


Mariana Finochietto (General Belgrano/City Bell, Buenos Aires), La hija del pescador, Homoludens, Bahía Blanca, 2016.















3

¿Adónde van estos caminos, padre?
Las hojas secas del sauce ruedan por el patio.
Cierro los ojos.
Suenan como la lluvia, digo.

Sentados sobre la raíz amable del ombú
miramos los caminos cansados de barro.

Levantás una hoja,
enrollada en sí misma como un animal asustado.
A contraluz se vuelve transparente,
atravesada por el sol.

Todos los caminos conducen al pueblo.
Mamá sale de la casa
con una escoba de ramas de romero.
Estas hojas, dice,
que todo lo ensucian.
Te reís.
En tus ojos aprendí
cuánto se puede amar lo distinto.












7

Mi padre
me enseñó a pescar
durante tardes eternas
de veranos viejos.

A la sombra de los talas,
sin hablarnos,
pasábamos las horas.

Yo conocí
en su silencio
las sutiles formas de la soledad.

Respiré
en el aire marrón del río
el olor de su tristeza.


Y aprendí
que yo también llevaba
el don de la melancolía.












9

Siempre
le he temido al agua.
Hija de río,
sé respetar
la implacable
corriente que todo arrastra,
que todo lo lleva.

No hay aguas mansas
que no encierren el azar
de una vorágine
donde hundirse sin remedio.

El río no tiene crueldad.
Sólo debe pasar,
como todas las cosas.

El río no tiene bondad.
¿A qué aferrarnos
cuando los naufragios llegan?












19

¿Qué buscabas
a la orilla del río
en las noches de invierno?
Siempre te alumbraba un farol
por si la luna era esquiva.

Siempre estabas a solas.
¿Qué oías
en el rumor del agua
que te hablaba y no entiendo?

Yo hago palabras de agua
para nombrarte.
Para nacerme
hija de tus silencios.












33

Ésta era la muerte,
entonces.
Este jadeo en pos del aire,
la mano que se estira
en busca de la luz.

Hay cierta belleza
en la afilada línea
que dibuja
la urgencia
en los huesos.
La muerte pule
a los cuerpos
como el mar
a las piedras.

Si se lograra,
por un instante,
despojarse
de la vanidad de la tristeza,
se podría observar
que jamás
esos ojos que se extinguen
tuvieron tanta luz.