Ariel Bermani (Gran Buenos Aires, 1967 / vive en CABA)
Até mi caballo, Bahía Blanca, Hemisferio Derecho, 2020.
Até mi caballo y el de ella y entramos al bar.
Dos whiskies sin hielo,
ordené
ella agregó unas papas fritas
con aderezos.
El pueblo ardía de gente
algunos pistoleros nos conocían
y movían la cabeza hacia adelante
a modo de saludo.
Unas damas
que estuvieron en la cama
conmigo
o con ella
o con los dos
también saludaron.
Teníamos un tiempo
de vivir por ahí
y a ese pueblo siempre volvíamos
nos gustaba especialmente
por sus lecturas de poesía
y por la buena cantidad
de editoriales independientes
que exhibían sus libros
en las barberías, en las tiendas, en los templos,
en los bares, en las cárceles, en las escuelas.
Las maestras adoran a los poetas
sobre todo cuando
al tercer whisky
recitan el poema de Darío
dedicado a los Estados Unidos
y "La Niña de Guatemala"
de ese viejo amigo nuestro que ya murió,
el copado de Martí.
Sentados cerca de la barra
salamos un poco las papas
brindamos
y golpeamos apenas
con el taco de las botas texanas
el piso de madera.
Mi hijo se compró un megáfono,
mientras me lo mostraba
me explicó que puede grabar mensajes,
además.
Sus primeros mensajes fueron
"papá, no me rompas las pelotas".
Y "compro muebles, ropa usada,
helicópteros, abuelas medio muertas, heladeras".
Desde que lo tiene
nuestra comunicación se volvió más fluida,
sin moverse de su pieza
me pregunta si ya está
la comida
o me dice
"vení, papá, por favor",
para explicarme que necesita urgente
algo de 10 dólares o de 15,
tiene que actualizar
los juegos de la computadora.
Uno de estos días
se lo voy a pedir
así
cruzando la ciudad en bicicleta
voy a recitar poemas de Baldomero,
de González Tuñón,
o voy a cantar tangos
de Gardel.
Saboreo la palabra oquedad,
me gustaría sentir su potencia
en una frase o un verso
pero mejor dejarla así,
aislada.
No correr el riesgo de convertirla
en metáfora.
Hay palabras que no encajan,
que necesitan cortarse solas,
palabras que cortan.
Palabras que no te dejan disimular.
Acá estamos
mirando caer la lluvia
sin apurar el día
en un mes particularmente lento
en un año que se termina.
Vos,
renovando la yerba mate,
yo,
tratando de recordar unos versos de Julio Huasi,
vos,
contándome algo que te pasó de chica,
yo,
con esa tristeza amable
que a veces me acompaña,
una tristeza blanda,
limpia.
Tal vez muera antes de hacerme viejo
o mueras vos
o nos ataque el aburrimiento
y nos volvamos opacos.
No comento nada de eso,
me obligo a olvidarlo,
sentado,
mirándote,
con la lluvia que suena
bajito.