domingo, 31 de octubre de 2021

Selene Avalle


Selene Avalle (Pinamar, 1991 / vive en Mar del Plata)

Perdimos los días de la lluvia, Mar del Plata, Cepes, 2021.











I


Mi madre escribía

en cursiva y de un solo trazo.


De chica buscaba

como en el juego del tesoro:

siempre encontré palabras aterradoras.


Mi madre escondía los mensajes en su cajón

y en el de mi padre

los guardaba en los jeans y en las camperas

para que él los encontrara.


¿Qué pensaría al leerlos?

noto cómo mirás a tu hijo

quisiera que a mí me vieras con los mismos ojos.


Mi papá escribió:

adriana tiene una enfermedad grave,

no sabemos si sobrevivirá.

Durante meses temía volver a casa

y encontrarla muerta.


Estaba recostada la mayoría del tiempo

me acostaba a su lado y veía cómo

caían amontonadas las lágrimas.

Su piel era muy blanca

los párpados transparentes

¿mamá estás llorando?

no, es porque estoy de costado

y tengo sueño.

Dormía siempre,

las persianas bajas.


De mi papá aprendí a abrir las cortinas

a ventilar los ambientes, sin metáforas

en casa no había lugar para eso.

Me gustaba en la noche

cuando mamá estaba en el baño

acostarme en su lado de la cama

mi papá hacía rollitos con mechones de mi pelo

los enroscaba en el dedo

luego los soltaba, reíamos.


Todos en casa guardaban

secretos en papeles

doblados con cuidado

mi juego era encontrar las partes

las letras pulcras

del desastre del hogar.








II


Tu padre es un psicópata

no es un diagnóstico que sirva

para entender por qué no me ama.

¿No ama a nadie?

¿es una bestia?

Nada puede

contra la arrolladora esperanza:

que admita que no pudo

que quiso pero no le salió.


Mi padre es carismático, jovial como yo

no le gusta el pollo,

cuando eran pobres

era lo único que podían comer.


Los amigos lo quieren

los que aún no fueron engañados.

De chico mis abuelos

lo cubrieron aquella vez

que la policía del pueblo les advirtió.


Cuando golpeó a su hermana

en la adolescencia,

apenas lo demoraron cuando atacó a mi tío.


Mi abuelo rompió con tijeras las zapatillas de mi papá

las únicas que tenía.


Mi padre odia

a sus padres.


Mi abuela dice que nunca les faltó nada

mi tío decía que su hermano siempre

se había salido con la suya.


Yo solo intento entender por qué

tanta gente tiene familia

para destrozarla.








VIII


Viajamos cargados de cosas.

Mis abuelos hacen que tosen para evadirse del llanto

suena Charles Aznavour.

La ruta no puede estar más triste

cargamos las cosas de alguien que no está.

Nosotros no estamos

mis abuelos dicen

estar al final del camino.

Yo no quiero estar sentada acá

en la ruta penosa de sus recuerdos

después me pregunto a mí misma

¿De dónde sale todo este peso?

¿De vivir?







IX


Perdimos los días de la lluvia


Como si no fuera parte de lo mismo

todos repiten la cuestión del clima

nadie habla de cuando llora


El viento golpeó las gotas contra el vidrio, sí

yo también limpié antes las ventanas

¿Te diste cuenta de cuánto se quejan

por el tiempo?


¿También perdiste la cuenta

de cuántas veces lloramos

y nos volvimos a lavar?


El agua cambia

desordena

¿No es eso la libertad,

la austeridad de los ojos

bañados por el agua?








XVII


Moma me regaló unas sandalias blancas con taquito

las usé un verano de calor

junto con un vestido

no hacía más que bailar.


La abuela dijo

que Winka se las había comido.


Un día encontré el par escondido debajo de una cama

estaban cubiertas de polvo.


Los tacos los usan las putas.

Las nenas no usan tacos

las nenas que usan tacos parecen putas.


La abuela se interesa por el desempeño

de mi pareja en la cama

la abuela me cuenta que es ardiente.


La abuela dice que le practicaron un aborto

me dijo también que su hijo me pegó por puta.


La abuela está confundida

habla de mi cuerpo, me dice:

cómo debería ser

que está tan flaco

que nadie lo va a desear.








XXI


Se me ha dado desde chica

un placer por el olor a pasto recién cortado.

Resulta un goce bastante común,

como el olor a la lluvia sobre las calles de arena

y a la humedad de los eucaliptus

cuando se descascaran.


Vivir en lugares con mar

nos rige de cierto carácter de austeridad.

Las sudestadas,

temporadas lluviosas de violencia contra los árboles

desparraman nidos de cotorras.

La infancia también

tiene ese olor a pájaro aún sin crecer.









miércoles, 20 de octubre de 2021

Eleonora Diez


 
Eleonora Diez
(Buenos Aires, 1976)

Aguas negras, Córdoba, Alción, 2017.


















De aguas negras

            Agua, agua por todas partes, pero ni una gota para beber.

                                                               Samuel Taylor Coleridge


Sirena
que baila en el aire
           y lo penetra
etrella de mar
que repta en una lágrima
          pero ríe
piraña
que muerde las cartas del tiempo
          y sangra.

Soy todas.

Quieta por miedo a sentir
          olas en mi respiración
             arena en la boca
                caracoles incrustados en mis pies.

Hasta cuándo 
la presión del océano.

Hasta cuándo
tosas en una.









Nacimiento de un poema

El poema nace 
en el río

nada aguas abajo
se arremolina
sale a la superficie

y toca tierra

pero la realidad
lo hace volver al cauce

el río sin poema
no quiere correr.









A imagen y semejanza

Todos encontramos
diferentes formas en las nubes

todos somos iguales
en ese pequeño acto de creación.









En contexto

Una planta carnívora en la selva
no es más
que una planta carnívora en la selva
una planta carnívora en este poema

es una advertencia.









Brotar sonora

Debajo del ciruelo
tiembla mi voz

quiero brotar
en el único espacio libre
de siembra

recoger los silencios
ponerlos al sol

y esperar que se desvanezcan.









Renuncia

¿Pueden las hormigas
detener su marcha?
¿Liberadas de todo peso
desviarse del camino?

si así fuera
me gustaría
alguna vez
parecerme a ellas

imperceptible
elegir un surco distinto
sin hojas sobre el lomo
que me condenen
al trabajo forzado
de perdurar.













domingo, 10 de octubre de 2021

Mariana Finochietto


Mariana Finochietto (General Belgrano, 1971 / vive en City Bell)

Madura, Lomas de Zamora, Sudestada, col. Poesía Sudversiva, 2021.


















Aprendizaje 

Y me enseñó el jardín: 
no siempre basta 
darse, 
a veces es suficiente contemplar 
el suave transcurrir de las estaciones, 
ser quien espera 
bajo los sauces lentos de la tarde 
que la tierra florezca. 
Y me enseñé:
 no siempre puede una mujer 
ser la nutricia, 
no siempre puede 
ser la horqueta bajo el temblor del limonero, 
la mano que sostiene los azahares 
y la sombra. 
A veces solo queda 
rozarse 
con el amor que se ofrenda 
a los hijos y a las rosas, 
quitarse los pastos del corazón, 
brindarse 
esa ternura única que nunca será todo, 
pero es suficiente, 
sí, 
es suficiente. 







La gracia

A mi edad 
ya he disculpado 
a mis ojos 
por la presbicia. 
Le he tomado cariño 
a mi cuerpo, 
esa varita enjuta que sostiene 
mis años bien plantados en la tierra. 
Puedo reírme de mi fragilidad. 
A veces, me quiebro 
en pedazos 
como una ventana rota, 
pero siempre 
dejo pasar la luz. 
Envejezco, 
con la serena gracia 
de lo inevitable. 
Pero no te perdono, corazón, 
que no te incendies.







La carta escondida

Será 
que envejecer 
es olvidarse 
del viejo afán de la sabiduría. 
Será 
que ahora, cuando ya no busco 
los porqué, 
entiendo. 
Ése es el truco, 
la carta escondida en la manga de dios. 
Todo 
es agua que va, 
agua de un río 
en el que aprendo a sumergirme 
con el goce feroz de las sirenas. 
No se aprende a vivir. 
Apenas 
se acostumbra 
el cuerpo 
a la suerte de estar vivo. 
Será 
que ahora, cuando el mundo 
empieza a ser pequeño, 
comprendo. 
No me apuro en vivir. 
Llevo los años colgados como perlas 
de un collar hermoso. 
Y tanto tiempo aún. 
Tanto tiempo.







Certeza

Mi hijo salió al patio, 
pala en mano, 
y cavó un pozo en el rincón 
donde el trébol celebra su abundancia. 
En la tierra 
aún húmeda 
de lluvias, las lombrices huían, 
suaves, ciegas, 
hasta alguna hondura más propicia. 
Mis hijas acercaron la ramita 
que es mi cerezo hoy, 
y la dejaron 
en el hueco. 
Yo volví hacia la casa a buscar agua, 
y giré 
para verlos inclinados 
hacia el árbol tan frágil, tan pequeño, 
los cuatro 
con las manos sucias 
de tierra. Ataron 
el tronco breve a los tutores 
con telas de algodón, 
y sonrieron, 
como cuando eran chiquitos 
y cada ritual era una fiesta. 







Reverencia

Pienso 
en mi espalda que se arquea 
como un junco 
aún, 
sobre las cosas más pequeñas. 
Hoy 
he honrado 
el brote de unas rosas 
con los hombros inclinados a la tierra. 
Después de todo, 
qué otra cosa merece un homenaje 
más que lo diminuto: 
ese universo 
del que vengo 
y al que voy. 
Mi espalda 
y la tensión precisa de sus músculos 
le rinde reverencia.







Con mi lápiz de niebla

Escribo 
sobre la pared. 
Con mi lápiz de niebla 
escribo sobre la pared 
“los días han empezado a ser eternos”. 
Afuera, 
el sol se derrama en agua clara 
sobre la mansedumbre de los sauces. 
Los árboles saben esperar de pie, 
me digo. 
Yo no sé 
donde sembrar mi cuerpo, 
en qué rincón del cuarto 
arraigarme. 
Si pudiera 
florecer estas manos 
ser 
una amapola roja 
suave, 
vertical. 
Escribo. 
Escribo sobre la pared 
“los días se han vuelto viento”.







Escarabajos

Largo rato anduve por el patio 
regadera en mano, 
en cada hueco 
un poco 
de agua jabonosa, 
la nuca larga al sol, 
mientras febrero apuraba el mediodía. 
Luego salí a rastrear el ruido suave 
de los escarabajos sobre el pasto, 
huyendo de sus nidos, 
escapando 
del agua y el derrumbe. 
Cada uno junté 
en un frasquito 
para dejarlos después en la vereda. 
Lo pequeño nos teme, 
susurré, 
como si fuera una plegaria.



















miércoles, 6 de octubre de 2021

Irene Rascovsky

 

Irene Rascovsky
(Buenos Aires, 1974)

Cicatriz, Buenos Aires, Halley Ediciones, 2021.





















Ahora que pasaron los días de los días
quedaron los caballos
al galope por el cementerio
un perro que me mira
desde el capot del auto
cuatro pájaros que pican
el vidrio en la ventana
un hormiguero en la almohada
y esta enredadera esquizoide
creciendo en mi boca.







El día a día

Es como tener un llanto constante
que gotea en el pecho
o un  nido de pájaros
casi muertos.

Esto de ir arrastrándose
por los zócalos
saber que no hay nada
en búsqueda de una comisura
o de un eco de palabra.

Tengo un collar
de gritos amordazados
y este sarcasmo impuesto
que escupiría en tu cara
como una bala
bien al centro.







Tuve siete u ocho colibríes
libando de mis poros
pasajeros
hicieron nido en mí
por un tiempo.
Pero hay uno
el del hombro derecho
que se quedó para siempre
pintado verde sol
bebiendo de las flores rojas
que me mostraste aquella vez
esas
que no debía olvidar.