viernes, 6 de noviembre de 2020

Roxana Páez

 

Roxana Páez (La Plata, 1962 / vive en París)

La tiza de Poe, La Plata, Malisia, 2018.





















Cumpleaños

Donde se llenaba la tierra de sapos
después de la lluvia

las ojotas se pegaban al barro
como una sopapa.

Pero podías patinar
entre los antedichos sapos para
aterrizar sobre los cardos.

Ahí escuchamos los latidos de nuestro corazón
amplificados. El tuyo próximo y agitado.
El mío, más hondo y lento. Amplitudes.
Un hombre joven estaba suspendido
a unos centímetros del piso.
Nos encontrábamos en un collage de tejidos, de manchas
luminosas, como estampadas por el reflejo de las piedras.
Cuarzos de todos los tamaños, concentrados de prehistoria
con luz cristalizada.
Tu sueño
al abrigo del azar.
Las lenguas son formas de guardar los secretos.
La emoción, el sueño y el miedo.
Algo familiar pero no demasiado familiar.

Una cabeza de mujer al ras del suelo
mirando hacia adelante y el cuerpo por zambullirse
en el suelo –como un avión, un insecto.

Ahora voy a estar con mi hijo.
El suelo de uno, los suelos,
las suelas del otro.

Dos manos se tocan con fondo de partituras enormes,
planisferios.

                                      MA    PA

Ahora que respiras profundo cuando vas a tocar,
descubrís que la semilla
se alcanza creciendo.

Nos estamos viendo
crecer.

Los movimientos se repiten
con una cadencia cambiante, suspensiva.
Como la esperanza de la desesperanza, como
la respiración, profunda y agitada.

El amor es continuo:  

reggaes infinitos en círculo.
En el pasaje de la fortuna vas a
estar a la altura del chico que fuiste.









Alguien va a acompañarme a la frontera

No soy nadie más.
Acaso una gitana
que se olvidó

de cómo se robaban las gallinas.

¡A levantar campamento!

O los llevaban a los campos
(elíseos, sólo para ellos,
de pocas fotos por la superstición
acerca de la triste memoria,
las experiencias sombrías).

Las cabinas telefónicas son ocupadas.
Hay 400 villas miseria dentro del país,
múltiplo de los 40 campos sólo aquí
destinados a la gente viajera.




Expulsión, dispersión.
Antes fueron los nómades deportados.

Una mujer con un pañuelo en la cabeza
da cucharadas de yogurt a un chico
en el asiento
como si fuera el comedor de su casa.

A lo largo de la autopista, suelen jugar
chicos librados a la errancia
heredada y a la errancia obligada.

En el desierto industrial, cartón, tablas
y pilas de hierro levantan el campamento.
Como antes los campos "de internación".
El de Alliers fue el último
en desaparecer, casi dos años
después de la liberación.

Nómades antes de la expulsión.
Antes vimos la foto de los "Nómades
a punto de ser deportados".

Los cables, los interiores, el cobre,
fragmentos del país rico
que la reventa hace llegar al país en desarrollo.
Y la chatarra y el desguace.
El reciclaje y el tratamiento de la basura,
el basural. Los carros tirados por un pobre caballo.
Los coches viejos oxidándose en menos de una década,
mientras el pueblo flotante camina hace mil años.

Las ruinas de las industrias se vuelven campo.
La basura, una mina. Nómades malentretenidos,
la historia vuelve a empezar.
Y lo que primero fue gallina,
en realidad es huevo. Nómades por desalojo.
Esas horribles casuchas. Vagos, mendigos,
robachicos.
Chavales choreando la lengua
un poco negros, caló? Si fuera rubia,
pensarían que soy robada.

Y un chacal y otro, cortando y
pegando, la van a llamar "ángel raptado".

De los restos del día,
juntó las palabras usadas
como de una caja de ropa gastada
para vestirse mejor.

¿Si me vieras en el metro,
adivinarías quién soy?









Ande

Ahora te tirás a la basura
pero con dignidad.

El cielo, necesitás ver el cielo
despejado de bloques, de montañas
incluso. El cielo enorme sobre la tierra chata.

La montaña entristece. Tan cerrada!
Fuiste y subiste para ver de dónde viene
ese pliegue contra pliegue del luto de la montaña.

Que en los flancos
se desbarranca,

y en los sueños
o esa misma noche por el camino
en bajada
es un tsunami en suspenso.