sábado, 18 de marzo de 2017

Germán Arens


Germán Arens (Bahía Blanca, Buenos Aires), ¡Oh, qué lugar más bello!, Barnacle, Buenos Aires, 2017.

























Olvidada  la información genética de la primera 
célula
damos vueltas, vueltas y vueltas; sin recordar que no 
hay en las palabras un nombre que nos distinga.















Afuera llueve. En alguno de sus cuerpos, mi viejo sillón amarillo sufre la ausencia de quienes no vienen. Bajo el techo se refugian tres mosquitos. Uno parece una pequeña piedra de coral. Alguien me dijo que tienen cuarenta y siete dientes y son las hembras las que pican. Antes de dormir debo matarlos. Siempre es de noche cuando  percibimos los cambios que  impone el presente. Sin embargo, a pesar de no ser un momento apropiado para manifestar inteligencia, me observo con bastante indiferencia en una situación que pocos soportarían.












A nosotros los años nos entran por una oreja 
y se nos van por la otra; somos los eternos.

Acuérdense de Fabián, cuando dijo que 
el gran problema de muchos era soñar demasiado  
antes de responsabilizarse por algo.

Escuchémonos, estamos al borde de algo,
no hay más que locura en cada palabra que decimos.
Si perteneciéramos a una tribu, se equivocarían
al nombrarnos como a una de las más agresivas.
El hecho de que muchas veces tardemos 
en ponernos de acuerdo no significa nada:
Mirá si serán bravos que vienen peleando entre ellos, 
dirán las demás.
















El tren se detuvo a las tres de la mañana. Nos pusimos las escafandras y subimos a un vagón de clase turista. Un guarda simuló no vernos y se metió en el baño. Un niño rubio despertó a su madre. En el portaequipajes dormían tres hombres jóvenes. Les ordené abrir los ojos, uno de ellos estaba desdentado. A través de al-gunas ventanas semiabiertas se podía ver el mar. A esas horas el agua parece aceite. Le pedí a mi compañero que registre a todos los pasajeros. Prendí un cigarrillo. Me dirigía hacia la puerta opuesta cuando mi pie derecho tropezó con algo. De inmediato alguien apartó una mochila de mi camino. Ella tenía el pelo rojo y unos ojos dignos de ser idealizados (El amor no es más que un proceso de selección de pareja). Le dije que no le haría daño, que rastreábamos alienígenas, que todos los pasajeros estaban sospechados. Le pedí que levantara su brazo izquierdo. La temperatura media de los invasores está cinco grados por debajo de la nuestra. En el interior de su bolso, además de ropa  llevaba una pistola.