jueves, 17 de diciembre de 2020

María Agustina Pardini

 

María Agustina Pardini (Buenos Aires, 1989)

El cuerpo del silencio, Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2020.












Capullo incógnito


Por debajo de la puerta entran raíces gruesas

como las manos pesadas de un gigante dormido.

Arrastran su cuello bifurcado

cubierto de diminutos brotes inocentes.

 

Alertas al ruido de vidas en silencio

trepan el muro, arraigan sus venas

al suelo.


Invadido, el día,

sucumbe a la oscuridad

sobreviene el jadeo de soles ahogados.

 

Cubierta de hilos verdes

me balanceo inalcanzable

en mi capullo. 








Alta la luna en octubre


Moscas anidadas en capas de tul estrenan nuevas alas.

Los 18 metros de mi pollera arrastran madera veteada

raíces desprendidas de una copa borravino.

 

Hielo en primavera,

sombras de aguiluchos colorados sobrevuelan

hojas con dientes agudos a la espera de un hijo morado.

 

Las lucen se abren, la piedra respira.

Pétalos de rosas absorben la energía plateada

corriendo entre la vid. Esto vos ya lo sabías, amante de luz.

 

Atrás, el puerto sin mar trae el viento

que baila bajo los olivos, silba su melodía

eterniza el rasguido de unas manos pequeñas.

 

Esto vos ya lo sabías

en la oscuridad tu cabeza planeaba sobre los cerros

tropezaba con balcones entregados a rosales blancos.

 

Volverá esta noche en forma de gorrión

golpeando el ventanal en busca de un espejo

que devuelva a nuestros oídos su canto en escala.

Esto vos ya lo sabías.








Cacería


Lejos, descansa la verdad.

Perpetua, empírea.

Venerada por un coro de miles de voces

que resuena entre miles de capas

donde habitan las intenciones presas.

Y en el manto

que envuelve tu corazón

el deseo.

 

Sucumbido en un sueño seráfico.

Se aleja del centro

certero de un inminente encierro.

La forma del silencio

lo ataja  lo enciende lo quema

solo deja cenizas.







Interferencia


Hubo un tiempo de pensamientos ordenados

sin espacios entre mi cabeza y el cielo.

No se oía en la tarde un silbido

que despertara la ciénaga

de la mente.

 

Como un jazmín infectado

decidí no apartar sus hojas del resto

dejé que el tallo se enredara en mi cuerpo.

Advertí que ya no florecían los brotes.

 

En la piel que recubría el ardor

había polvo.

Partículas de miedo anidado

trazos sin terminar en mi conciencia.








El tiempo de T. S. Eliot


La orfandad del tiempo medido florece

traslúcidas mariposas clarividentes

no habrá más fragmentos yuxtapuestos

 

la tradición astilla las horas

las conduce a un jardín múltiple.

El germen de la libertad se propaga.