Claudio Archubi (Mar del Plata/CABA), La casa sin sombra, Buenos Aires, 2015.
Él dijo:
Mi madre me regaló una flor que se deshace.
(No le echés agua, echale tierra.)
Es una flor seca que vive en la sombra, mantiene la casa limpia, llama al silencio.
Es una flor duradera como una foto vieja, como una idea, como un dolor.
Dice que compite con los cactus, con los matorrales del desierto, con las cosas que se escriben en las piedras.
(Cuando no estemos ni tu padre ni yo...)
La casa estaba limpia, extremadamente limpia.
Pero ella me dio la espalda y siguió con sus cosas.
Ella dijo:
Atada a un corazón amigo iba por una pradera de sombra.
A mi paso, un mundo de ceniza y simulacro.
(Mi padre había muerto y seguía trabajando.
Amanecía.)
También yo había muerto, pero no mi hambre.
Miré a todos con tristeza.
Y extendí los brazos hacia mi pradera de sombra.
Cuán corta la correa de la vida, cuán vasta mi pradera de sombra.
Latí adentro de la casa negra, la casa blanca, la casa roja.
Latí adentro de la media-vida, de la media-muerte.
Y vi mi hambre en cada cosa.
(Lo veía caminar hacia la fábrica por la calle desierta. Lo veía con mi cabeza en la ventana, encorvado y ejemplar, avanzar entre la basura que volaba, avanzar hacia la estática de una radio lejana, lejanísima, hasta perderse en lo Abierto. Se llevaba su tesón y una parte de mi cuerpo para siempre.
¿Dónde estaba mi hermana?
Mi madre no quería dejarme salir porque afuera hacía frío.
Había algo de verdad en eso, lo sospechaba...)