Pola Gómez Codina (Ramos Mejía, 1982 / vive en Buenos Aires)
De fondo suena siempre Whitney Houston, Buenos Aires, Salta el Pez Ediciones, 2020.
No desaparecen las plazas en invierno
A Tamara, que habla poesía.
Ella me dijo vamos a la plaza
yo dije que era el día más frío
en veinticinco años
que lo decía el pronóstico que lo decía
la meteoróloga pero ella
me arrojó su lanza tibia
no
desaparecen las plazas en invierno
y la frase, cortante entre los muebles
se me instaló en los treinta
años del cuerpo
y pensé en la plaza del cañón en Lomas
del Mirador
había una calesita
estilo parisino con luces había flores
pequeñas que se abrían de noche
la casa de mi tía con un pasillo al fondo
y la casa
de la pobre Hermelinda
con sus paredes húmedas cayendo
sobre los guisos dulces
y la nieve de julio en 2007
sobre Mosconi sobre el hombre
muy alto que yo quise
hasta cubrirlo
hasta volverlo plaza
nevada
La virgencita
Una virgen
por algo la guardaste
tiene cara de hereje
como si con su aire inmaculado
murmurara secretos y dijera
vas
a mojarte
también la vida es eso
mirar los ojos de alguien
apretar delete
tomar el té a la madrugada porque te desvelaste
y mojar galletitas en la lluvia
mañana trabajás y no hay licencias
para esta soledad
para esta yerba mala que revuelve las tripas
va a sonar la canción del programa de radio
y vas a levantarte aunque entonces el día
sea la noticia que quieras perderte
y los mates y vos sean un manojo tibio
que se endurece mientras algo avanza
de chica eras distinta, no querías
quedarte sola en un jardín
eso debe haber pensado tu abuela
que era pisciana
y te entendía
por eso hizo con vos la sala rosa
o sea la vieja se quedó sentada
en una silla diminuta
de marzo a diciembre
ahora sí te quedaste sola en tu enredadera
tenés miedo aunque escuches
la música de tanda del programa y sepas
que ese tango no es tu leimotiv
el mundo se está abriendo como un cráter
a cada lado del abismo hay rutas
sos demasiado atea para rezar
pero la virgencita te mira con un ojo
pero la virgencita
Guarania
Mi padre guaraní tocaba el arpa
y cantaba como un canario blanco
venía de la selva, ese lugar
donde viven los cantos
era el hombre pequeño que podía
convertirse en un ave, mi madre
hija de un cocinero de barco, mascador de tabaco
que se mecía para arrojar especias
en las ollas
vino de Paraguay soltando carambolas
rambutanes
papayas
esas frutas extrañas
que no crecen en árboles
de Merlo Gómez
Los dos tenían frío, siempre
frío: ro’y, ro’yeterei, ro’yeteiko
rezaban
un idioma secreto que no me compartían
el sonido dulzón como sopa
mainumby,
purahéi, Kuñataĩ
les dije un día para sorprenderlos.
Me miraron con miedo, pellizcaron
mis brazos de choguí, me dijeron
No
hables nunca más
en
guaraní